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Luis Sepúlveda, profundamente rojo
E

n la Amazonia ecuatoriana, los indios shuar se reúnen al final del día a contarse cómo ha sido su jornada. El escritor chileno Luis Sepúlveda convivió con ellos siete meses y se dejó cautivar por la gestualidad de sus palabras, por el uso de sus silencios y por los rostros felices de los escuchas en esas ceremonias nocturnas. Quedó marcado por la experiencia. Diez años después, a partir de ella, escribió Un viejo que leía novelas de amor.

La novela narra las aventuras de Antonio José Bolívar Proaño, hombre que se adentra, gracias a los shuar, en los misterios del mundo selvático. Fue publicada originalmente en 1988 y obtuvo el Premio Tigre Juan. Su consagración como miembro de honor de la República de las Letras caminó de la mano de la aparición de la traducción francesa del libro cuatro años más tarde. Según la crítica literaria, el chileno se convirtió en el autor latinoamericano más leído en Europa. La obra vendió 18 millones de ejemplares y fue traducida a más de 60 idiomas.

En su cuenta de Twitter (@sinmascara), Luis Sepúlveda se identificó a sí mismo como escritor, periodista y bastante cabreado. En su avatar, puso su imagen con el Kremlin de Moscú de fondo, vistiendo un saco negro y un ushanka también negra, con la hoz y el martillo en rojo montados sobre una estrella de cinco picos en el centro.

Sepúlveda comenzó a trabajar como periodista muy joven, en su natal Chile, reporteando para el diario El Clarín. Allí, un experimentado colega le recomendó ser menos literario y quitar la paja de sus notas. En Nicaragua, adonde fue a combatir contra la dictadura de Anastasio Somoza con la Brigada Internacional Simón Bolívar, se hizo cargo, al triunfo del sandinismo, en medio de mil y un carencias (tinta, papel, ortografía...), de la sección internacional del periódico Barricada. Años después fue corresponsal en una revista alemana en Angola, Mozambique y Cabo Verde.

El autor de La sombra de lo que fuimos fue hijo de un militante comunista y una enfermera mapuche. En su casa había algunos libros de aventuras, pero no una biblioteca desde la que pudiera acercarse a la literatura. Personaje de sí mismo, se hizo escritor –según narró en ocasiones diferentes– por razones familiares y por el futbol.

Familiarmente, porque su acercamiento a la palabra, primero a través de la oralidad y luego de la escritura, provino de tres parientes. Su abuela vasca y su abuelo andaluz eran estupendos contadores de historias, que lo deleitaban y entretenían con sus relatos. Y de su tío abuelo mapuche, dedicado a educar a los niños de su caserío con narraciones que él no entendía del todo, pero cuyo significado sentía gracias a la magia de la oralidad.

Apasionado futbolista, el escritor de Patagonia express soñaba con destacar en ese deporte y llegar a ser profesional. La fantasía no le duró mucho. Un domingo caminaba rumbo a la cancha de juego cuando conoció a la chica más hermosa que había visto en la vida. Tenía entonces 13 años. Obsesionado con ella, jugó uno de los peores partidos en su corta carrera. La pasión siguió pero la joven no correspondió a su fervor y él conoció el veneno de los amores imposibles. Hasta que cayó en sus manos el libro de Pablo Neruda Veinte poemas de amor y una canción desesperada y sintió que una de las composiciones estaba escrita pensando en él y en su desdichado enamoramiento. Encontró entonces en la poesía un amor fiel, que jamás lo traicionaría, y comenzó a escribir versos. “Por culpa de la literatura –escribió– el futbol chileno perdió a un gran delantero.”

Su vocación por el periodismo y las letras no lo alejó de su compromiso político con las causas de los de abajo. “Yo siempre escribía –dijo–, pero cuando fue necesario coger el arma la cogí.”

Integrante de una generación que se atrevió a cambiar el mundo y se lanzó de lleno a la lucha social, no era todavía adulto cuando se afilió a la Juventud Comunista, de donde fue expulsado en 1968. Se unió entonces al Partido Socialista y al Ejército de Liberación Nacional en Bolivia, donde era conocido como Iván. Allí fue arrestado. Formó parte del GAP (Grupo de Amigos del Presidente), encargado de la seguridad del presidente Salvador Allende. Pasó casi tres años preso después del golpe de Estado. Combatió en Nicaragua contra la dictadura somocista, porque es lo que dictaba la conciencia. Tiempo después se volvió un activo defensor del ambiente.

“Soy –explicó en una entrevista– un hombre y un escritor de izquierda, y como tal conozco las razones políticas de la injusticia y de la devastación del ambiente. Ciertamente no escribo panfletos, escribo literatura, pero en todos mis libros está mi punto de vista. Además, como ciudadano, soy militante de la causa ecologista.”

En otra, añadió: Mis sueños están intactos, sigo creyendo que es posible vivir en un mundo justo, fraterno, armónico. Y si hay que jugarse de nuevo por esos sueños lo hago con el mismo amor y la misma pasión de cuando tenía 20 años.

Rojo profundo –como se definió a sí mismo–, Luis Sepúlveda sobrevivió a la tuberculosis ósea que adquirió en las mazmorras de la dictadura pinochetista, al ataque de un francotirador en Nicaragua que le metió dos balazos en una pierna, a los dos años en la cárcel de Tenuco y al arresto en Bolivia, pero no pudo vencer al coronavirus.

Twitter: @lhan55