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50 holocaustos
1. L

a historia y el uso de las analogías históricas son uno de los principales campos de batalla en la política. Otra prueba de ello fue cuando el presidente palestino Mahmoud Abbas en la conferencia con el canciller alemán Olaf Scholtz el miércoles pasado acusó a Israel de llevar a cabo “‘50 holocaustos’ contra el pueblo palestino” (bit.ly/3QzdHnJ). En respuesta a una pregunta sobre el ataque palestino contra atletas israelíes en Múnich, en 1972, dijo: Desde 1947 hasta hoy, Israel ha cometido 50 masacres en 50 aldeas palestinas y agregó: 50 matanzas, 50 holocaustos. La comparación −Abbas trató de retractarse después, asegurando que no tenía la intención de negar la singularidad del Holocausto y sólo apuntaba a “resaltar los crímenes y masacres israelíes cometidos contra el pueblo palestino desde la Nakba”− provocó un alud de críticas. El primer ministro israelí Yair Lapid calificó sus comentarios de desgracia moral y mentira monstruosa, mientras el propio Scholtz se declaró disgustado y, condenando cualquier intento de negar el Holocausto, subrayó que para nosotros, los alemanes, la relativización de la singularidad del Holocausto es inaceptable.

2. Abbas erró de tiempo y lugar, pero sus intenciones de denunciar la perpetua limpieza étnica y las periódicas masacres a manos de Israel, junto con el contexto del reciente bombardeo de Gaza, avalado, de hecho, por Alemania y la UE (bit.ly/3QU0427), −los crímenes que no han parado hasta el día de hoy, como subrayó− ponen la luz apropiada a su analogía. Así, ésta no sólo se inscribe en una larga, alimentada por las políticas del propio Israel, historia de usar las comparaciones a la Segunda Guerra Mundial para hablar de la colonización de Palestina −José Saramago y Giorgio Agamben compararon a Gaza con Auschwitz; Zygmunt Bauman comparó el muro en Cisjordania al muro de gueto de Varsovia, etcétera−, sino acaba diciendo (en términos del etnosicoanálisis) más del que recurre a ella que de ella misma. Abbas no es el primer líder palestino que usa esta comparación para expresar la impotencia y la desesperación de un pueblo puesto en una imposible condición de ser la victima de la víctima (Edward W. Said dixit). Un pueblo despojado por el mal del colonialismo de asentamientos, justificado con tal de enmendar las desgracias pasadas cometidas por alguno otro y cuyos niños están siendo asesinados (bit.ly/3Civo6w) por un país que invoca para ello la memoria de los niños judíos muertos en el Holocausto (como hizo también Lapid ahora). Y que sufrió una catástrofe − Nakba− comparable, desde su perspectiva, con el Holocausto, pero nunca reconocida (bit.ly/3PJyILm).

3. Curiosamente, no se trata sólo de la weaponización de la memoria del Holocausto por Israel −analizada magistralmente por Idith Zertal ( Israel’s Holocaust and the Politics of Nationhood, 2005), Tom Segev ( The Seventh Million: The Israelis and the Holocaust, 2000) o Norman Finkelstein ( The Holocaust Industry, 2000)−, algo hecho con fines propagandísticos “para hacer valer su ‘derecho’ a Palestina, una tierra a la que los sionistas habían presentado su reclamo colonial medio siglo antes de la Segunda Guerra y el Holocausto” (bit.ly/3K4rQ9S), sino también de una flexible aproximación a ella, que muchas veces bordea con el propio negacionismo. Así, los políticos israelíes a menudo llegan a acusar a los propios palestinos de... haber ideado el Holocausto (sic) (bit.ly/2re6dwF) o, para sacar el provecho de las alianzas europeas, de repente olvidandados nuestros problemas actuales con los árabes− quienes eran sus verdaderos perpetradores (bit.ly/3dL5myU).

4. De este modo, la analogía de Abbas ha sido indignante, pero pocos en Israel o en Europa se indignaron cuando hace unos meses −en un discurso ante Knesset− Volodymir Zelensky comparó las acciones de Rusia en Ucrania a Holocausto (sic) (to.pbs.org/3CguK9K) o cuando indicó que la invasión rusa a su país era peor que la ocupación nazi durante la Segunda Guerra (bit.ly/3A0Itig), todo esto mientras se le olvidaba mencionar un detallito: la masiva colaboración de las fuerzas nacionalistas ucranias −hoy ensalzadas en Ucrania− con Hitler y su participación en la exterminación judía (véase: Grzegorz Rossoliński-Liebe, The Fascist Kernel of Ukrainian Genocidal Nationalism, 2015). La analogía de Abbas ha sidoaberrante, pero no lo es el sistemático rescribimiento de la historia por Viktor Orbán −el mejor aliado de Israel− que pretende ocultar la participación de Hungría en el Holocausto (bit.ly/3AvtYEr).

5. La singularidad del Holocausto defendida por Scholtz y la prohibición de las comparaciones decretada por él, son sólo nuevas expresiones de la vieja política del Estado alemán de proteger de manera incondicional a Israel y su colonialismo para expiar el crimen del Holocausto (y un fundamento que ambos Estados comparten). El hecho de que en la misma conferencia Scholtz había censurado directamente a Abbas también por usar el calificativo apartheid para hablar de Israel −la indignación por 50 holocaustos la expresó al día siguiente en Twitter− es igualmente llamativo, tal como lo es el hecho que hoy en día en Alemania la comparatividad del Holocausto con otros crímenes coloniales (“Dirk Moses affaire”) y las políticas de Israel con el apartheid (“Achille Mbembe affaire”), están en el centro de los debates políticos/intelectuales (bit.ly/3dDu6sG). Las comparaciones nos dicen mucho de quien las usa, pero también de quien las prohíbe.