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El 68 ya no sirve para entender lo de ahora
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a Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) conmemoró la matanza de Tlatelolco con una imagen iluminada de la paloma que fue logo de los Juegos Olímpicos de 1968, pero que lleva un balazo en el corazón, y luego con letras en neón, tomadas en estilo también del logo, que dicen: Nunca más. A su vez, el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, declaró también que, como presidente, no ordenará represión. Que el Ejército es pueblo en armas, y que no se usará nunca a los militares contra el pueblo.

Todo eso está muy bien, hasta donde alcanza. Lo malo es que no alcanza mucho, porque la matanza de Tlatelolco ya no es un punto de referencia útil para entender los peligros del presente. Decirle ¡nunca más! a Tlatelolco, hoy, es un poco como declararle el ¡nunca más! a la Santa Inquisición, o a la Cristiada. Estamos de acuerdo en que no debe volver a darse algo así, pero nadie siente hoy un peligro inminente del regreso de aquello. Nos hemos acostumbrado a ver en los acontecimientos del 68 un modelo de la relación entre Estado y sociedad, aunque ese ejemplo ya no alcance para entender los peligros que enfrenta hoy nuestro Estado y nuestra sociedad.

Pongo un ejemplo para que se entienda. En Ayotzinapa fueron asesinados 43 estudiantes, y se dijo pronto que fue el Estado. Y así fue. Fue el Estado. Los normalistas fueron capturados y asesinados por la policía de Iguala, a órdenes también del presidente municipal. El ayuntamiento es parte del Estado, de modo que, sin lugar a dudas, fue el Estado. Pero ¿es ese Estado el mismo que se movilizó contra los estudiantes en Tlatelolco, en 1968? No lo creo.

La matanza de Tlatelolco fue ordenada por el presidente de la República y su secretario de Gobernación. El Ejército obedeció de manera ordenada y disciplinada, y como corporación. La maniobra fue pensada como una medida que obedecía a la razón de Estado, realizada para garantizar el orden público y para que los espectadores y periodistas que llegaran a los Juegos Olímpicos se llevaran una buena impresión, cosa que el presidente Gustavo Díaz Ordaz imaginaba como un asunto de interés nacional.

La matanza de Iguala, en cambio, fue una escaramuza perpetrada en el contexto de una guerra entre mafias, que se habían apropiado de la pedacería del Estado (gobiernos municipales, policías locales, algunas autoridades estatales, quizá algunos mandos militares...), y que las usaron como su instrumento para cuidar intereses privados, en otras palabras, para garantizar su control territorial de zonas donde pueden extorsionar a vendedores ambulantes, comercios y transportistas, monopolizar la producción de amapola, o simplemente donde pueden hacerse del presupuesto municipal como si fuera suyo propio. De modo que en Iguala, como en Tlatelolco, sí fue el Estado quien asesinó, pero no fue el mismo Estado. La matanza de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa no fue ordenada por el Presidente de la República, ni por el titular de Gobernación ni tampoco se trató de una orden procesada por el secretario de la Defensa. La matanza tampoco se hizo en aras de proteger la imagen del Estado o del país, ni siquiera en los sueños delirantes de algún presidente. Fue, por el contrario, un asunto local, como han sido la mayoría de las matanzas que desde una docena de años suceden a diario en México, y que cuya escala es tanto, tanto mayor que lo de Tlatelolco.

¡Nunca más! Eso se declara desde la Rectoría. Eso lo declara el presidente electo López Obrador. Pero apenas la semana antepasada se encontraron más muertos en dos tráileres refrigerados en Jalisco de los que hubo en Tlatelolco. ¿Nunca más? ¿En serio? Si ni siquiera sabemos quiénes son los muertos que estaban en esos dos camiones. Si ni siquiera sabemos quiénes los mataron ni por qué.

En su artículo de Milenio de ayer, Héctor Aguilar Camín cita un estudio, al parecer riguroso, de Susana Zavala, que concluye que el Ejército mató a 78 estudiantes en la noche de Tlatelolco. Los cálculos alternativos, de The Guardian y de la embajada de Estados Unidos, fueron, en su momento, de 325 y de entre 150 y 200, respectivamente. Y conmemoramos solemnemente el 2 de octubre declarando que ¡nunca más!, cuando unos días antes aparecieron 157 cadáveres en un tráiler, y 273 en otro.

En un contexto así, ¿que significa el ¡nunca más!?