Opinión
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De mañana y de tarde
D

e mañana a mañana y no de domingo como bien podría ser, los mexicanos de a pie o de Ipad se acercan a los modos, usos y abusos presidenciales en vivo y en directo. Desde el espléndido Salón de la Tesorería, sito en Palacio Nacional, el presidente Andrés Manuel López Obrador y siempre con algunos de sus colaboradores, ofrece reflexiones y primicias, intenta chistoretes y abre campo y fuego sobre temas fundamentales.

Ninguno de ellos se equipara al planteado hace unos días sobre la inmortalidad de Juan Gabriel, pero con paciencia uno puede ir hilvanando componentes de lo que alguna vez podrá ser el discurso presidencial de la Cuarta Transformación prometida. Por lo pronto, quedemos contentos con sus opiniones sobre el devenir nacional, coincidamos con él en que a nadie le conviene, no desde luego a México y los mexicanos, pelear con Donald Trump y discrepemos con su especial manera de entender, asumir y vivir la práctica gubernamental y del Presidente en particular, de comunicación interna con fines de inducir decisiones y largar instrucciones a sus secretarios, de Gobernación de Hacienda y Relaciones, pero pronto a todos y todas si no se le cumple en el Congreso de la Unión sus ganas de contar cuanto antes con una ley de austeridad a la altura de sus deseos y promesas.

Mientras tanto, los empresarios piden time para equilibrar las relaciones industriales, conmovidas a priori por el proyecto de reforma laboral ya instalado en las comisiones legislativas y a punto de volverse ley. Desde luego que debe atenderse el reclamo fundamental del capital, que a fin de cuentas se reduce a la constatación lamentable de que ni Estado ni patrones ni, tristemente, trabajadores organizados y no, están preparados para empezar a llenar el vasto, portentoso, continente de nuevas relaciones sociales fundamentales, entre capital y trabajo, que nos ha traído la nueva legislación laboral, convertida en mandato de urgente y previa resolución nada menos que por el nuevo Tratado de América del Norte. Y la parte empresarial, laboral y del Partido Demócrata de Estados Unidos.

Preocupa, y mucho, que los encargados de la gestión y conducción de la economía nacional y por ello de las relaciones económicas, comerciales y financieras con el exterior, no digan esta boca es mía, aunque ello ocurriese al filo de las ocho o las nueve de la mañana. Tampoco nos han ofrecido una buena y sensata reflexión política y estratégica desde las praderas del mundo laboral, el oficial y el sindical, en tanto que los dirigentes de la empresa, que no del capital que brillan por su ubicuidad y labilidad, sólo aciertan a pedir calma, cuando no a reclamar, con toda razón, corporativa por cierto, que no se les haya consultado previamente sobre la cancelación del proyecto de las Zonas Económicas Especiales, en el que tantas esperanzas se depositaron.

Si esto funcionara, decíamos no pocos, sin ilusiones vanas, pero con convicción racional, podría el país todo empezar a tejer el Pacto con el Sur que propone Jaime Ros y que no responde sino al mandato de una realidad económica y social cuarteada que desemboca en los muchos Méxicos que, a su vez, se resumen en el Sur devastado y el Norte enseñoreado por un dinamismo que no puede ocultar su propia matriz de desigualdad e injusticia.

De política económica tendría que hablar a diario el Presidente, con sus secretarios respectivos, con los legisladores responsables, con grupos y dirigencias empresariales, con la academia y anexas, pero no lo hace y me temo que quienes lo acompañan en el gobierno tampoco lo practican.

Del beneficio de la duda para el nuevo gobierno hemos transitado al no hagan olas o al placebo mediático del rezongo. Pero para la deliberación no puede haber sucedáneos, al alba o al ocaso. Y sin ella, sin el debate que, por su parte, siempre pide el Presidente, la democracia se marchita y la ambición se cansa.

Tiempo de cambiar, aunque nos perdamos la madrugada.