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Ver día anteriorMartes 12 de junio de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Miente, que algo queda
“S

i existiesen esos tres departamentos a mi nombre, se los regalo al señor Meade”, contestó Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a uno de los recurrentes ataques que le lanzaron los otros candidatos durante el segundo de eso que algunos llaman debate. Pocos días después cené con un distinguido panista, al que aprecio y respeto, y entre muchas otras, me dijo dos cosas: me contó cómo cambió (para mal) la personalidad y el trato de Felipe Calderón ya en el poder, y me dijo que, si algo sabemos de López Obrador es que eso no le pasará: es ajeno al mareo del poder por el poder; y, sobre el tema de este artículo, no les cabe en la cabeza que a López Obrador no le interese la riqueza material. Y mientras no entiendan eso, van a seguir dándose de topes con la realidad.

No les cabe en la cabeza. A personajes como a los que Meade protege o que a Meade asesoran; a personajes como a los que Anaya protege o a Anaya asesoran; a los propios señores Anaya y Meade les resulta inconcebible, al parecer, que un hombre que ha sido jefe de Gobierno de una de las ciudades más grandes y conflictivas del mundo, que un hombre que está a punto de alcanzar la Presidencia de la República, sea inmune a la ambición vulgar de poseer un departamento en Miami, una casa en Atlanta, un castillo en la Riviera maya o francesa, cuentas en euros en paraísos fiscales, y todas esas pequeñas cosas, desde autos o relojes hasta botellas de vino, que los políticos tradicionales atesoran en sus mansiones, custodiados por eficaces guardianes.

Así, le acumularon a AMLO mansiones en La Toscana (tan sólida y contundentemente refutada, que es increíble que haya gente que aún lo crea), tres departamentos (las carcajadas frente al ridículo hecho por Meade aún no se apagan), y corbatas, relojes, autos, zapatos, yates inexistentes, suyos o de sus parientes inmediatos. Cada una de esas calumnias, como cada una de las calumnias sobre bienes o cochupos, transas o contratos como los que cada semana se muestran documentadamente sobre políticos priístas o panistas, no ha hecho otra cosa que terminar fortaleciendo al candidato de la oposición.

Se podría argumentar que, de uno y otro lado, hay cuentas escudadas en el anonimato y campañas de repetición de mensajes de descalificación. Pero en el caso de las campañas de los señores Anaya y Meade, las campañas de descalificación y de odio surgen de los propios candidatos y de sus inmediatos asesores. Los candidatos se exhibieron en el primer debate manipulando números de manera fácilmente refutable. ¡A qué apostaban, a que a ellos los verían millones de personas en cadena nacional y que las refutaciones no tendrían igual impacto?

Las mentiras y la campaña sucia es moneda corriente en las declaraciones de Aurelio Nuño Mayer y Javier Lozano Alarcón, del cuarto de guerra de Meade; o de Jorge Castañeda y Diego Fernández de Cevallos, en el de Anaya. Y de la mentira a la denostación, sólo hay un paso.

Así, Nuño: “Lo único que te muestra… es que ya no está en sus cabales, que está francamente desequilibrado”. Tuits, mensajes, entrevistas igual o más ofensivas pueden rastrearse en otros destacados personajes de las cúpulas del PRI, el PAN y sus adláteres y subordinados, como el PVEM y el PRD.

De ahí al racismo y clasismo de muchos dirigentes y funcionarios menores de ambos partidos, o militantes de una u otra campaña, sólo hay otro paso… los dos más recientes son el funcionario colimense que llamaba a votar por López Obrador con la mugre de los dedos, o la increíble turista que en Madrid, además de exhibirse, entre brinquito y brinquito gritó (grito recurrente), pónganse a chambear.

Si así actúan quienes tienen nombre y apellido, sí así lo hacen los jefes de las respectivas campañas, no debe extrañarnos que en las redes sociales los infundios y los denuestos lleguen a increíbles niveles de virulencia.

Si la mentira descarada o la dscalificación soez son las armas de coordinadores de campaña, ¿qué se puede esperar del anonimato de las redes?

Las redes sociales dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas.

Twitter: @HistoriaPedro

Blog: lacabezadevilla.wordpress.com