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La pasión según Rodolfo Mederos
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Periódico La Jornada
Sábado 22 de septiembre de 2018, p. a16

Troilo por Mederos, bandoneón por bandoneón.

El bandoneonista y compositor Rodolfo Mederos (Buenos Aires, 1940) publica nuevo disco, homenaje a uno de sus maestros, Aníbal Troilo (1914-1975), bandoneonista, compositor.

Mientras llega este álbum a los estantes de novedades discográficas de México, el Disquero invita el siguiente episodio de este hermoso disco, su pieza más bella, intensa, incandescente, titulada simplemente Sur:

https://goo.gl/Qbe28u

Es poesía. Música de encantamiento, éxtasis. Notas de lágrimas sublimes.

En 17 tracks, Troilo por Mederos nos lleva de la mano por la historia de la pasión, el baile, la humedad de Buenos Aires, el exilio, las dos orillas del río de la Plata.

Sur, composición de Aníbal Troilo y Homero Expósito, es el ombligo del disco, curveado por el tango baile y el tango canción. Es música de concierto y música de hoguera y tres pavesas: la guitarra de Armando de la Vega, el contrabajo de Sergio Rivas y el poderoso bandoneón del más importante bandoneonista vivo, Rodolfo Mederos.

El subtítulo del disco: En su huella, es el nombre del track 8, bella ejecución instrumental combinada, en balance del álbum, con obras de tango-canción escritas por Aníbal Troilo y en este caso con la intervención de un cantante de cuyo apelativo no haré comentarios, por si hay niños en la sala: Negro Falótico.

Rodolfo Mederos es fundamental en la línea de tiempo de la historia de la música de Buenos Aires. Entre las varias maneras de ubicarlo, podemos decir que después de Astor Piazzolla (1921-1992) está su alumno Rodolfo Mederos y hoy brilla con luz propia luego de gestas y gestos de epopeya.

Debemos a Mederos la transformación, epifanía y latir de la música de Buenos Aires. Rodolfo Mederos es la voz del exilio. Voz de bandoneón y garra, aliento y lágrima, baile y dolor, lastimadura y caricia, murmullo y grito, el bosque madura. Su voz quemadura.

De la mano de Piazzolla y del otro gran patriarca, Osvaldo Pugliese (1905-1995), Rodolfo Mederos brilló en la que es quizá la mejor fila de bandoneones en la historia, la que lideró Arturo Penón, con Daniel Bineli y Juan José Mosalini.

En la mente y en el corazón late la imagen en movimiento: en México, a principios de los años 80, Osvaldo Pugliese dirigiendo en el Teatro de la Ciudad a su orquesta, de pie, alto, magro, grandes gafas, elegantísimo, mientras las rodillas izquierdas de sus seis bandoneonistas trepidaban y las sirenas lanzaban alaridos. El bandoneón, esa sirena.

Bandoneón: ese minúsculo ajolote.

Aníbal Troilo fue gran bandoneonista y ahora Rodolfo Mederos enciende la antorcha/estafeta y le ha requerido largo camino, desde que formó parte de las orquestas de Pugliese y de Piazzolla, hasta su actividad actual, en sencillo formato clásico de trío para este disco, Troilo por Mederos. En su huella.

El tramo largo tiene capítulos trascendentales, como la creación del grupo de culto Generación Cero, donde acrisoló jazz y rock y la canción contemporánea y causó estrépito de cejas levantadas porque hubo quienes se sintieron molestados y malitos de su conservadurismo, cuando el tango es música cambiante como toda tradición que se respete.

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En sus primeros discos, Rodolfo Mederos suena a Piazzolla, su maestro, pero también a Chick Corea, el del álbum Return to Forever, y a la música comunitaria que unía mentes y corazones antes de la formulación del término ‘‘aldea global”.

El aire libertario de Generación Cero animó la resistencia y el exilio, sus temas se convirtieron en himnos y de ahí ha conservado Rodolfo Mederos el espíritu que le hace posible hacer llorar de emoción intensa, muy intensa, con su bellísima versión de Sur, que convidé al inicio de este texto, con el enlace hacia YouTube y aquí les ponemos una bellísima, entrañable pieza representativa de Rodolfo Mederos con Generación Cero, una hermosa pieza del alma:

https://youtu.be/fLWUzGPweWo

El alma de Mederos anida entre fuelles y fuellea, follaje fólico, vitamina para el alma. Su instrumento, el bandoneón, es una dama muy hermosa y elegante, delgada y, si observamos bien, pelirroja, porque suena a intensidad, a vaho, ají, madera y viento.

El bandoneón entona quiebres, inflexiones, holanes, tules, semillas, pasos leves, suelas deslizadas sobre el piso, coros de corolas, arrebujamientos, arrejuntamientos, genuflexiones, gestos y mohines de hada.

De sus botones fabricados de galatita o marfil artificial, nacen nubes nubias anubias bunias unbias novias númenes.

Fue inventado por un señor alemán de apellido Band y por eso se llamó originalmente bandonion, pero en el río de la Plata fue bautizado laicamente bandoneón y es tan mágico que si oprimimos uno de sus botones de galatita, el sonido resulta galáctico, pues al abrir y cerrar el fuelle, ese botón emite sonidos diferentes al inspirar y al expirar pero nunca muere porque es brizna, diente de león, una sirena sobre la rodilla izquierda de Mederos.

Es por eso que cuando interpreta Sur, como en el disco, como en los videos que les convido en este texto, uno llora de emoción bonita, porque ese bandoneón con cada emisión de sonido exhala polen, géiseres, sonrisas y manjares y en cada jadeo la embarcación en que se ha convertido ese aparato se convierte en bola de fuego, óvulo, bramido.

La energía sexuada de este instrumento proviene de origen: su invención como un instrumento de tortura, digo de evangelización, a manera de órgano portátil de iglesia. Si ponemos atención, hay pasajes en las interpretaciones de Rodolfo Mederos donde pareciera sonar a Olivier Messiaen (1908-1992), ese compositor francés que escribió colores en vez de sonidos: la música realmente religiosa es música espiritual y por tanto elvadamente erótica y si cerramos los ojos veremos en nuestro éxtasis al escuchar el bandoneón las toneladas de polen, brizna, alas de mariposas leves, luciérnagas y chicatanas que nos sobrevuelan y sentimos claramente en nuestra frente el beso del hada.

Porque el bandoneón también es eso, un hada.

Jadea su fuelle, se abren sus amplias alas, nacen de sus senos torres de vapor, cerramos nuestros ojos y abrimos los de ella, esa elegante dama delgada y leve que habita en el bandoneón.

En éxtasis perenne.

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