Opinión
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Trump y el TLCAN: ocho meses de insolencia
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in que viniera a cuento, el presidente Donald Trump aprovechó ayer una reunión con ejecutivos del sector automotriz para arremeter de nuevo contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), al cual calificó de un desastre horrible para Estados Unidos. Repitió su tópico de que el acuerdo supone la gallina de los huevos de oro para México y Canadá.

Esta nueva andanada debe entenderse en el contexto de presiones para que sus contrapartes acepten las exigencias de su gobierno con tal de salvar el acuerdo antes del 17 del presente mes, fecha límite para notificar al Congreso estadunidense la intención de firmar el nuevo texto.

A lo largo de los ocho meses transcurridos desde el inicio de las pláticas para renovar el acuerdo, las presiones del magnate han introducido un factor de inestabilidad en la economía mexicana, que se suma al que resulta inevitable cuando se encuentra en juego más de 60 por ciento de su comercio exterior, así como una cantidad difícil de precisar de inversiones futuras que dejarían de captarse, lo cual se ha reflejado en días recientes en la debilidad del peso en el mercado cambiario.

Esta política de coacción no resulta desconcertante si se considera que el propósito explícito de modificar el texto vigente del TLCAN es justamente crear condiciones más favorables para Washington a expensas de sus socios, tal como Trump ha declarado sin empacho por medio de su lema America first (Estados Unidos primero). Lo que sí es notorio a la luz de este afán por perjudicar a México es la paciencia con que los negociadores nacionales han recibido los desplantes y groserías del político republicano, muchas de ellas –incluidas las de ayer– emitidas cuando funcionarios de primer nivel se encuentran en territorio estadunidense para atender las rondas de negociaciones, una grosería injustificable entre gobiernos que proclaman sostener relaciones de amistad.

En este sentido es importante rescatar la opinión publicada el lunes pasado por el ex presidente Ernesto Zedillo, conocido como fervoroso defensor de la globalización de corte neoliberal, quien consideró que México y Canadá no deben firmar un documento que supondría no la actualización del libre comercio para adaptarlo a los cambios económicos y tecnológicos experimentados desde la entrada en vigor del acuerdo, sino la demolición de los intercambios entre los países norteamericanos. Al margen de lo cuestionables que resultan los supuestos beneficios del tratado para el grueso de la población mexicana, el ex mandatario atina al señalar que los intereses nacionales van en sentido contrario a los designios de Trump.

Por último, debe recordarse que la posición del gobierno mexicano en la búsqueda de un nuevo acuerdo se debilita cada día por la proximidad de las elecciones presidenciales y el inminente término de la actual administración federal. La insolencia del gobierno vecino, la imposibilidad de conseguir de él un documento benéfico para todas las partes y el desgaste de las autoridades mexicanas confirman la prudencia de posponer la negociación en tanto no existan las condiciones propicias para un diálogo respetuoso, basado en el reconocimiento mutuo y no en la lógica del despojo.