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Sufrimiento o gloria en 90 minutos

De lágrimas, risas y amor a primera vista
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▲ Miles de aficionados, extranjeros y locales, coinciden en las plazas públicas y generan un gran intercambio futbolístico y cultural .Foto Afp
Corresponsal
Periódico La Jornada
Viernes 29 de junio de 2018, p. 7

Moscú

Las lágrimas de tristeza se tornaron de alegría, a pesar de encajar una goliza vikinga, y prevalecieron el miércoles anterior en la fanaticada mexicana aquí en Moscú cuando se supo cómo terminó el partido de Alemania contra Corea del Sur, en el que sucedió lo impensable: los vigentes campeones del mundo cayeron por dos goles de diferencia y quedaron en último lugar del grupo antes de tomar un taxi camino al aeropuerto para retornar a Berlín, mientras México pasó a la siguiente fase de este Mundial.

El encuentro de cuartos, llegando como segundo de grupo, pinta más complicado que con Suiza y habrá que vencer a Brasil. El lunes siguiente nos esperan 90 minutos de sufrimiento o de gloria.

Los que están muy contentos con el Mundial, como usted podrá imaginarse, son los dueños de los hoteles en las ciudades sede, porque –con la afluencia de extranjeros siguiendo a sus selecciones– podrán sacar en unos días más ganancias que en todo el año. Y no sólo por las desmesuradas tarifas que cobran por noche, gracias a la FIFA y a las fifas.

Escrita con minúsculas, se desconoce el origen de esta palabra en ruso que no guarda relación con la Federación Internacional de Futbol Asociado, pero el afamado Diccionario de Efremova asienta que fifa se refiere a una joven mujer liviana de pensamientos, vacía de cerebro, que le gusta llamar la atención con su ropa, con su apariencia.

Preguntado un amigo que da clases de literatura francesa si el sustantivo de la jerga rusa tiene algo que ver con Madeimoselle Fifí, de Guy de Mauppasant, el experto cree que no mucho, salvo la coquetería que exultaba el personaje galo. Un filólogo acude en nuestra ayuda y sugiere que fifa es una derivación onomatopéyica de fi, sonido despectivo que sirve a las caprichosas, sin tener el nivel económico de las niñas fresas que podemos imaginar despreciando un foi gras en los restaurantes de Polanco, para expresar que no les gusta algo.

Las fifas, sonrisa en labios entran a los hoteles del brazo de un turista ataviado con su vestimenta más valiosa –la camiseta sudada de su equipo–, consumen champaña en el bar y, por el simple placer de probar algo diferente, suben a los aposentos del afortunado.

Este homenaje a la libertad sexual inspiró al retrógrado editorialista del diario MK a redactar un demoledor texto que, con toda la bilis que fue capaz de secretar su maltrecho hígado, encabezó: Generación de mujerzuelas: las rusas avergüenzan a sí mismas y al país en el Mundial.

Sin embargo, las fifas no son prostitutas ni estamos en 1980, cuando las autoridades soviéticas deportaron de Moscú, en vísperas de los Juegos Olímpicos, a todas las sexoservidoras y vagabundos para no estropear la imagen idílica del socialismo real. Ahora, salvo a los puritanos que necesitan hielo para enfriar su hiel, a nadie le importa aquí que una parejita recién formada, una media hora después de conocerse, entre a un hotel, siempre y cuando pase todos los controles de seguridad, el invariable arco detector de metales incluido.

Además, resulta francamente complicado distinguir a una prostituta de la cónyuge de un ruso adinerado con ínfulas de dama de alta sociedad: de figura escultural, ambas llevan ropajes carísimos y casi todas ya se dieron una vuelta por alguna clínica de cirugía plástica.

Un breve paréntesis: en cuanto a las personas en situación de calle, ciertamente se ven menos durmiendo en las estaciones de tren o parques de Moscú. Se dice que las autoridades los llevaron de vacaciones a albergues en ciudades donde no se espera que ponga un pie ningún visitante extranjero, garantizándoles durante este mes comida, catre y regadera con agua caliente y jabón. Los únicos que de vez en cuando podemos ver tirados en el suelo, hasta que la policía los levanta, son los borrachines de toda la vida, que no merecieron viaje de asueto gratis.

Por placer

Retomando el tema, las fifas no se acuestan por dinero, lo hacen por que les da la gana y, a veces, provocan escándalos que podrían acabar en batallas campales, de no intervenir a tiempo los guardias de seguridad de los hoteles en tanto arriban los refuerzos de la guardia nacional.

Este es un ejemplo digno de figurar en una antología. Sucedió en San Petersburgo el día en que Rusia derrotó a Egipto y algunos egipcios, tras empinar el codo con abundante bebida local, quisieron compensar la tristeza con dos alegrías carnales: un Rib Eye a la parrilla en término de 3/4 y, de postre, una fifa.

Una despampanante hembra, de nombre Ksiusha, llegó al bar del hotel abrazada con un descendiente directo de los faraones, a juzgar por los aires de grandeza que se daba el tipo al ordenar al mesero que trajera otra botella de Dom Pérignon Plenitude vintage cosecha 1998 como quien pide un refresco de cola en la tienda de la esquina. Un compatriota suyo, no menos pudiente, empezó a hacerle ojitos a la cortejada señorita y ésta aceptó subir a su habitación, dejando al otro aspirante con su botella de vodka y lo que quedaba de champaña de ella.

Nadie sabe que pasó, pero después de un rato salió la fifa del cuarto del triunfador de la disputa y se fue directo a dónde estaba a punto de acostarse, sin más compañía que su desolación, el primer enamorado fugaz, afrenta intolerable que no pudo soportar el despechado Romeo del Cairo, quien intentó abrir la puerta de su rival a patadas con ganas de matarlo. Al griterío se sumaron los amigos y familiares de un contrincante que estuvieron a punto de liarse a golpes con los familiares y amigos del otro. La sangre no llegó al Neva por la oportuna intervención de la guardia de seguridad. Y Ksiusha, que estaba tomando la enésima copa de champaña sentada en la cama, que resultó la del estribo, se puso su chamarra y, tras lanzar como reproche qué celosos son estos egipcios, se fue a dormir a su casa.

En general, salvo los elevados precios y el insoportable ruido que a veces hacen algunos inquilinos, los extranjeros alojados en hoteles no han tenido mayor problema. Ciertamente, en la ciudad de Rostov del Don, días después de que México le ganó a Corea del Sur, un adolescente o un subnormal, o ambas cosas a la vez, hizo que evacuaran de madrugada varios hoteles, tras avisar por teléfono que explotaría una bomba.

Quienes prefirieron la opción de un departamento a través de una plataforma de alquileres vacacionales, tampoco se quejan. Bueno, salvo el nigeriano que quiso interpretar una danza ritual yoruba de buena suerte, acompañado del estruendo de tambores de sus compatriotas, la madrugada previa al partido contra Argentina, lo que no supieron apreciar sus vecinos rusos que le tiraron, desde el tercer piso, un cubo de agua fría.

Y también se conocen casos de generosidad extrema por parte de los rusos. Por ejemplo, un aficionado de Egipto, este no descendiente directo de faraones, de nombre Ismail viajó hasta Yekaterimburgo, donde se puede poner un pie en Europa y otro en Asia, y pagó por adelantado una estancia en un departamento que no existe. Se sentó a llorar su triple desgracia –no tenía dónde dormir ni dinero para pasar la noche en un hotel y, por si fuera poco, Egipto perdió con Uruguay– y se difundió en las redes sociales que deambulaba por la ciudad un desgraciado con un letrero pidiendo ayuda.

Una mujer llamada Nina se apiadó de él y le ofreció el calor de su casa sin cobrarle un centavo. Dentro de nueve meses se sabrá si se tra-tó de un encomiable gesto de compasión o de un amor a primera vista.