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¿La Fiesta en Paz?

Figurismo hoy, sinónimo de ventajismo // Hamponce arranca de nuevo

E

l figurismo taurino, espectáculo a base de toreros famosos y toritos repetidores, se quedó en la época del Star System de Hollywood, cuando personalidades con gran belleza, especial talento o ambos, eran convertidos en estrellas, vendedoras de imágenes atrayentes y estrategias de marketing que reforzaran el éxito de producciones cinematográficas y espectáculos diversos.

Sólo que en la versión original de la tauromaquia el drama se puede filmar pero es real, el peligro no es simulado ni la emoción actuada, siempre y cuando el toro sea un animal de esmerada crianza, cuatro años cumplidos y sus astas íntegras. Sólo después de haber demostrado que podían lidiar esa clase de toros, algunos toreros se convertían en figuras llenaplazas a partir de la emoción que generaba el encuentro de toros con tauridad y toreros con personalidad y entrega, no poses.

Hoy esa tauromaquia devino chou tres emes: muleteros monótonos modernos, y la tauridad en las reses se redujo a embestidas cándidas, sin más emoción que la repetitividad como forma de bravura. Empezó entonces la producción no de más figuras arrojadas, retadoras y competitivas, sino de toreros-marca, con un nombre y un estilo más o menos atractivo para el gran público y unas ventajas más o menos indignas para la ética del toreo, no se diga de dudoso interés para atraer multitudes.

Gaona, Gallito y Belmonte contribuyeron a atenuar una tremenda crisis político-económica y laboral en la segunda década del pasado siglo en España. Las mancuernas Manolete y Arruza y luego Dominguín y Ordóñez, fueron piezas clave en momentos críticos del endeble franquismo de los años 40 y 50. Los maestros Camino, El Viti, Puerta y El Cordobés, al lado de dignísimos alternantes mexicanos, mantuvieron y reforzaron la pasión internacional por el toreo, a pesar de embates anglosajones y de los iniciales derrotes de la posmodernidad globalera y asimétrica.

Hoy las figuras, convertidas en toreros-marca instalados en una comodidad desvergonzada, no pueden fungir como catalizadores sociales ni como factores de catarsis colectiva; su ventajismo, falta de pundonor y abusos sistemáticos se los impide. Sin embargo, los empresarios taurinos, ¿o empresaurios o emprezafios?, a saber, junto con algunos ganaderos, ¿o ganaduros?, le entraron, amparados en la autorregulación, la desbocada corrupción neoliberal y sucesivas burocracias cómplices, al negocio de la tauromaquia posmoderna, toreográfica y simulada, como las películas de Hollywood, pues, y se olvidaron de la bravura como base de la emoción tauromáquica y de tomar en cuenta al público, como base de los negocios transparentes. Ah, pero se acordaron de los rejoneadores.

Por ello, no es novedad que el reputado maestro valenciano Enrique Ponce, junto con otros colegas, regrese cada año a este país que tanto ama, a hacer la América, es decir, a tentar de luces y con vacaciones muy bien pagadas, aunque no tanto como en Las Ventas, para beneplácito del monopolio taurino y sus satélites, de la crítica seudopositiva, de los ganaderos con sentido práctico para diestros consentidos, y de un público que aún no se harta de los toreros-marca. En su actual gira, el incorregible Ponce ya toreó en Querétaro dos fieras de Teófilo Gómez, en San Luis Potosí, una de Bernaldo de Quiroz y otra de Xajay, y ayer en Guadalajara el bien servido encierro de Jaral de Peñas anunciado se cambió por uno más a modo de Bernaldo de Quiroz. Todos bien contentos y que nadie la haga de tos.