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Nosotros ya no somos los mismos

Pasajes sobre Ifigenia, mujer de variadas facetas // Doce uvas por la 4T

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Detallar el currículo de Ifigenia resulta repetitivo. Sabemos que fue la primera mujer a la que se le confió, en la UNAM, la dirección de una facultad.Foto Maria Luisa severiano
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varios miembros de la multitud, es decir, responsables y asiduos columnetófilos, les sorprendió que anunciara a Muñoz Ledo y a Cuauhtémoc como teloneros de la presentación estelar de la maestra Ifigenia, en la pasada columneta y que luego ésta no apareciera. Corrijamos: tercera llamada, tercera: Ifigenia a escena. De nadie, hombre, mujer o quimera, he escrito más columnetas que de ella, aunque nunca, de ellas, me haya acusado recibo (snif, snif). Detallar su currículo resulta repetitivo. Sabemos que fue alumna sobresaliente, maestra, académica e investigadora en la ciencia económica, que fue la primera mexicana en obtener su maestría y doctorado en la Universidad de Oxford y también la primera mujer a la que se le confió, en la UNAM, la dirección de una facultad. Varias veces parlamentaria en ambas cámaras del Congreso, presidenta de la mesa de decanos del Senado de la República, cofundadora de la Cepal; en México, subsecretaria de Hacienda, embajadora ante la ONU y muchos, muchos encargos más.

En columnetas anteriores platiqué algunos aconteceres, anécdotas y figuraciones sobre Ifigenia. Por ejemplo, cuando para darle a la maestra un escarmiento pues, para variar, llegaba ofensivamente tarde a una cena con un economista de reconocimiento mundial, quien llegó en punto de la hora convenida y había pasado a retirarse con prudencia, los asistentes decidieron improvisar para doña Ifi, un simulacro de cita romántica, que se preparó en minutos. Los asistentes se parapetaron detrás de las puertas y Edmundo Flores, quien era el anfitrión, escenificó un encuentro decimonónico. Era un tipo de galán italiano de los años 60, y recibió a la maestra en su más elegante bata de estar (Giorgio Armani, por supuesto), y un gazné a la Beau Brumell. La luz era tenue y una sutil, pero efervescente fragancia de Yatagán (de Carón), envolvía el ambiente. En el gramófono una voz quejumbrosa (¿A Gardel quién le podía quitar su colitis permanente?), decía: “ Y todo a media luz/ Que un brujo es el amor”. La maestra Martínez apenas cruzó el umbral y con verdadero asombro ante lo inesperado de la situación, balbuceó: ¿Y la cena? ¿ Y nuestro invitado de lujo y los compañeros?. Edmundo, sibilinamente contestó: nuestro invitado se sintió mal y por eso cancelé a todos los invitados, pero pensé que esta era una afortunada oportunidad para que tú y yo conversáramos de algo más que la acumulación originaria del capital o la injusta distribución del ingreso. ¡Que habláramos de nuestras vidas! De las que ya agotamos y de las que podemos comenzar a construir…. Tras unos cuantos segundos y una mirada totalmente inescrutable, Ifigenia, con la voz suavecita y el gesto de ingenuidad y bonhomía que siempre adornaban su rostro, pero presagian un mandoble demoledor, tan sólo contestó: ¡Ay, Edmundo, ¿y con qué objeto?!

A partir de entonces se creó esa expresión que perdura como argumento irrebatible contra toda propuesta absurda e insostenible: ¿Y con qué objeto? Dentro de los múltiples aconteceres, reales o míticos, que nos muestran las más variadas facetas de la mujer maravillosa a la que ha sido una gran fortuna conocer y tratar, hay uno con el que quiero terminar este inacabado intento de semblanza. El 18 de septiembre de 1968 es uno de los días más trágicos que nuestra universidad ha padecido en toda su historia, por órdenes del jefe supremo de las fuerzas armadas, Gustavo Díaz Ordaz, el Ejército tomó por asalto el territorio fundamental de las ciencias, las artes, las manifestaciones todas de la civilización y la cultura: la UNAM. Con depurada estrategia bélica un número de soldados superior al de los estudiantes y maestros, los persiguió con saña, los maltrató y vejó. Apañaron a cuantos pudieron. No encontraron armas de ninguna especie, bueno, aparte de los libros. Un espadón fue directamente a la Facultad de Economía. (Territorio de riesgo según sus informes). Al descubrir luz en una oficina se dirigió a ella y la abrió con furia. Allí encontró a una solitaria persona que trabajaba en su escritorio. A grandes zancadas se dirigió el mílite y a gritos fúricos le exigió: ¿Quién carajos es usted y qué diablos está haciendo aquí? (Las expresiones no son exactas, pero si digo las reales, puedo provocar que no me dejen entrar a las librerías del FCE). La menuda escribiente bajó sus gafas, se puso lentamente en pie y se agigantó conforme respondía: “Soy la directora de esta facultad y hago lo que es mi obligación. Yo no sé quién es usted, pero lo que sí sé es que es que no tiene derecho alguno para hollar este ámbito en el que sólo por la fuerza ha logrado penetrar…”. Esa noche la doctora compartió, con algunos de sus colaboradores la prisión. (Lo que demuestra que, además de la privación de su libertad, Ifigenia fue víctima de tortura).

Cada año los 12 deseos del día 31 –mágico protocolo en el que más confío– se centran en mis seres más cercanos. Esta vez van por la realización cotidiana de la 4T. Mis uvas serán solidarias, incluyentes y totalmente racionales: ya nadie podrá gozar de lo superfluo, mientras alguien carezca de lo estricto. (¡Qué veracruzano, Díaz Mirón, más avezado!). Y si no, al tiempo y, lo cierto, es que ese tiempo, ya llegó.

Twitter: @ortiztejeda