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Ver día anteriorMartes 13 de noviembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La inteligencia se mide?
U

n número creciente de investigaciones científicas indican la misma inquietante tendencia: casi en todos los países de Occidente, el IQ (coeficiente intelectual) promedio de la población disminuye en forma peligrosa desde hace unos 15 años.

El descubrimiento de este fenómeno proviene de los resultados obtenidos gracias a los tests sicométricos realizados sobre jóvenes conscriptos. Las poblaciones de Europa del norte se revelan las más afectadas por esta decadencia intelectual.

Un estudio publicado en 2013 por la revista Intelligence, el cual recoge el meta-análisis de las medidas sistemáticas hechas en Inglaterra, muestra que los británicos han perdido un promedio de 14 puntos desde la segunda revolución industrial. Y, contrariamente a lo que podría hacer creer la aparición del sistema numérico y los juegos de videos, el tiempo de reacción a un estímulo han aumentado. Los súbditos de Su Graciosa Majestad no sólo razonan menos bien que sus ancestros de la época victoriana, sino también piensan con mayor lentitud.

Francia no se queda atrás. De verificarse los estudios al respecto, la situación sería alarmante: en una sola década (1999-2009), los franceses habrían perdido un promedio de 3.8 de cociente intelectual.

Si aún no es posible determinar con precisión todas las causas de esta disminución de las capacidades intelectuales, se exploran varios caminos. El más sencillo y optimista supondría que se ha alcanzado el máximo de inteligencia y no puede sino esperarse un retroceso, tal como se pretende que la estatura humana no puede seguir aumentando y alcanzar, por ejemplo, los tres metros. El tope de crecimiento, físico e intelectual sería una realidad. Sin embargo, se presentan otras tan posibles como variadas causas.

La profusión de las pantallas de televisión, celulares, computadoras y otras novedades tecnológicas no basta para explicar este retroceso. Tampoco los sistemas educativos, distintos en los países afectados. Otro elemento de explicación sería la banalización de la mariguana: los estudios muestran que, contrariamente al consumo de otras drogas como la cocaína, su uso tiene un impacto negativo sobre el cerebro y los grandes consumidores tendrían 8 puntos menos de IQ que la mayoría de la población.

Las industrias químicas y alimenticias podrían también encontrarse al origen de esta baja. Desde luego, la contaminación. Causas genéticas y trastornos del sistema hormonal. Y, sobre todo, la falta de yodo, cuyas virtudes han podido demostrarse de manera científica. De ahí la expresión francesa ‘‘cretino de los Alpes”, montañas, en otras épocas, lejos del mar, la sal y su benéfico yodo.

Ante estas inquietantes perspectivas de la decadencia intelectual de las generaciones venideras, podríamos consolarnos pensando que la nuestra tuvo la suerte de vivir el tope de la inteligencia humana, si ese tope es acaso fuente de dicha y no sólo de inquietudes. ‘‘El idiota del Danubio” es quizás más feliz. O tan bienaventurado como el hombre buscado por el rey a quien los adivinos aconsejaron ponerse la camisa de un tipo dichoso si deseaba gozar tal estado de ánimo. Sólo que al encontrarlo, descansando bajo un árbol, pudieron ver que no poseía ninguna camisa.

Me atrevo así a pensar que las medidas sicométricas no son decisivas en varios sentidos: genio, gracia creativa, talento, ¿quién puede medirlos? Y la bondad, forma suprema de la inteligencia, en mi opinión, ¿cómo se mide? ¿Con un boletín de calificaciones?

Hace algún tiempo, en uno de esos seminarios entre expertos, en la sede parisiense de la Unesco, un especialista habló de la fabricación de una bomba que podría dejar idiota a la población. Cabría preguntarse si no ha sido ya arrojada en el planeta bajo la forma de la televisión y otras pantallas que no dejan tiempo para leer, reducen a un lenguaje primario de SMS y, puesto que el pensamiento se forma con la palabra, pensar se vuelve tan extraordinario como la música celeste.