21 de julio de 2018     Número 130

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

El consenso

Floriberto Díaz

Consecuente con el principio de armonía entre todos los seres vivos, la gente busca como lograr que cada uno de los habitantes actúe positivamente en función de la comunidad, pensando en los demás, antes que pensar en sí mismo. Que visto modernamente desde cualquier sistema jurídico, es bastante similar al principio del “bien común” para definir derechos y obligaciones.

Mientras en cada familia existe el principio de poder radicado en el padre-macho, sobre todo a partir del adoctrinamiento colonial, en la comunidad el principio de autoridad se duplica en las personas convirtiéndose en padres-madres. Existe una continuidad de poder entre una familia y una comunidad, pero mientras en la familia la potestad paterna se acepta como algo natural, las autoridades de una comunidad no ostentan el poder por la misma razón sino porque son seleccionadas y aceptadas en asambleas comunitarias.

La asamblea general, compuesta por todos los comuneros y comuneras con hijos, es la que tiene la facultad de encargar el poder a las personas nombradas para dar su servicio anual a la comunidad.

En un principio, en una asamblea participan con voz y aprobación consensual todos los asistentes. Sin embargo en la realidad ha habido tiempos y circunstancias que no han favorecido la expresión popular y en su lugar han reducido a los asambleístas a ser levantamanos y un número más para los escrutadores.

Se puede afirmar con toda certeza que el empobrecimiento de las asambleas generales devino del exterior, siendo el sistema educativo uno de los instrumentos más importantes. En particular, cuando los estudiados empezaron a ocupar cargos de mando dentro de la comunidad, introdujeron las normas que aprendieron a observar y a hacer observar en las aulas con los niños escolares: no hablar desordenadamente, sino uno por uno, levantar la mano si quieres hablar; no hacer ruido, etc. Esta práctica introdujo en los primeros años de la década de los setenta la adopción de decisiones por mayoría de votos, mediante el conteo de brazos levantados, sustituyendo el cuchicheo y el consenso. Obviamente, de una manera paulatina los comuneros ciudadanos fueron perdiendo interés por participar en las asambleas, responsabilizando de todo a las autoridades y a los estudiados.

¿Qué fue lo que se perdió con esas modalidades occidentales? Al celebrarse una asamblea general, aún en la época de los sesenta en Tlahuitoltepec, podrían distinguirse claramente los siguientes elementos:

  1. Era una obligación de las autoridades realizar las asambleas que fueran necesarias durante su año de servicio, para informar, consultar y adoptar las decisiones más aceptables para casi todos los comuneros-ciudadanos de ambos sexos.

  2. Para los comuneros-ciudadanos era una obligación asistir, porque de otra forma se establecían castigos. Casi nadie faltaba.

  3. Todas las autoridades tenían la obligación de presidir las asambleas, nadie podía faltar, ni estar en estado de borrachera, sobre todo las cabezas, los titulares. De lo contrario se tomaba como una evidente falta de respeto a las autoridades y era posible esperar una sanción de la misma asamblea.

  4. Las autoridades tenían que saber hablar con respeto frente a la asamblea, saber conducir bien. Es decir, debían demostrar su don de mando y de respeto al poder y la dignidad de la comunidad.

  5. Las autoridades normalmente comenzaban por informar de todo lo que habían estado haciendo, con respecto a las decisiones adoptadas en la asamblea anterior si las hubo o expresar sus planes. Cuando había asuntos que merecían la discusión y aprobación de la asamblea, tenían que plantear claramente el asunto: por qué, por dónde. Normalmente terminaban pidiendo con humildad la palabra de la asamblea. Señalando sus equivocaciones y cómo enderezarse.

  6. Cuando no estaban muy claras las cosas, los más ancianos pedían más explicación para la comprensión de todos.

  7. Hecho todo esto, comenzaba el cuchicheo de los asambleístas en grupos espontáneos: todo el patio municipal se convertía en un espacio donde podría suponerse la existencia de miles de abejas o de abejorros.

  8. Así como comenzaron a cuchichear, asimismo se iban apagando las voces, quedando los más ancianos con el encargo de pasar la palabra, el mensaje, a las autoridades.

  9. A estas alturas el papel de las autoridades se convertía en el de recolectores de las opiniones para irlas agrupando, según su parecido, porque al final tenían que presentarlas ante la asamblea para corroborar si estaban en lo correcto o no.

  10. Finalmente las autoridades se volvían a la asamblea presentando las propuestas o respuestas que hubiesen coincidido, buscando la manera de no desechar ninguna de las menos coincidentes sino tomando elementos de ellas para enriquecer a las primeras. Así, ninguno podía sentirse rechazado y las decisiones se consensuaban sin mayor problema, aunque seguramente podía haber algún disidente radical.

  11. Las asambleas normalmente terminaban bien, sin abandono.

  12. Los asistentes agradecían la conducción de las autoridades y las animaban a seguir adelante.

  13. Las autoridades terminaban normalmente agradeciendo a todos y con recomendaciones más de orden general para la observancia de las buenas conductas dentro de la comunidad.

A partir de estas consideraciones, surgen ciertos principios:

  1. Las autoridades deben buscar a su gente para comunicarse con ella, informarle y consultarle sobre lo que se va haciendo o se pretende hacer.

  2. Son las mismas autoridades de mando mayor quienes invitan a la gente a participar en las asambleas, evitando que sean las comisiones de obras comunales.

  3. El acercamiento a las rancherías evita cualquier posible irrupción separatista, porque se establece un conocimiento más directo de los problemas que padece la población.

  4. Las autoridades son mejor conocidas y pueden lograr los consensos necesarios para sus actuaciones. Debe entenderse perfectamente que consenso no es sinónimo de unanimidad.

Nota:

Este texto es un fragmento del libro Escrito. Comunalidad, energía viva del pensamiento mixe. Ayuujktsënää’yen – ayuujkwënmää’ny – ayuujk mek’ajtën, compilado por Sofía Robles y Rafael Cardoso y publicado por la UNAM.

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