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Invento de hace 150 años

Nuevo auge de las máquinas de escribir; ahora burlan a hackers

Wikileaks y la falta de privacidad en Internet detonan interés de gobiernos y particulares

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▲ Máquina de escribir del autor de Pedro Páramo. Imagen tomada del libro Noticias sobre Juan Rulfo: La biografía, de Alberto Vital, editado por la fundación Juan Rulfo y Editorial RM. Publicada con la autorización de la fundación
 
Periódico La Jornada
Domingo 24 de junio de 2018, p. 21

Berlín

Se llaman Erika, Gabriele, Olympia o Valentine: las máquinas de escribir son un elemento clave del siglo XX, al igual que la televisión y los tocadiscos. Hace 150 años, el 23 de junio de 1868, la empresa estadunidense Remington patentó la primera máquina de escribir industrial tal y como la conocemos hoy en día. Al contrario que sus predecesoras, la Sholes-Glidden tenía el teclado que utilizan hoy las computadoras.

Actualmente los teclados tienen las letras Q, W, E, R, T, Y bajo la fila de números, de ahí que se hable del teclado QWERTY. Los investigadores primero lo intentaron con un teclado ordenado alfabéticamente, pero después se dieron cuenta de que debían repartir los toques por igual entre la mano izquierda y derecha, explica Winfrid Glocker, conservador de tecnología papelera, de impresión, textil y de oficina en el Museo Alemán de Múnich.

En un principio estaba pensada para facilitar la escritura a las personas ciegas o con problemas de vista, pero las mejoras técnicas hicieron que al cambiar de siglo el invento alcanzara el éxito mundial. Las ventajas: todo se leía fácilmente y se podrían realizar copias mediante la técnica del papel carbón (o calco).

Entre los pocos que prefirieron seguir escribiendo a mano se encontraba el nobel de Literatura Thomas Mann, dice Glocker. “Hasta el final de su vida hizo que le permitieran entregar su manuscrito como manuscrito y no como documento escrito a máquina. Escribió a mano Los Buddenbrook y también Confesiones del estafador Felix Krull. Por aquel entonces ya hacía tiempo que era normal que se obligara a los autores a entregarlos escritos a máquina, por ellos mismos o por otra persona”, señala.

Se empezaron a fabricar numerosas versiones de la máquina, también con teclados con diferentes escrituras. La organización nazi SS incluso hizo que se le añadiera una tecla con su símbolo. Las máquinas de escribir se extendieron por el mundo y la tecla de corrección resolvió también uno de los mayores problemas.

Sin embargo, el manejo del invento era para muchos un duro trabajo, tanto para estudiantes como escritores.

“J.R.R. Tolkien era profesor de una asignatura relativamente exótica y no tenía dinero para hacer que unos mecanógrafos cualificados escribieran El señor de los anillos. Tecleó él mismo el enorme volumen tres veces”, cuenta Glocker.

Klaus Neudeck empezó a trabajar como aprendiz a los 16 años, en 1960, para el gigante alemán de las máquinas de escribir Olympia. En los mejores años, entre 1960 y 1970, vendíamos al año un millón de máquinas en todo el mundo. Teníamos 17 filiales en todo el mundo. Éramos uno de los proveedores líderes en todos los países, recuerda Neudeck, que hoy tiene 74 años. Acabé siendo gerente. Después se vendió Olympia a una empresa china, continúa. Y luego de eso abandonó su cargo.

Con el tiempo, las máquinas de escribir se mudaron al desván, dice Veit Didczuneit, director de las colecciones del Museo de Comunicación de Berlín. A partir de los años 70 las computadoras fueron ganando terreno poco a poco a las máquinas e Internet hizo el resto. Pero muchos siguen conservando las viejas máquinas como decoración.

Cada semana nos ofrecen una nueva máquina de escribir y también las aceptamos regularmente, según Didczuneit. El museo ya cuenta con 300 ejemplares. Los donantes a menudo cuentan la historia familiar que hay detrás de la pieza, que quieren que quede en buenas manos. Mientras que aquí hay mucho que ver, en la web Conserve the Sound hay mucho que escuchar, por ejemplo el sonido de una Adler Gabriele 2000.

En YouTube también es muy popular la escena del cómico estadunidense Jerry Lewis en la que da un concierto con el sonido de una máquina de escribir invisible, una composición del músico Leroy Anderson.

Pero quien piense que esta tecnología ya sólo es propia de un museo, se equivoca. Olympia, por ejemplo, sigue vendiendo hoy en día en Europa y Medio Oriente máquinas fabricadas en Asia, según Neudeck. Cada año venden entre 6 mil y 8 mil unidades.

Y es que hay tareas en las que las computadoras fallan, destaca Neudeck: Si tiene que rellenar unos formularios, debe hacerlo de forma exacta. En ese caso la máquina de escribir es aún el mejor medio y el más rápido. En muchas oficinas se ve la máquina de escribir en el armario archivador y se usa cuando es necesario. Sin embargo, hay pocas empresas que las compran.

Neudeck sigue trabajando en la venta de licencias de Olympia: “Hace unos meses recibimos una consulta de una autoridad rusa: necesitaban máquinas para escribir protocolos ‘antiescucha’”, comenta. Sin embargo hasta ahora no han realizado un pedido.

Al parecer desde que existe Wikileaks el interés por las máquinas de escribir ha aumentado en Rusia. Según un viejo artículo del periódico ruso Izvestia, en los últimos años no sólo las autoridades de protección civil rusas se interesaron por estos inventos seguros ante la amenaza de los hackers, sino también el servicio secreto FSB.