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Don Shirley, el gigante olvidado
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▲ Portada del álbum Don Shirley, Pianist Extraordinary (1962), Cadence Records
 
Periódico La Jornada
Sábado 13 de junio de 2020, p. a12

Señoras y señores, con ustedes: Don Shirley.

Silencio.

Nadie aplaude. Algunos carraspean, incómodos.

El músico agradece con una sonrisa de dulce ironía, hace una reverencia y se sienta frente al piano, un Steinway, gigantesco como un buque oscuro en medio del océano.

Los sensibles a la creación artística abren los ojos, de azoro. Se refocilan en deleite. Otros levantan la ceja, remolones. La mayoría se revuelve en su butaca. Indolentes.

Ese es Don Shirley.

Me recuerda al personaje goetheano de La inquietud:

Aun cuando ningún oído me escuchara
de igual manera sonará mi voz en tu corazón
soy el compañero eternamente inquieto
al que siempre encontramos
aunque nunca lo busquemos
a la vez acariciado y maldito

¿Qué suena en el piano? ¿Por qué ese señor, Don Shirley, elegantísimo, está ofreciendo un recital a sala llena en uno de los máximos recintos de la cultura musical estadunidense?

El aplauso al terminar la primera pieza es atronador.

Lo que suena es una música exquisita, y esa es la razón por la cual Don Shirley está sentado frente al piano y la gente se lió a trompadas en la entrada, peleando uno a uno su boleto en la taquilla.

Música exquisita: gospel, Bach, ragtime, Rachmaninov, blues, Debussy, jazzecito bailable, Scriabin, music hall, Ravel

Por eso no lo quieren y por eso lo quieren.

Lo quieren porque es un dios sentado frente al piano. No lo quieren por exquisito. Lo quieren porque es un genio musical. No lo quieren porque es muy culto. Lo quieren porque nadie toca el piano con esa sensibilidad tan romántica, con esa incandescencia irresistible. No lo quieren por exitoso, porque ese señor hace lo que quiere.

Lo quieren porque es un gran músico.

¿Y saben en realidad por qué no lo quieren?

Porque es negro.

Donald Walbridge Shirley nació el 29 de enero de 1927 y murió el 6 de abril de 2013. Se formó como pianista en Rusia. Su anhelo era ser solista en repertorio de música clásica. Sus compositores favoritos eran Chopin, Rachmaninov, Debussy, Ravel y, en general, los autores del romanticismo.

Donald Shirley fue un romántico absoluto. Llevó todo al extremo. Emprendió la vida con pasión e intensidad y eso lo volcó en sus interpretaciones musicales.

Es un compositor importante. Escribió un Concierto para piano y orquesta, otro para violonchelo y orquesta, varios cuartetos de cuerdas. Destaca su poema sinfónico basado en la novela Finnegans Wake, de James Joyce. Pura exquisitez cultural.

Pero era negro.

Al igual que Nina Simone, quien tampoco logró su anhelo de ser pianista de música clásica, Don Shirley topó con la pared del racismo. Hizo caso a los empresarios de la compañía de discos con la que grabó y se puso a tocar jazz, blues, gospel, music hall, pero también Bach, Chopin, Rachmaninov, Debussy, Ravel, Johannes Brahms.

Una delicia para los melómanos amantes de la trivia: reconocer los autores de las melodías que introduce siempre que viene al caso: Bach en un blues; un pasaje de El concierto en sol, de Ravel, en medio de un ragtime; un Estudio de Chopin entre síncopa y síncopa.

Su trío también es ejemplo de su elegancia extravagante: en lugar del tradicional formato bajo-batería-piano, él recurre a un violonchelo en lugar de batería para añadir aromas únicos.

Hizo siempre lo que quiso. Y eso cuesta.

Para empezar, el desprecio.

No figura en el canon. Las distintas Historias del Jazz no lo incluyen.

Por supuesto, en el almidonado mundo de la música clásica, tampoco existe en las Historias de la Música de Concierto.

Pero él fue un hombre feliz. Sentado al piano se transfiguraba. Era el ser más poderoso, importante, pleno a la hora de hacer música.

Les recomiendo ampliamente que escuchen su trabajo. Se consigue en las distintas plataformas (Deezer, Apple Music ) y suelo canalizar las recomendaciones en Spotify por su accesibilidad mayor con relación al resto.

Es un pianista fuera de serie.

Un gigante de la interpretación musical.

Curioso. Los administradores de su disquera lo llevaron al terreno del jazz, pues porque era negro. Esa es la lógica. Los mandamases de nariz respingada de la música de concierto opinaban lo mismo.

Pero los amantes del jazz suelen rechazarlo por su toque clásico, por incluir a Bach, Haydn, Scarlatti, Rachmaninov en su repertorio, por mezclar temas de obras de autores de música clásica en sus improvisaciones jazzísticas. Y los melómanos de música de concierto lo repudian por tocar jazz.

Se pierden de algo grandioso, de un artista de primer nivel.

No dije al principio que Don Shirley es el sujeto de la anécdota que permea el filme Green Book, premiado con el Óscar hace dos años para intentar acallar el descontento de décadas de discriminación racial en el medio artístico estadunidense.

Esa estupenda película no trata acerca de la música de Don Shirley, aunque la incluye. Se centra en la relación entrañable que establecieron él y Tony Lip, personajes ambos de película.

Tony Lip trabajaba como sacaborrachos en un antro donde se divertían los poderosos de Nueva York. Don Shirley era un músico, un intelectual, un personaje muy elegante que vivía en un departamento de ensueño ¡en el Carnegie Hall!

Y ya que mencioné la película, rápidamente: Mahersala Ali personifica impecablemente a Don Shirley mientras Viggo Mortensen está sensacional como su chofer y guardaespaldas, Tony Lip, quien más tarde se hizo actor y trabajó con Scorsese (Buenos muchachos), Coppola (El Padrino) y en la serie Los Soprano (en Green Book es evidente que Mortensen estudió a Robert de Niro en sus papeles de tótem italiano, papeles que finalmente interpretó Lip en su carrera actoral).

Película y personaje enlazan con la vida cotidiana: Don Shirley es un caso más en la historia universal de la infamia: en Netflix hay un documental sobre Miles Davis (Birth of the Cool), donde el momento crucial es cuando, ya siendo el legendario, respetado, notable estrella Miles Davis, sale a fumar a la acera del lugar donde toca, un policía lo golpea y hace sangrar profusamente, cuando él explicaba: Soy Miles Davis; mira, aquí en la marquesina está mi nombre; sólo salí a fumar un cigarrillo, y ese episodio lo marcó para siempre. Entró en declive no solamente emocional, también creativo.

Billie Holiday cantó Strange Fruit en 1939, esa pieza brutal escrita por un poeta gringo del Partido Comunista, Abel Meropool:

de los árboles del sur cuelga una fruta extraña
sangre en las hojas y sangre en la raíz
cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña

Y cuando terminó de cantar, corrió al baño a vomitar.

Y así muchos héroes de la música de Estados Unidos han dado gloria y honor a su patria, que no es su patria. Los blancos los maltratan. Parias.

Otro gigante de la música, el tenorista Sonny Rollins, grabó en 1958 Freedom Suite en protesta contra la injusticia social y por los derechos civiles.

Él mismo redactó las notas al programa:

Estados Unidos está enraizado en la cultura del Negro: sus coloquialismos, su humor, su música. Qué ironía: el Negro, quien más que cualquier otro ciudadano puede reclamar la cultura estadunidense como propia, está siendo perseguido y reprimido. Qué ironía que el Negro, que ha ejemplificado con su propia existencia el humanismo, es tratado inhumanamente.

En su número en circulación, la revista The New Yorker presenta una entrevista que hizo hace unos días Daniel King a Sonny Rollins, y ante la pregunta, formulada 48 horas después del asesinato de George Floyd y cinco días antes de que la Guardia Nacional dispersara con gas lacrimógeno a los manifestantes afuera de la Casa Blanca, con el fin de abrir paso a su presidente para que izara una Biblia frente a las cámaras, le respondió, contundente y sabio a sus gloriosos 86 años de edad:

No creo que las cosas cambien en Estados Unidos.

Por eso, que sigan cayendo las estatuas del conquistador de México, de los magnates esclavistas, de los héroes blancos. Que se sigan indignando los blancos, porque un indígena hable francés y sea culto, como cultísimo fue el pianista magistral, negro, Don Shirley.

Que se cimbren los cimientos de la cultura dominante, porque cuando suena música ocurre el milagro de la libertad, del verdadero ejercicio del poder.

Porque la música es el territorio de la libertad. Y su poder es imbatible.

Permanece ahí como prueba la inconmensurable cultura musical negra de Estados Unidos, nacida en plena esclavitud, como protesta, como símbolo de dignidad.

Señoras y señores, con ustedes, Don Shirley.

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