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Arqueología sionista: con la Biblia y los buldócer
E

n el folleto del museo arqueológico de Tel Aviv, el investigador colombiano Carlos de Urabá leyó: “Las excavaciones llevadas a cabo a lo largo y ancho de Israel por los investigadores, han desvelado una verdad inobjetable: Dios ha elegido a su pueblo para gobernar sobre Tierra Santa. […] Por lo tanto, este museo, que atesora la herencia divina de los antepasados, servirá para mantener eternamente el fervor nacionalista y el amor patrio de las futuras generaciones”.

Con lenguaje similar, un video de 15 minutos proyectado en 3D, explica a los miles de turistas anuales que visitan la llamada cuenca sagrada de Jerusalén, que incluye la Ciudad Vieja, el monte de los Olivos y el barrio palestino de Silwan: “El pueblo judío nunca olvidó su capital eterna […]. Tres mil años después del rey David, hemos vuelto al monte donde todo empezó”.

Ahora bien. Imaginemos un folleto del Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México que diga: “Las excavaciones llevadas a cabo a lo largo y ancho del país por los investigadores, han desvelado una verdad inobjetable: Quetzacóatl ha elegido a su pueblo para gobernar sobre México. Por lo tanto… (ídem ant.)”. O bien, que los guías de Teotihuacán informen a los turistas diciendo: “El pueblo mexicano nunca olvidó su capital eterna… etcétera”.

Ningún investigador, guía o ciudadano de a pie en México incurriría en manifestar tal confusión entre política y religión. Pero en el enclave neocolonial llamado Israel, el régimen sionista se muestra empeñado en confirmar lo escrito en el Antiguo Testamento. Por ello, el profesor de arqueología Rafi Greenber, de la Universidad de Tel Aviv, sostiene que Israel utiliza la arqueología “como una de las armas para expandir la presencia judía en Jerusalén…”.

Los intentos de reducir Jerusalén a una ciudad exclusivamente judía datan de la Guerra de los Seis Días, cuando en 1967 el ejército de Tel Aviv ocupó el área oriental. Así pues, en abierto desafío al derecho internacional (que prohíbe excavar en los territorios invadidos de Palestina), y violación de las reglas éticas establecidas por el Congreso Arqueológico Mundial, los sionistas se han concentrado en buscar el hipotético reino de Judea, ignorando los ulteriores 3 mil años de historia.

Dichas reglas sostienen que el legado cultural indígena incluye sitios, lugares, objetos, artefactos, y restos humanos, así como el establecimiento de colaboraciones y relaciones equitativas entre arqueólogos y la herencia cultural de las poblaciones indígenas investigadas. Sin embargo, el régimen sionista lleva excavados más de 980 sitios arqueológicos en Cisjordania.

El sionismo se ha presentado a sí mismo como un retorno a la patria judía original, y no como una conquista de territorios extranjeros. De ahí que a sus arqueólogos sólo les interese subrayar el pasado judío y bíblico del país, diferenciándolo de otras empresas coloniales más convencionales (Yigal Bronner y Neve Gordon, Excavando conflictos, Counterpunch, abril 2008).

Veamos la dramática situación de Silwan, barrio palestino situado a tiro de piedra del Monte del Templo y de la mezquita de Al-Aqsa. La narrativa bíblica asegura que Silwan habría sido el sitio donde el rey David proclamó a Jerusalén como su capital hace… 3 mil años. Siendo los colonialistas británicos, de finales del siglo XIX, los primeros en realizar excavaciones en el lugar que el historiador judío Flavio Josefo menciona mil 100 años después.

En enero pasado, casualmente, los arqueólogos sionistas descubrieron en la ciudad vieja de Jerusalén un sello de arcilla de 2 mil 700 años de antigüedad. Prueba científica (según la Autoridad Israelí de Antigüedades) de la existencia de un gobernador judío en la ciudad. Y para lograr tales hallazgos, todas las culturas milenarias que vivieron en Jerusalén y sus alrededores sobran.

Las excavaciones ilegales con la demolición de Harat al Magharibeh, barrio musulmán de ocho siglos de antigüedad, que se extendía frente al Muro de los Lamentos y albergaba 650 residentes en edificios ayúbidas y mamelucos. En pocas horas, los arqueólogos sionistas (únicos del mundo que usan buldócer), redujeron a escombros sus viviendas.

Igual suerte vienen corriendo los palestinos de Silwan, con las excavaciones por debajo y alrededor de Haram al-Sharif, el recinto que alberga la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al-Aqsa. Estas excavaciones han sido condenadas firmemente por la Unesco, que en 2016 emitió una resolución criticando las políticas generales de Tel Aviv hacia el complejo.

El investigador Carlos de Urabá, cuenta que durante el tour por la cuenca sagrada el guía omitió mencionar a los residentes palestinos de Silwan, así como la localidad sobre la cual fue construido el complejo arqueológico. Y cuando preguntó, el guía describió a Silwan como una aldea árabe, no muy antigua, con importantes restos del pueblo judío guardados por debajo.