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El estante de lo insólito

Bruce Springsteen

Esperan que saques algo del sombrero, del mismo aire, algo que no es de este mundo, algo que antes de que los fieles se reuniesen hoy aquí era tan sólo un rumor alimentado por las canciones.

Bruce Springsteen

C

reciendo en un pueblo que adocenaba el comportamiento racial de los habitantes en Freehold, Nueva Jersey, en un contexto social que lo empujó por un sendero de devoción católica que hasta tuvo grado de monaguillo, Bruce Springsteen, bien apodado El Jefe (T he Boss), supo que la Iglesia no era un terreno suyo en las prácticas y los hábitos, pero también que la formación religiosa no es horario de misa y lecturas ceñidas de lo sagrado, es algo que se lleva y se tiene aun sin ser practicante. Por eso él cree… a su modo. Y eso es lo mejor que nació en su conjunto lírico que entiende de humildad y de fe; abusos sobre los fervientes y milagros en las campanadas de los barrios; en plegarias que no se guían entre inciensos, pero se encienden desde los corazones que merecerían la posibilidad de algo más, así sea un cielo eterno. En su biografía Born to run (Mondarori, 2016), Bruce escribe: “Aunque él nos observa desde las alturas, aquí Dios está rodeado por hombres…hombres locos, para ser exactos”.

Hijo de un conductor de autobús y adoptado por su abuela con obsesión, como el pequeño que remplazó a su hija muerta, fue malcriado en el más extenso de los sentidos, punto de discusión y enfrentamiento entre sus padres y su abuela sobreprotectora y consentidora a niveles insensatos, el pequeño Bruce tomó una guitarra muy temprano, una emancipación del hogar como reino tiránico de un infante.

La historia del arranque viene de la idolotría básica por Elvis Presley, a quien vio actuar en el Show de Ed Sullivan, y entonces colisionó contra la posibilidad de expresarse en la única forma que podía contener su rabia, sus ganas y un talento que, como la dureza de piel de los trabajadores por los que ha hablado sin pretenderse nunca un abanderado, se curtió con el tiempo de los rasgueos en sótanos. El descubrimiento de Elvis sería para él su Big Bang, mientras que el conocimiento de The Beatles (también en el Show de Ed Sullivan) significaría El segundo advenimiento. Después estarían otros acompañantes en el trayecto, como Roy Orbinson o Phil Spector.

Para algunos, El Jefe es el tipo que redefinió el estilo rockero de la música en Estados Unidos. Ese conjunto de soul y blues, de gospel y lírica que grita con la inteligencia que viene del folk y la protesta articulada en versos. Siempre tiene demasiado que decir, razón por la que algunas de sus ediciones musicales son la reunión de los temas no incluidos, en algún momento de sus maratónicos encerrones en el estudio. Cada día surge una línea que podría ser algo más, o articula una canción completa. Los filtros de decisión son las emociones vigentes, lo que lo mueve instintivamente en la elocuencia del día. Mis álbumes se volvieron una serie de decisiones, ¿qué incluir?, ¿qué dejar fuera?, escribió como prefacio a los cuatro discos que componen la compilación Bruce Springsteen Tracks, de 1998, y el mismo episodio se muestra casi por década. Pocos tienen además la cantidad de presentaciones en vivo que se han editado para registrar su carrera, desde la gira de 1985 en París, o el concierto especial para MTV en 1993, hasta las memorias de Bruce Springsteen in his own words, de 2016.

“Show a little faith, there’s magic in the night…”. Thunder Road.

Sin que los premios se antepongan a presentación alguna, El Jefe lo ha ganado todo. Sus Grammys podrían hacer una valla de seguridad, mientras que su tema Streets of Philadelphia, escrita para la película de Jonathan Demme (1993) ganó el premio Óscar. También tiene el Globo de Oro por el tema The Wrestler, para la espléndida cinta homónina de Darren Aronofsky (2009) y los títulos y honores se expanden como la demoledora Wrecking Ball (el disco y la gira) que pareció generar una ignición energética en los últimos años de su carrera.

“My only faith’s in the broken bones and bruises I display” canta en The Wrestler. Y lo que para la película explica la vida en un encordado de glorias irregulares y dolores permanentes de un luchador en el ocaso, para Springsteen es lo que solemos conocer como hasta el último aliento. Darlo siempre todo, y así hasta el final. Y para eso hay que jugarse la piel, pero ante todo siguiendo el curso de los intereses personales centrados en lo que está pasando, porque hasta las baladas más sencillas evaden la simpleza. Es capaz de ser el más duro con una sola línea.

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▲ Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

La explosión escénica de El Jefe en vivo no se mide por el número de temas en el set list, sino por adrenalina y pasión sin merma de categoría en conciertos que nunca son inferiores a las tres horas. No importa qué clase de gran escenario y pirotecnia portes, difícilmente estarás a la altura del italiano irlandés de Nueva Jersey. Es algo inasible, sin comparación, menos con sus aliados de la E Street Band (alguna vez fue La Bruce Springsteen Band) distribuidos como un frente de batalla armónico que mueve la sensibilidad del auditorio como un tensor de acero. Así lo probó en su actuación en el Super Bowl XLIII, donde Bruce aplanó defensivas mediocres para impactar a todos. Gracias a la publicidad mediática del encuentro, lo adoraron los millones de siempre, mientras muchos en el mundo se enteraron que existía… y se quedarían con él.

Bruce es ahora una extraña acumulación de éxitos y clásicos (que nunca será lo mismo).

Better Days, The River, Glory Days, Thunder Road, y desde luego Born to run, fábula de ruptura como la road movie que acumula todos los sentimientos de una crisis colectiva. Con frases que buscan proteger visiones y sueños, que señalan el escape y que hablan de un huidizo sueño americano, Springsteen

En el pináculo de un sueño americano que niega por injusto, porque las condiciones de los obreros son de un contraste criminal con el estilo de vida de los ejecutivos de grandes corporativos, un día Bruce se sintió defraudado. Enemigo de los panfletos, pensó que lo más patriota que podía hacer era una composición anti patriótica. Entonces hizo Born in the USA. La canción habla de la guerra, de las promesas de la gran tierra de justicia y libertades que cerca brecha a los sueños de la gente.

“Got in a Little hometown jam,
Me metí en un aprieto en la ciudad,

So they put a rifle in my hand,
Así que pusieron un rifle en mi mano,

Sent me off to a foreing land,
Me enviaron a una tierra extranjera,

To go and kill the yellow man.
Para ir a matar al hombre amarillo.”

La crónica sigue evocando amores y muertos en Vietnam, un regreso sin gloria, un rechazo laboral, una vida truncada nacido en Estados Unidos. Grito en camisa pegada, mezclilla firme y botas vaqueras, es decir, como ha sido siempre, no hay mutación para cada mensaje. Es lo más genuino en escena, obra musical y sin omisiones. El videoclip lo dirigió el reconocido cineasta Jon Sayles (director de películas como Passion Fish, Hombres Armados o Lone Star) en 1984. Años después lo afectarían profundamente los disturbios de Los Ángeles y los ataques del 11 de septiembre. También dijo lo suyo.

Bruce asegura que lo sigue estremeciendo escuchar un tema propio por la radio. Ese fragmento que ha trabajado por mucho tiempo para que sea parte del cuerpo de un disco. Tener el mejor nervio en escena equivale a no perder los nervios de la primera cita o aquella primera guitarra chatarra que se sentía como un Cadillac cuando llegó la primera banda denominada The Cantiles (antes fue The Rouges, pero no pasó demasiado).

De crónicas, remembranzas, metáforas y algo de vida opresiva llegaron The Gost of Tom Joad, Dream Baby Dream, If I Should fall behind, Dead man Walkin, y piezas que tocaron con otra profundidad en la desgarradora My city of ruins (sigue retomándose la frase Tell me how do I Begin again), la durísima secrecía romántica de Secret Garden, la nostalgia líquida de Independence Day, la emoción sutil de New York Serenade, la fiesta sensorial que se encuentra en The Rising, o la exaltación exquisita de Dancing in the dark, el encanto de Drive all night, o la sinfonía de todos los tiempos llamada The land of hope and dreams.

Mientras algunos amigos siguen andando las millas del mundo a su lado como Steve Van Zandt, otros dieron el paso largo antes que él, como el prodigioso Big Man Clarence Clemons, pero Bruce sabe que hay que seguir. No es una casualidad o un incidente (“I’ve seen champions come and go”, canta en Wrecking Ball), y es más que un impulso; es lo que debe ser. Decadencia es palabra para alguien más, no para El Jefe. Sus conciertos siguen siendo un impulso catártico que parece en busca de un infarto, como sacudiéndose el bronce que ya quieren sobre sus hombros los elogios que hablan del mito que transpira. Si queda una frase, un acorde, una forma de decirlo con estilo, él lo hará. Finalmente, Bruce siempre será Tougher tan the rest.