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La soberanía de la clase trabajadora
U

na idea interesante ­en Le Monde Diplomatique de septiembre 2014: la izquierda, el socialismo, es una idea muy joven, apenas comenzó hace siglo y medio o dos siglos a mucho decir. Iniciando por el capítulo del socialismo utópico, continuando por el científico de Carlos Marx y Federico Engels, después por el socialismo real de su aplicación práctica, y todavía por una y mil versiones vinculadas a la pluralidad de situaciones y elaboraciones teóricas posteriores a la caída del muro de Berlín.

En la visión del socialismo clásico, en todo el desarrollo capitalista ha existido más abierta o solapadamente una lucha de clases que para los trabajadores ha significado un papel de hacedores de valor, pero de lo cual es despojado por los propietarios de los medios de producción, que en el movimiento económico se apoderan de una cantidad desproporcionada en su beneficio, que es la plusvalía de los capitalistas, y de la que resulta la posibilidad de una acumulación sólo limitada por la naturaleza o la biología.

Pero el hecho de la responsabilidad, que es uno de los principios derivados de la lucha de clases, el capital se ha visto obligado a pagar por sus abusos y ­destrucciones.

Tal es uno de los éxitos de la lucha de clases (el pago de salarios, de evitar despidos injustificados, los salarios caídos de los huelguistas, las compensaciones médicas por accidentes y enfermedades, etcétera).

Lo que ha ocurrido es que un grupo social particular (los capitalistas) se presenta como representante del interés general de la sociedad, que confunde con sus propios intereses. El otro universo, el de los asalariados, ha tenido como proyecto histórico encarnar al conjunto social, pero hasta ahora ha fracasado en este propósito. Ser de izquierda supone no admitir nunca que el capital encarna a la entera sociedad y que sus principios son inamovibles. No hay tal soberanía del capital, entre otras razones porque se le opone la soberanía del proletariado como aspiración. Se trata de una dura lucha política y teórica en cada sociedad ­específica.

Uno de los efectos más interesantes ocurre cuando una sociedad concreta se moviliza democráticamente para tomar en sus manos los órganos del Estado ­capitalista.

La democracia de las mayorías es un factor posible que contradice el pretendido poder absoluto del capital, digamos como ocurre ahora en México en las elecciones del primero de julio de 2018, que le darán el triunfo a Andrés Manuel López Obrador.

Por supuesto, las luchas nacionales por la soberanía del proletariado tienen su contraparte internacional, de suerte que las batallas políticas nacionales puedan ampliarse, según sus necesidades, y sin ningún sometimiento político.

Justo lo contrario de lo ocurrido con José Stalin. La izquierda podría ser entonces varias izquierdas autónomas y libres.

Pero las modalidades de estas izquierdas surgirán al mismo tiempo que se construyen, en el movimiento real de la historia, siempre enmarcado ese movimiento por una idea central: la conquista de la soberanía por la clase trabajadora, que es el reverso del poder del capital.