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Ver día anteriorSábado 9 de febrero de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Una izquierda de valores
¿P

uede configurarse un polo de izquierda que articule luchas sociales, apele a las clases medias y atraiga a sectores del empresariado sin que pierda su convocatoria central hacia las clases populares? Sí, pero sólo a partir de una profunda transformación cultural de las izquierdas. Se necesita otra manera de percibir la política. Otra forma de vincular la lucha electoral con el ejercicio parlamentario y con las reivindicaciones sociales. Otra manera de gobernar para reducir la desigualdad desde el ejercicio pleno de la democracia.

Para las izquierdas partidistas y sociales el punto de partida tiene que ser cuál es su perfil propio.

Éste se construye desde el discurso y tiene al menos tres componentes: qué rumbo se propone, con qué medios se plantean alcanzarlo y con cuál basamento ético se comprometen frente a la ciudadanía.

El rumbo es una imagen, un sueño, una utopía. Los medios son la propuesta programática. El basamento ético es un compromiso medido en conductas, en formas de hacer política.

Las izquierdas deben asumirse como una izquierda de valores. Con los valores clásicos de las izquierdas modernas: libertad y justicia, respeto a la diversidad, laicismo, promoción de la competencia y la solidaridad. Pero con un valor central: la promoción de la autonomía de individuos, comunidades y asociaciones. Es decir, contraria a toda forma de clientelismo.

Las izquierdas deben asumir el compromiso de la máxima publicidad a sus actos y de rendición de cuentas a los ciudadanos desde sus organizaciones, desde el gobierno, desde los órganos de representación.

Propongo como punto de partida programático de las izquierdas la definición de Norberto Bobbio sobre la democracia de los modernos, es decir, la lucha contra el poder desde arriba en nombre del poder desde abajo, y contra el poder concentrado en nombre del poder distribuido.

¿Por qué incursiono en esta discusión en este momento? Por las características que empieza a despuntar el cambio de régimen.

Tres temas marcan este régimen: centralización administrativa, concentración política y cambios en el quehacer político. Todos, definidos por una triple derrota.

La derrota de la modernización económica se expresa en la incapacidad de inclusión social y productiva para la mayoría de la población.

La derrota de la modernización política ocurrió porque, eficaz para desmantelar los tres pies del régimen autoritario: el presidencialismo, el partido hegemónico y la primacía de las reglas políticas informales frente a la normatividad formal, fue incapaz de sustituirlos.

El presidencialismo se transfiguró en un Ejecutivo acotado, pero no por los otros poderes constitucionales, sino por los fácticos. El partido hegemónico fue sustituido por un pacto oligárquico entre tres, cuyo lubricante fue el reparto de recursos públicos. Las reglas informales continúan imperando al lado de un activismo legislativo de leyes aprobadas, pero no acatadas.

La mayor derrota del Estado, pero también de la sociedad, ha sido la guerra contra las drogas, como demuestra dolorosamente la cauda de muertos, desaparecidos y personas afectadas en su vida por las bandas criminales y la incapacidad del propio Estado.

Con los mecanismos de intermediación azolvados, las élites políticas y económicas han perdido la capacidad para descifrar las transformaciones que ocurren en la sociedad.

Reconstruir esos mecanismos requiere desmantelar dos mitos. El de la omnipotencia del presidencialismo y el de una sociedad desorganizada. La sociedad mexicana está organizada, aunque para capturar rentas institucionales y para defenderse del Estado mismo.

Por ello, el Estado es particularmente clave. Capturado en algunas franjas del gobierno, la reconstrucción del Estado corre paralela a la reconstrucción de la sociedad y de los mecanismos de intermediación. Es decir, se trataría de construir un Estado de la sociedad.

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