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Nosotros ya no somos los mismos

Meade era candidato de lujo, pero el PRI no lo hizo suyo // Un oxímoron ideológico

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▲ Claudia Ruiz Massieu, lideresa nacional del PRI, durante la entrevista con La Jornada. Foto Luis Humberto González
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usqué en diversos lexicones, comenzando por el oficial de la RAE, y la definición más sencilla que encontré para entender el significado del vocablo oxímoron y, por lo mismo la más apropiada para iniciar la columneta de este día fue la siguiente: oxímoron: figura literaria que consiste en usar dos conceptos de opuesto significado en una misma oración. La claridad y contundencia de esta descripción movieron mi ánimo y atrevimiento para formular una aseveración por demás atrevida y contundente: ésta, es de la autoría de doña Claudia Ruiz Massieu, presidenta del Partido Revolucionario Institucional y, según la entrevista de don Enrique Méndez, publicada en la primera plana de este diario el martes 31 de julio, la señora afirmó: Meade era candidato de lujo, pero el PRI no lo hizo suyo.

Vamos a analizar este monumento, por demás barroco, de un oxímoron literario, pero sobre todo político e ideológico. Antes, sin embargo, daré cuenta de una rápida, pero no superficial investigación, sobre los antecedentes de esta figura del lenguaje en el argot político. Desde la convocatoria fundacional emitida por Plutarco Elías Calles, y los discursos del primer comité del Partido Nacional Revolucionario (PNR), en 1929, encabezado por Manuel Pérez Treviño. Posteriormente los vibrantes discursos de Luis I. Rodríguez durante la breve existencia del Partido de la Revolución Mexicana (PRM), o de Antonio I. Villarreal al final de la misma. Tampoco a partir de esta etapa, que me resisto a llamar última, y prefiero decir la tercera o más reciente. El PRI de nuestros días: hijo del PRM y nieto del PNR en voz de sus líderes (casi 50 y cerca de 90 años de edad), jamás un dirigente del más alto nivel –según mi rápida ojeada a documentos esenciales– ha responsabilizado a sus bases de la derrota de un candidato presidencial, en razón de su abulia, desapego, y menos aún del rechazo al abanderado seleccionado por el partido (evidentemente esto quiere decir: por la nomenclatura, no por las bases de sus sectores, sindicatos, organizaciones o estructura territorial). Quien es titular del Ejecutivo, es comandante supremo de las fueras armadas y líder máximo del partido que lo llevó al poder. Los priístas, en su generalidad son portadores de un gen que viene de los orígenes. Aunque la disciplina de los tiempos actuales supera a la de los iniciales. Y la explicación es clara: antes, los caudillos se infligían la más estricta disciplina, porque la opción podía ser el paredón, la emboscada, el levantamiento y, de manera suavecita y light, el destierro. Ahora, el cambio de escudo, emblema, escarpela, cucarda, blasón, lema, consigna, bandera (vulgo: camiseta), ya se ve de buen gusto. Se alaba como criterio abierto, científico, racionalista, comprensivo, tolerante, aperturo, avant-garde. Se me ocurre que valdría la pena or­ganizar un concurso trianual de los más destacados travestis políticos en ese lapso. El certamen podría llamarse: La veleta de oro, u homenaje a Mi general López de Santa Anna o, si lo internacionalizamos a Groucho Marx y sus principios. Pero, eso sí, con diversas categorías: Demetrio Sodi, medalla de oro por su eficacia y utilidades comerciales; Agustín Basave, por convencer a su papá a renunciar a las convicciones de toda su vida, para que él pudiera incrustarse en las filas exitosas de las que siempre había abominado. Esta acción provocó la venganza del sumiso Isaac, frente al más sumiso Abraham. Javier Lozano o el Quasimodo mil veces más atractivo por fuera que por dentro. Jorgito Castañeda, porque desde chiquito supuso que él tenía derecho a apostar con las canicas de los demás: si el resultado era favorable, el triunfo era su hazaña personal. Si el proyecto que patrocinaba (as usual) fracasaba, airadamente les reclamaba a sus incautos seguidores por las torpes acciones que, por no obedecer sus instrucciones, ocasionaban un resultado totalmente contrario a lo científicamente previsto. Y qué decir del capellán comandante, don Rubén Aguilar, que ha sido asesor tanto de la guerrilla como de los supremos gobiernos y las agencias estadunidenses de inteligencia. No por otra cosa fue el traductor al español de Vicente Fox. ¿No se acuerdan de la reiterada expresión: Lo que el señor Presidente quiso decir?

Pero, como siempre, la tangente hizo trizas nuestro tema. ¿Es correcto el oxímoron de doña Claudia o, en verdad, es un exceso y una ofensa colectiva? Mi opinión es que es un absoluto agravio, injustificado, erróneo e impensado, sin ninguna experiencia que lo avale pero, entendible por los difíciles momentos que atraviesan el partido y ella, en lo personal. Lo plantearemos sin mala intención, pero sin contemplaciones afectivas, que las hay. Claudia dijo: Meade era un candidato de lujo, pero el PRI no lo hizo suyo. Queda clara la primera confesión: si no lo hizo suyo, es porque no era de él. ¿Del partido que lo postulaba?

Hubo que cambiar, en una ridícula y fantasmagórica prestidigitación que a los participantes debe avergonzar, los estatutos. ¿Con eso pensaron que convencerían a los más de 6 millones de militantes que el PRI ha registrado como su base mínima de militancia? Por bien de los so­breviviente priístas, que son los que valen, que son los de a devis y los más fieles y madreados, sigamos analizando el oxímoron de doña Claudia, hija de un intelectual priísta, cuya amistad y cercanía siempre me hizo sentir a gusto.

Twitter:@ortiztejeda