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¿La fiesta en paz?

George Floyd y los toros // ¿Qué concepto de espectáculo se quiere preservar?

P

reguntas obligadas tras las sandeces de esos antitaurinos disfrazados de científicos, cuyas hipótesis son avaladas por la ONU y sus organismos secuaces: ¿a cuántas corridas de toros o novilladas asistieron de niños los cumplidos policías de Minneapolis, Minnesota, que perpetraron la agonía y muerte por asfixia del afroestadunidense George Floyd el pasado 25 de mayo?

La pobre tesis de estos empleados del pensamiento único no puede ser más simplista: presenciar corridas de toros causa un impacto negativo en el siquismo de niños y jóvenes debido a los traumas que provoca, el debilitamiento del sentido moral, la pérdida de valores e incitación a la violencia. Entonces, ¿cuánto público infantil estadunidense que jamás se paró en una plaza de toros decidió convertirse en soldado, policía o agente especializado en asesinar? Millones. Si nunca fueron a los toros, ¿cómo empezaron a traumarse, a perder valores y a ser violentos? Pero no olvidemos que la deidad táurica, el toro de lidia en plenitud de facultades, posee una sensibilidad muy especial y suele acosar a cuantos pretenden utilizarlo para fines poco trascendentes. Como los negocitos y las posturas prevalecieron sobre la verdad dramática de la tauromaquia, desde antes de la Plandemia ya la fiesta acusaba severo debilitamiento y una pérdida notable del interés masivo. Y como la ONU y sus socios mienten con respecto a la tradición taurina y sus consecuencias nocivas, existe la seria posibilidad de que míster Trump no sea relecto como presidente gracias al supuesto aficionado precoz y luego policía, Derek Chauvin, que mantuvo su rodilla en el cuello de Floyd hasta matarlo. Manifestaciones y protestas violentas en unas 400 ciudades estadunidenses son apenas el comienzo, con todo y el virus.

Por cierto, chauvinismo viene de Nicolás Chauvin, un aguerrido soldado al que condecoró el mismo Napoleón, y devino sinónimo de patrioterismo o de ultranacionalismo, esa peligrosa creencia de que lo propio del país o región al que uno pertenece es mejor o superior a los demás. Como la política gringa con relación al resto del mundo, como el pensamiento único, como el Consenso de Washington, como la falacia de violencia petrolera y venta de armas sí, toros no. A ver si estos chauvinistas globalizadores aguantan la embestida de Tauro enfurecido.

En Osuna, provincia de Sevilla, se anuncia para el sábado 1º de agosto el primer festejo taurino, en un cartel con el rejoneador Diego Ventura y el matador Enrique Ponce y reses por designar. Cada quien su manera de entender y sentir la fiesta de los toros y de emplear su dinero, pero de aquí en adelante el horno no estará para bollos, ni en lo taurino ni en lo demás. Mantener una tradición como los toros con los mismos esquemas que hace años la tienen a la baja, es como el pirómano que se viste de bombero para intentar apagar el fuego que provocó.

Si los metidos a taurinos no se espabilan y se convencen de modificar criterios de gestión, ahora sí que los días de la fiesta están contados, no por la sobrepoblación de toros ni la cerrazón del sistema, ni siquiera por el antitaurinismo de fugaces funcionarios, sino porque la problemática generada por el coronavirus impone nuevas estrategias de organización, promoción y atracción de un público masivo de por sí desentendido y desinformado del fenómeno taurino, vigente sólo si se sabe voltear la vista a la enorme verdad del toro bravo y a la dignidad ética de toreros marginados. Si esos dos ingredientes básicos no prevalecen, poco habrá qué hacer.