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¿Dilema diplomático?
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ecuerdo con especial interés que la obra México, cincuenta años de Revolución. La política publicada en 1961 por el Fondo de Cultura Económica, incluye un artículo que considero luminoso, donde el ex canciller y diplomático de carrera, Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, señaló:

Los objetivos internacionales de un país son el resultado de una constelación de fuerzas, de naturaleza permanente algunas, como la geografía y la historia, y de carácter transitorio las otras, como la cambiante coyuntura internacional. Cuando la acción de las constantes es especialmente vigorosa, la actitud internacional de un país muestra perfiles acentuados a lo largo de su historia y presenta cierta continuidad. Así, en el caso de México, su vecindad con Estados Unidos y las distintas trayectorias que han seguido uno y otro país, la historia anterior a la conquista y los siglos de dominación española, el carácter y los recursos naturales de que disponen y, en suma, su tierra y su pueblo, han dado un sello característico a su política internacional. Desde la Independencia, la actitud de México frente al exterior ha sido cautelosa y reservada y su política internacional esencialmente defensiva, –aunque ya hay signos claros de un cambio–. De allí el valor especial atribuido a los principios de conducta que nos guían por medio de nuestra historia y la preeminencia de ciertos objetivos internacionales sobre otros.

Al hablar de la relación con la gran potencia continental, el académico de El Colegio de México Mario Ojeda en su obra Alcances y límites de la política exterior de México nos recuerda que en el pasado nuestro país ha tenido que disentir del poderoso vecino en temas con los que no concordamos si es que le son fundamentales a México, aunque para Estados Unidos sea importante. A cambio de ello, México por lo general brinda su cooperación en todo aquello que siendo fundamental para Estados Unidos, no lo es para nuestro país; una ecuación que si bien marca un rumbo, en la práctica ha sido de muy difícil aplicación y ha dejado secuelas de resentimientos que lamentablemente no se olvidan y resurgen en las nuevas crisis que ahora son cada vez más frecuentes entre los dos países.

Por ejemplo, de los problemas que enfrentamos ahora en esa difícil relación, pudiéramos mencionar el proceso de integración económica entre México-Estados Unidos y Canadá dentro del proceso de modernización del TLCAN que con razón nos continúa preocupando, además de las posibles implicaciones políticas de tal proceso. El punto de partida de tal preocupación está constituido por lo que se percibe como el carácter marcadamente asimétrico del proceso, resumido en la noción de que lo que está en juego no es tanto la integración de las economías, sino la integración de la economía mexicana en la estadunidense además de que debemos, tenemos que alejarnos de la visión de continuar siendo en gran medida un país maquilador. ¿Hasta dónde, se preguntan quienes plantean este tema, podrá mantenerse como consecuencia de ese proceso, un rango de autonomía significativo en la definición del comportamiento gubernamental mexicano? Este énfasis en un supuesto nivel de independencia relativa de que pueda gozar el país en el futuro, remite frecuentemente la discusión a la esfera de la política exterior.

Los tiempos en que se presentarían los signos del impacto del proceso de la integración económica en el campo de la política exterior podrán variar considerablemente, sin embargo en el corto plazo, por ejemplo, podría argumentarse que la formalización del proceso que tiene lugar en el plano económico podría contribuir, bien manejado, al establecimiento de una especie de seguro en el que los instrumentos de represalia disponibles para el gobierno estadunidense ante comportamientos internacionales mexicanos, que ellos pudieran considerar inadecuados, se verían limitados. Esto sería así si sabemos utilizar los mecanismos de solución de conflictos incorporados, por ejemplo, en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que entendemos son precisamente algunos de los preceptos que el gobierno del presidente Trump quiere desaparecer, algo que bajo ninguna circunstancia debemos aceptar.

En un plazo más largo, sin embargo, puede preverse que si no hacemos uso de los mecanismos de solución de conflictos en ese instrumento internacional o Estados Unidos rechaza esa opción en la nueva versión del tratado, las posiciones adoptadas por el gobierno mexicano tenderían a acercarse más a las estadunidenses por el temor a presiones o represalias ante las que sería crecientemente vulnerable.

Además, en el campo específico de la política exterior, la discusión es algunas veces sobre simplificada al plantear las opciones en términos de una especie de juego de suma cero en el que la opción económica hacia el norte que tiende a consolidarse, es percibida como alternativa excluyente de otros espacios de vinculación económica y aún política a escala internacional. Esa visión, absurda en mi opinión, limitaría la consideración sistemática de las opciones que abre para nuestro país el hecho mismo de su pertenencia a diversos ámbitos y espacios de articulación internacional de intereses. Incluso si en el plano económico de consolidarse aún más la ubicación fundamental de nuestro país en lo que tiende crecientemente en llamarse la América del Norte, México seguiría siendo un país estrictamente latinoamericano y caribeño con lazos de afinidad e intereses económicos y políticos compartidos con los países del subcontinente mediante la Alianza para el Pacífico y otras organizaciones regionales; seguiría contando con los espacios de acción internacional que le abre su pertenencia a la Cuenca del Pacífico, que es el área que más crece en este momento y donde nuestros intereses nos obligan a fortalecer nuestros vínculos con la República Popular China, aunque eso moleste por razones políticas a Washington que ve como una amenaza a su dominio continental a Pekín y su poder económico y con nuestros grandes amigos y aliados con fuertes vínculos históricos: Japón, Corea, Indonesia y Vietnam, entre otros muchos países asiáticos y las ventajas que hemos logrado ya del acuerdo de alcance político, económico y de cooperación con la Unión Europea, que esperamos se fortalezcan en breve, cuidando que la famosa cláusula democrática no se convierta en un instrumento de intervención en temas de competencia interna nuestra, más los esfuerzos que haga México para abrir más sus vínculos con Medio Oriente y con África, donde nuestra presencia aún es marginal.

Por lo que se refiere a la relación bilateral con los estadunidenses, el impacto de una decisión dando máxima prioridad a ese país, rebasaría ampliamente el espacio de las esferas directamente vinculadas con el proceso de apertura económica. La posición sostenida en diversos temas de la relación tendría también que ser ajustada. El tema de la migración proporciona un ejemplo interesante. Hasta hoy, en 2018, nuestra posición ante el fenómeno es de verlo como un problema de difícil solución ante la existencia de un mercado real de mano de obra ubicado en Estados Unidos que ese país ha manejado según se mueve su economía olvidándose, en épocas, de sus propias leyes. La migración temporal ha sido frecuentemente la respuesta que intenta conciliar las tensiones que esto genera entre nuestros intereses de corto y largo plazos. El proceso de formalización de los vínculos económicos como el que ya existe entre ambos países, debe llevar necesariamente, tal y como México lo propuso al iniciar las negociaciones del TLCAN y Estados Unidos lo rechazó, a la creación de canales legales de migración permanente, sea mediante un acuerdo con cuotas de trabajadores, sea mediante facilidades para los mexicanos basadas en el contexto que proporciona dicho tratado; tema indudablemente conflictivo en el entorno de la política interna estadunidense.

Tengamos presente que el momento que vivimos no es la primera vez que tenemos que enfrentar un presidente estadunidense hostil a México, recordemos a John Adams, James Monroe, John Quincy Adams, James Polk y R. Hayes, entre otros. Pero esa circunstancia nos debe despertar a una realidad: México es y deberá ser un país con vínculos con sus vecinos y con todos los miembros de la comunidad de naciones, pero no más dependiente de ninguno por poderoso que éste sea; es cierto que todos actuamos bajo un fenómeno globalizador que nos envuelve, pero cada quien busca y sigue una ruta propia hacia el futuro.

*Embajador Emérito de México