Editorial
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Corea del Norte, la tensa distensión
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enos de una semana falta para que se celebre la la reunión entre los líderes de las dos Coreas –Kim Jong-un por la del norte y Moon Jae-in por la del sur– que ha generado, por primera vez en mucho tiempo, expectativas de estabilidad política para la península más conflictiva del planeta. Seguramente pensaba en esa reunión el siempre impredecible dirigente norcoreano, cuando anunció que su país detendría los ensayos nucleares y los lanzamientos de misiles balísticos intercontinentales que desde 2006 vienen inquietando a los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), todos ellos aliados de Estados Unidos, y en particular a los coreanos del sur, cuyas relaciones con sus coterráneos y vecinos del norte se mantienen en tensión desde 1950, cuando las dos naciones libraron una guerra que duró tres años y técnicamente aún continúa, dado que los contendientes nunca firmaron la paz.

La disposición, que entraría en vigor a partir de ayer, sábado 21 de abril, fue recibida con optimismo por los presidentes estadunidense Donald Trump y sudcoreano Moon Jae, pero también por mandatarios de otras naciones menos involucradas en la emblemática pugna de las dos Coreas, que es una reliquia de la guerra fría. Sin embargo, ese optimismo contiene una buena dosis de desconfianza, un poco por las suspicacias que el joven mandatario de Pyongyang despierta entre los países occidentales, y otro poco por los argumentos que fundamentan la recién adoptada medida. En efecto, los responsables del programa nuclear norcoreano no interrumpen sus pruebas para contribuir explícitamente a la distensión, sino porque consideran que ya dominan el diseño y el proceso de construcción de misiles atómicos, al punto de que no necesitan seguir con los ensayos.

Dichos ensayos fueron al menos seis, cifra que los especialistas en esas cuestionen consideran suficiente, si se recuerda que India y Pakistán, dos naciones que forman parte del dudosamente selecto club de las potencias nucleares, realizaron media docena de pruebas cada uno antes de ingresar a ese club.

Si es razonable conceder que el nieto del legendario Kim Il-sung mandó detener las pruebas porque ya tiene armas nucleares suficientemente confiables, los entendidos en balística se muestran sorprendidos por la interrupción de las pruebas de misiles. Estos dispositivos requieren, para ser probadamente efectivos, de una larga serie de ensayos que los técnicos norcoreanos no parecen haber completado en su totalidad (de hecho, sólo hicieron tres pruebas con ICBM; las restantes consistieron en el lanzamiento de proyectiles de corto y mediano alcance). Como sea, según informaron las autoridades, el sitio donde alojaban todas las instalaciones de desarrollo nuclear –un punto conocido como Punggye-ri, al noreste del país– sería completamente desmantelado, cualquier cosa que ello signifique.

Más allá de las especulaciones, lo cierto es que la suspensión del programa nuclear norcoreano aporta un elemento de alivio para una zona que permanece en conflicto desde los lejanos días de la Segunda Guerra Mundial, cuando fue dividida en dos zonas (el norte, entonces ocupado por fuerzas de la Unión Soviética, y el sur, donde se asentaban tropas Estados Unidos) que finalmente acabaron por convertirse prácticamente en dos países antagónicos.