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Pitol, el escritor de los matices
L

os recuerdo y me recuerdo en el restaurante del hotel María Cristina. Monsiváis no come, devora los huevos a la mexicana, mientras Sergio Pitol nos dice con una gran sonrisa mientras levanta los brazos ante el asombro de los comensales de las mesas contiguas: ¡todo lo que uno necesita es vitamina E!

Es un gran antioxidante...

Pero la verdadera vitamina E. La vitamina E de éxito, nos dice eufórico mientras Monsiváis que conoce como pocos a Sergio, golpea la mesa a palma abierta ahogado de la risa.

Ahora Sergio tiene 85 años y su vitamina favorita lo mantiene en el ánimo de los jóvenes.

Pocos escritores han refrescado tanto la literatura hispanoamericana como Sergio Pitol. Ha hecho de la farsa y la parodia un signo de identidad de sus textos y de la transgresión de los distintos géneros literarios en el motor de sus libros.

La estructura de sus textos lo hacen un escritor nada común. Ahora sólo recuerdo a uno semejante a él y que, como él, tiene fuerte presencia entre lo jóvenes: Enrique Vila-Matas. Por momentos ambos son personajes de sus propias novelas, relatos y los dos combinan el dato erudito con el humor. Uno y otro también le exigen mucho al lector pues sus textos están llenos de matices: construyen grandes historias pero sus conclusiones corren a cargo de los lectores.

Una autobiografía soterrada es el último libro de Sergio Pitol y el final de su obra como él mismo ha dicho. También es uno de sus textos más sorprendentes, pues nos muestra con claridad esa fuga de géneros literarios donde cohabitan la autobiografía y la ficción y donde el ensayo y el cuerpo narrativo se han unificado en su obra. Su autobiografía también es una logradísima radiografía de su quehacer literario. Todo, como él dice, está en todo.

El último capítulo del volumen publicado por Almadía recoge una conversación entre Sergio Pitol y Carlos Monsiváis, su amigo de toda la vida, del famoso Kikos a las calles de París y el mismo con el que fue al Zócalo con el puño en alto para mostrarnos que su corazón late del lado izquierdo.

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Sergio Pitol, en octubre de 2011, en una firma de ejemplares de su libro Memoria: 1933-1966, donde se observa una fotografía de Leonora CarringtonFoto Roberto García Ortiz

Monsiváis le pregunta por qué acercar a los lectores a las entrañas de su trabajo a lo que Pitol responde: Por lealtad a los textos y a los lectores, la carpintería es absolutamente indispensable en mi obra. A diferencia de otros escritores que ocultan su taller personal de escritura, Pitol pone las cartas sobre la mesa para hacérnoslas ver diferentes. No es lo mismo leer a Chejov, que hacerlo de la mano de Sergio mientras nos cuenta una historia en una de sus novelas.

A veces pienso que la escritura de Sergio Pitol tiene mucho de las conversaciones. Más que por el tono, por la manera en que transcurren: los recuerdos nos llevan a autores, canciones, un cuadro, la vida subterránea de las emociones donde todos coinciden.

En la página 24 de su Autobiografía soterrada, el Pitol memorioso que reconstruye su pasado, le confiesa al lector: para tomar distancia suficiente de las correrías del joven audaz del que da cuenta en el libro, utilizaré la tercera persona como si yo fuera otro. El resultado es formidable porque el narrador, en efecto, y pese a la advertencia, se vuelve otro como protagonista.

A estas alturas no se cuál es el libro que prefiero de Sergio Pitol: si el desfile carnavalesco de sus novelas habitadas por personajes extravagantes o sus libros de ensayos permeados por la autobiografía y los espléndidos momentos narrativos... y al escribir esto aparece en mi memoria el espléndido El oscuro hermano gemelo incluido en El arte de la fuga, El mago de Viena o la vibrante Autobiografía soterrada.

Tal vez la vitamina E sea la única que necesite cualquier escritor para la cuenta larga, como ha ocurrido con Sergio Pitol. Es la única que garantiza sin favores ni cocteles, ni campaña publicitaria alguna, la presencia entre los lectores. La única que separa de la paja al trigo y de entre los escritores famosos, los de relumbrón, a los célebres.