16 de junio de 2018     Número 129

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Adolescentes indígenas:
¿qué tenemos que aprender?

Anadshieli Morales Colaboradora en LetraeSe e integrante del Grupo de estudios sobre derechos, géneros y diversidades, Degedi, A.C


De adultos pequeños a adolescentes con derechos.

Antes de la edad media (siglo XVI), concebir a las personas infantes como sujetos de derechos era impensable, pues se les consideraba adultos pequeños, lo que les condenaba a no poder gozar de estatutos como la protección, la salud y la educación. Más tarde, el concepto de infancia se amplió, de acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidades para la Infancia (Unicef), para que la adolescencia correspondiera al período de vida de entre los 12 y los 17 años.

Se dice que la adolescencia es un proceso en el cual las personas comienzan a identificarse y concebirse mayores -destacando los aspectos sociales más que los fisiológicos-, apoyado de un contexto social, una educación escolarizada e infinidad de productos culturales. Esta etapa concebida fuera del aspecto biológico permitió garantizar que las personas adolescentes pudieran gozar de derechos, entre ellos los sexuales y reproductivos, desde su reconocimiento hasta el ejercicio de estos.

Según la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH, 2017) México cuenta con 11 millones de adolescentes de 14 a 17 años, los cuales representan el 10 por ciento de la población total del país. Las mujeres adolescentes representan un 50.6 por ciento de la población total de jóvenes de 12 a 29 años, según el Instituto Mexicano de la Juventud (Imjuve).

El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reportó en 2010 un aumento de la población indígena adolescente a un millón 725 mil 924, de los que 869 mil 532 eran hombres y 856 mil 392 eran mujeres. El Estado de México contaba ese mismo año con una población de 7 millones 778 mil 876 de mujeres, las cuales representan el 51.26 por ciento de la población total.

Se aborda el caso del Estado de México, ya que según el Diagnóstico con perspectiva de género de la situación y condición de las mujeres indígenas de la entidad (2012) las indígenas adolescentes sufren una doble discriminación: por ser mujeres y ser mujeres indígenas y en el último de los casos, ser mujeres indígenas adolescentes.

A partir del Programa de Apoyo a las Instancias de Mujeres en las Entidades Federativas por parte del Instituto Nacional de Desarrollo Social y el Consejo Estatal de la Mujer del Estado de México, se llevó a cabo el proyecto Talleres sobre derechos sexuales y reproductivos para prevenir la violencia contra las mujeres y el embarazo adolescente durante los meses de Septiembre-diciembre, 2017 en cinco comunidades de la entidad con presencia indígena (mazahua, otomí, nahua, matlazinca y tlahuica): Almoloya de Juárez, Temascaltepec, San José del Rincón, Temoaya y San Felipe del Progreso. Los talleres se trabajaron con adolescentes de secundaria de las comunidades mencionadas. 

El desconocimiento de los estereotipos de género, la violencia física, sicológica, sexual, económica y patrimonial enfrenta a las adolescentes a situaciones que las violentan. Las actividades del proyecto relacionadas con el conocimiento y reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos de las adolescentes estuvieron encaminadas a prevenir problemáticas vinculadas con su ejercicio y a contribuir con acciones específicas para concientizar sobre el embarazo adolescente y la violencia de género y su prevención.

Las experiencias de las adolescentes resaltaron que dentro de su contexto prevalece la falta de oportunidad para el desarrollo individual, social y estructural para ejercer una sexualidad autónoma y responsable, pues en los espacios familiares y escolares prevalecen estereotipos de género, en algunos casos pobreza y vulnerabilidad. Así mismo, desde el ámbito sociocultural, los usos y costumbres también son factores que limitan el ejercicio de este derecho, puesto que se antepone “la cultura tradicional” para justificar acciones que no permiten la libre actuación de las adolescentes en sus derechos sexuales y reproductivos.

“La virginidad la considero importante porque así me dijo mi familia”, “en mi comunidad [Temoaya] no se les permite a las mujeres que decidan no tener hijos porque si no ya no podrán heredar sus tierras”, “existe mucho machismo en la calle y la familia. Cuando vas por la calle te dicen mamacita”, “cuando una mujer se embaraza adolescente la tratan mal, le dicen que ya arruinó su vida. No hay apoyo”, “la primera vez debe de doler”, “en el centro de salud no te dan información sobre métodos anticonceptivos y no respetan mi privacidad”, “Tenía una perforación en la lengua que le estaba enseñando a mis amigas, cuando un amigo se acercó a mí como para besarme. Como me alejé de él se enojó y me dijo - ¿te vas a poner así? -  Yo no quería besarlo y por eso se enojó”.

Lo anterior son algunas experiencias que resaltaron las adolescentes a lo largo de las sesiones sobre temáticas relacionadas a los tipos y modalidades de violencia, la coerción y violencia sexual y el uso correcto de métodos anticonceptivos. Estos testimonios, aunque cortos, expresan la poca información sobre temas importantes en el ejercicio de la sexualidad como el uso correcto y restricción de métodos anticonceptivos y la idea de la virginidad como el valor que designará respetar o no a la adolescente, así como el acceso legal, seguro y gratuito a la interrupción del embarazo que con la práctica naturalizada forman parte de las problemáticas que viven donde la única manera de atenderlas es la prohibición o bien, el silencio.

Al concluir los talleres se realizó una evaluación diagnóstica para conocer qué tanto aprendieron las adolescentes sobre los temas mencionados. La lectura e identificación de los derechos sexuales y reproductivos y su exigencia dentro de su comunidad fue exitosa: más del doble de participantes logró ubicarlos y la mejor forma de prevenir violencias de acuerdo con su contexto para evitar en medida de lo posible la violencia de género.

¿Qué tenemos que aprender de estas adolescentes? La respuesta puede ser simple: se tiene que llegar a los espacios en donde las personas no van. Se tiene que visibilizar las violencias occidentalizadas con una perspectiva intercultural y no subestimar que las adolescentes no entienden temas que desde la academia se estudian como el género, la sexualidad y la prevención de la violencia. Pese al poco tiempo de trabajo con ellas, el hecho de que las puedan responder conceptualmente cuando se le pregunta a qué nos referimos cuando a una mujer le pagan menos que a un hombre por hacer el mismo trabajo como “discriminación por género” (en el caso excepcional de Temoaya que fue al unísono) habla de cambios sustanciales que denotan esperanza para disminuir violencias en el micro espacio social para llegar a cambios estructurales.

Si bien las adolescentes conocieron a grandes rasgos los derechos de los que eran dueñas, valdría la pena que se diera un seguimiento para que realmente se pueda incidir en el desarrollo de una cultura preventiva en términos de prácticas de abuso y que ponen en riesgo las expresiones de su sexualidad en el espacio comunitario, institucional y familiar de forma simbólica y estructural que limita el ejercicio pleno de sus derechos sexuales y reproductivos.

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