o era de esperarse, pero muchos lo han advertido sin alcanzar mayor eco y volverse voz de la comunidad. El hecho duro y rudo es que, aparte de los avatares de la economía mundial que agitan sin clemencia chinos y trumpianos, la constatación de que sostenidamente deterioramos el entorno nos cubre cotidianamente de malos climas y peores humores, como nos ha ocurrido en estos infaustos días en que de la región más transparente ya ni el nombre parece quedar.
Decidir si estamos o no preparados para lidiar con micro partículas, si se cuenta con los protocolos necesarios, es parte de las tareas de nuestra comunidad estudiosa, menospreciada desde el nuevo poder constituido, o descalificando sin más a organismos fundamentales, de excelencia, como la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad o el Foro Consultivo Científico y Tecnológico.
Si algo deberíamos aprender de estas horas de lamento medioambiental es que, sin conocimientos y traducción oportuna de sus hallazgos a políticas y acciones inmediatas, las adversidades se volverán tragedia, de la que no estamos exentos.
Con el conocimiento y sus usos no se debe jugar. Podemos criticar o quejarnos, con argumentos o sin ellos, del estado que guarda la ciencia mexicana, pero no podemos negar su importancia y la necesidad ingente de contar con ella en todo momento.
La urgencia de reconsiderar nuestras decisiones presupuestarias sobre estos temas y darles el lugar que merecen y que deben tener es crucial, para darle a nuestra empresa renovadora y transformadora un sentido del que, por lo visto, carece, aunque esté a la mano empezar a construirlo.
No salimos del remolino en que las exigencias salvajes de Donald Trump nos han metido, esta vez por la vía de la crisis humanitaria encarnada por las migraciones. Tampoco podemos decir que la aprobación del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá(T-MEC) esté asegurada en los plazos deseables. Menos presumir las recientes cifras de inversión extranjera, positivas, pero sin correspondencia con la inversión nacional, pública y privada.
Este cuadro de dificultades define la coyuntura. Debería llevar al gobierno a revisar sus convicciones para poder trazar un nuevo juego de perspectivas que el Plan Nacional de Desarrollo, tal y como ha sido entregado a la Cámara de Diputados, no ofrece.
Ahora, con la emergencia que es contingencia, pero también en buena medida negligencia, el conocimiento, la ciencia y el entorno conforman un trípode de urgente e inmediata conjunción, para darle a la política un sentido de Estado que trascienda los usos abusivos de la metáfora en la interpretación de nuestra evolución. De eso se trata el desarrollo que no puede sino ser fruto de un Estado comprometido.
Hechos a contrapelo de la adversidad, al cabo de casi dos siglos de vida independiente, parece habernos llegado la hora de otra amarga cita. La economía no cumple con sus elementales funciones de asegurar supervivencia y alumbrar porvenires mejores y, ahora, también cobra facturas la naturaleza. Queda la política, iluminada por la esperanza de una mudanza firme en su composición, usos y abusos. Hay que cuidarla y no abusar de ella, como frenéticamente hemos hecho con el aire, el agua y la tierra.