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El 68 a medio siglo

Olimpiadas en vilo

Tras la masacre, tres naciones de Europa amagaron con abandonar la justa deportiva

El 3 de octubre señalaron que se irían por los graves hechos del día anterior

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▲ El momento histórico en que Enriqueta Basilio se convirtió en la primera mujer en encender el fuego olímpico.Foto archivo de Notimex
 
Periódico La Jornada
Viernes 12 de octubre de 2018, p. 18

Habían pasado sólo 10 días de la masacre de estudiantes cuando se inauguraron los XIX Juegos Olímpicos en la Ciudad de México, el 12 de octubre de 1968, en el estadio de Ciudad Universitaria. El presidente Gustavo Díaz Ordaz se disponía a hacer la declaratoria inaugural cuando los espectadores le propinaron una cerrada rechifla. Era la repulsa social al mandatario por los crímenes del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. No obstante las dimensiones del reclamo, la televisión lo silenció, como si nada hubiese pasado en Tlatelolco y la justa protesta no se hubiera dado.

Las llamadas Olimpiadas de la Paz se vieron marcadas por la trágica represión del gobierno mexicano al movimiento estudiantil. Esos hechos generaron amagos de los dirigentes de las comisiones olímpicas de las tres principales naciones europeas de retirar a sus delegaciones del país, lo que ponía en riesgo los actos deportivos. El presidente Díaz Ordaz envió un mensaje de colaboración y se evitó la salida de los atletas. El Consejo Nacional de Huelga –bastante disminuido por las decenas de detenciones de sus integrantes– declaró una tregua olímpica para que los juegos se celebraran del 12 al 27 de octubre. No habría manifestaciones ni declaraciones.

Momentos memorables

Los Juegos Olímpicos de México 1968 tuvieron momentos memorables. Uno de los más emocionantes fue ver a la vallista mexicana de 20 años Enriqueta Basilio entrar al estadio universitario con la antorcha en la mano.

Corrió sobre la pista de tartán, subió las escalinatas hasta lo más alto de la tribuna oriente del inmueble y encendió el pebetero, convirtiéndose en la primera mujer que prendía el fuego olímpico en la historia de la justa deportiva. Fue un hecho significativo en tiempos en que el movimiento feminista sumaba sus reclamos de igualdad a las luchas sociales que tenían lugar en varias partes del mundo.

En los XIX Juegos Olímpicos, los primeros realizados en un país en vías de desarrollo, participaron 5 mil 516 deportistas de 112 países y se rompieron 23 récords olímpicos. Uno de los más célebres fue el impuesto por el estadunidense Jim Hines, quien se convirtió en el primer hombre en correr 100 metros en menos de 10 segundos, imponiendo una marca de 9.95 segundos, que permanecería imbatible durante 15 años.

Otra estampa para la historia fue la hazaña de Bob Beamon. El estadunidense llegaba como favorito a la prueba de salto de longitud y no defraudó. En su turno, prácticamente se suspendió en el aire para alcanzar 8.90 metros, que fue calificado como El salto del año 2000. Su marca perduró 22 años en el mundo y aún no ha sido superada en unos Juegos Olímpicos.

Algunos deportistas aprovecharon la justa para hacer manifestaciones políticas. Los atletas estadunidenses Tommie Smith y John Carlos ganaron las preseas de oro y bronce, respectivamente, en los 200 metros planos. Durante la ceremonia de premiación, cuando se escuchaba el himno de su país, de manera inesperada bajaron la cabeza y levantaron un puño con un guante negro, símbolo del black power, movimiento que en ese tiempo luchaba por los derechos civiles de los afrodescendientes en Estados Unidos. Esto les costó severas sanciones. Cincuenta años después, esa imagen sigue dando la vuelta al mundo.

La novia checoslovaca

México también tuvo su novia y fue checoslovaca. La gimnasta Vera Caslavska conquistó el corazón de los mexicanos, no sólo por su talento en las rutinas de su especialidad, sino también por sus protestas extradeportivas y porque se casó en la Ciudad de México. En un pletórico Auditorio Nacional –donde se celebraron las competencias de gimnasia–, la checa acompañó sus ejercicios en la prueba de piso con dos melodías que arrancarían el alarido de los espectadores: el Jarabe tapatío y Allá en el rancho grande. Obtuvo cuatro medallas de oro y dos de plata.

No fue todo. Caslavska representó la protesta silenciosa contra la invasión de fuerzas del Pacto de Varsovia a su país. Al compartir el podio con una atleta soviética y mientras se escuchaba el himno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), ella bajó la cabeza y clavó la mirada en el suelo con un gesto de gravedad. Era una seña inequívoca de su rechazo a la presencia de los invasores en Checoslovaquia, meses antes, para derrotar al movimiento conocido como La Primavera de Praga.

Por este acto fue sancionada y marginada por años. El sábado 26 de octubre, en vísperas de la clausura de los Juegos Olímpicos, la gimnasta contrajo nupcias con el atleta Josef Odlozil, su compatriota, en la Catedral Metropolitana ante miles de fanáticos que se dieron cita para presenciar el histórico acontecimiento. Así se convirtió en La Novia de México.

Las hazañas de El Sargento y El Tibio

Las emociones alcanzaron el clímax con dos deportistas mexicanos: José Pedraza Zúñiga, El Sargento, y Felipe Muñoz Kapamas, El Tibio. El primero era militar, y el segundo, un joven preparatoriano de 17 años.

El 14 de octubre de aquel año se compitieron los 20 kilómetros de caminata. El Sargento Pedraza era la esperanza nacional. Tras un extenuante recorrido, el mexicano entró al estadio universitario en la tercera posición, detrás de dos soviéticos. Cuando faltaban 300 metros para llegar a la meta, logró rebasar a Nikolái Smaga y estaba a unos pasos de Volodimir Golubnichi. El júbilo en las tribunas era ensordecedor, y el esfuerzo de los competidores, sobrehumano. El soviético volteaba constantemente sobre su hombro derecho al sentir la cercanía de El Sargento. El competidor de la URSS llegó en primer lugar, con un tiempo de una hora 33 minutos y 58 segundos, y el mexicano registró apenas dos segundos más. Su gesto de frustración y coraje lo dijo todo: no estaba conforme con la medalla de plata.

Los asistentes a la Alberca Olímpica el 28 de octubre presenciaron una final de alarido en la prueba de 200 metros pecho. En el carril número 4 competía El Tibio Muñoz. Junto a él, en el 3, estaba el favorito, el soviético Vladimir Kosinski, campeón del mundo en esta prueba. El apoyo era incondicional. Los nadadores se preparaban para el arranque y el mexicano clavó la mirada en la piscina. La estrategia no era sencilla: debía mantenerse cerca del rival los primeros 150 metros y guardar fuerzas para los últimos 50. El soviético era un Tritón. Veinte metros antes del final, El Tibio rebasó al campeón. La locura estalló en el graderío. “El Tibio Muñoz se está adelantando. Es la locura. La medalla de oro para México. ¡Sí, señores, El Tibio! ¡La locura, la locura!”, narraba emocionado el comentarista que transmitía la prueba en vivo por televisión. Muñoz le dio así a México su única presea áurea en la natación olímpica.

El chantaje

Después del 2 de octubre de aquel año, los Juegos Olímpicos estuvieron en riesgo. En el libro Gustavo Díaz Ordaz: el hombre, el político, el gobernante, de Luis Gutiérrez Oropeza –quien en 1968 se desempeñó como jefe del Estado Mayor Presidencial– rememora que la tarde del 3 de octubre el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, presidente del Comité Organizador de los XIX Juegos Olímpicos, llegó a Los Pinos visiblemente preocupado. Solicitaba audiencia con el mandatario.

La mañana de ese día, los presidentes de las comisiones olímpicas de los tres más importantes países europeos se presentaron ante Ramírez Vázquez para manifestarle la gravedad de los sucesos de la víspera, por lo que analizaban su salida del país.

Este tipo de proposiciones en cualquier idioma y en todos los medios tiene el mismo nombre: chantaje, escribe Gutiérrez Oropeza. Una vez enterado, Díaz Ordaz ordenó al arquitecto que hiciera del conocimiento de estas tres personalidades que México era un país pobre. Que al ser distinguido para la sede de los Juegos Olímpicos había hecho grandes esfuerzos en todos los aspectos para que se realizaran de forma decorosa.

Por conducto de Ramírez Vázquez, el Presidente envió un mensaje a los tres dirigentes deportivos europeos: si abandonaban la Ciudad de México y por ello la Olimpiada se viera suspendida, dudaba que en el futuro otro país aceptara organizarla. Criticó este intento de chantaje y ofreció colaborar para que la justa se llevara a cabo. Los delegados extranjeros entendieron el mensaje y permanecieron en el país. México tuvo su Olimpiada, que fue considerada como la más extraordinariamente celebrada, hasta entonces, en la historia del deporte, concluye Gutiérrez Oropeza.