Opinión
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¿El Bronco es indicador de algo?
I

mposible soslayar que El Bronco es signo de una descomposición política difícil de calcular en sus alcances. La postración que exhibe se inició con el insólito fenómeno que fue Fox y que hoy culmina con el aparatoso naufragio de Peña Nieto. Lo más lamentable es que tal descomposición no se limitó a esos niveles, si no que, como humedad, se filtró a segmentos de la sociedad juvenil que, estando ya en su madurez cívica no tienen más referentes para su comportamiento político que lo visto en estos casi 20 años de quebranto.

Cómo, si ellos descubrieron en Fox lo ilimitado que puede ser lo ridículo; que conocieron en Calderón la mediocridad letal, y en Peña Nieto el derrumbe ególatra. Así, cómo pedirles ahora que no aplaudan a un candidato que, creyéndose el flautista de Hamelín, busca la Presidencia tocando la guitarra o a otro que nadie atina a suponer sobre por qué, siendo sólo un buen ser humano, aceptó ser candidato. Así, cómo creer que esa situación pudiera ser diferente. Cuáles serían los referentes de esos votantes jóvenes de hoy y los 15 millones de dieciochoañeros que votarán por primera vez (INE). Cómo pedirles más, si eso es lo que han visto siempre y por eso les es normal.

Hay realidades que hacen ver a la juventud votante que la forma escandalosa en que se está dando el proceso de elección en el país entero es propia de los tiempos actuales, que es normal lo que ha estado presente desde que tienen uso de razón. Para ellos los esperpentos que conocen es lo normal, lógico y natural. No tienen por qué sorprenderse, han visto pasar procesos electorales de vergüenza en vergüenza. Muchos viejos hemos olvidado y los jóvenes no conocen paradigmas de dignidad, decencia y eficacia. No existen más los Reyes Heroles sapientes, Heriberto Castillo prudente y generoso o Carlos Castillo Peraza macizo en el saber y actuar. No hay Cuauhtémoc Cárdenas, Luis H. Álvarez o Carlos Madrazo.

Por eso hoy El Bronco es el escaparate de la ruina cívica nacional. El señor ni siquiera se da cuenta de su patético papel. Inadvertido, es el magnavoz justificador de las infracciones de Margarita y de Ríos Piter. Es la resonancia de la calificación vergonzosa de las elecciones del estado de México y Coahuila y de muchos fantasmas del pasado. Entonces, además de este melodrama, ¿qué mal peor nos anuncia?

Así, esa humedad que se aludió, ha manchado todos los espacios. Si a nivel presidencial un presunto guitarrista es candidato, ¿por qué no lo sería un futbolista estrella en un estado? Ese es el nivel al que nos han llevado estos 20 años en los que lejos de avanzar en civilidad hemos retrocedido hacia un melodrama. Si la nueva juventud votante no ha visto otra cosa, por qué le sería exigible el entender la vida de manera diferente con juicios que no sean chunga. Cómo aceptar de otra forma momentos históricos como los que revela esta elección. Votarán por primera vez para presidente más de 15 millones de jóvenes que no conocen más ejemplos que el actual desaseo, ¿entonces cómo pedirles actuar con civilidad ejemplar?

La intrigante palabra desgobierno, parece que sólo alude a una falta de control ejecutivo. No, alude a más. Está referida a las consecuencias de omitir el deber moral de sostener la unidad nacional, de promover armonía y conducta cívica. Se refiere a la resultante de faltar a la inacabable tarea de crear una cultura ciudadana, a la convocatoria virtuosa de conducirse observando la ley. La palabra desgobierno atañe a la frivolidad y tibieza en el ejercicio del poder y sus consecuencias. El desgobierno que estamos soportando es el desmadejamiento del sentido noble de saber lo que es vergüenza, del hundimiento en el cinismo. Las generaciones acostumbradas a este clima han sido formadas en la certidumbre de que es normal este mundo en que todo es admisible, que es disfrutable verlo con carácter de lúdica jugada en la que se pierden o se ganan fichas o doblones. Esa innoble lección se apersona en El Bronco.

Visto así, los que estamos siendo heredados pueblo y gobierno viniente es algo que trasciende a nuestras amarguras por la corrupción, la inseguridad o la deuda externa. Si la sociedad ha sido dañada en primordiales concepciones de su propia vida, redimirla es el primer mandato implícito en el mal. Si este fin de sexenio se aceptara como un fin de ciclo, estaríamos avanzando. Aceptar que se debe acabar lo insoportable, acabar con la autodestrucción en que se nos hundió. Es por eso que El Bronco es un prototipo, un símbolo de lo rechazable, aun si él no lo percibe como algo temible para el futuro nacional.