Opinión
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No Sólo de Pan...

¿De robar?

U

na familia de origen mexicano en Estados Unidos grabó en un video a una niña de tres o cuatro años cuando la madre le pregunta: ¿por qué robaste el dinero de tu hermana y lo negaste? La niña, que entremezcla palabras en inglés con español, se niega a contestar por qué lo hizo, pero luego acepta: porque robé, pero, como la madre continúa su interrogatorio: ¿por qué lo hiciste?, exclama enojada: “no entiendo, por qué no es una palabra”; entonces la madre dice: es una pregunta, e insiste: ¿tú sabes dónde está la gente que roba? La niña contesta: “en México…” El entorno suelta la carcajada y la madre corrige: no, está en la cárcel; entonces la niña exclama indignada: ¡Basta!

Más acá de la gracia de la anécdota, esto, que hace reír en las redes, contiene al menos dos verdades inquietantes: 1) ¿Cuántos niños no comprenden el significado de ¿por qué?; es decir, la causa, lo que motivó un acto y, por ende, la responsabilidad de quien lo comete? 2) Parece una evidencia que entre la población de nuestros migrantes se menciona a México como el país del robo, sin que exista explicación de la causa. Porque aquí, ¿quién no tuvo también, en la temprana infancia, la tentación irresistible de tomar algo ajeno o aceptar un regalo irresponsable de un amiguito de la misma edad, objetos que al ser descubiertos por los padres obligaron a devolverlos previo severo discurso y acaso un manazo más humillante que doloroso? Suceso con marca indeleble en la construcción de la ética social. Pero eso era antes de YouTube. También hubo niños que crecieron bajo el resentimiento social (justificado) de progenitores víctimas del injusto sistema neoliberal, oyendo las ventajas de ser del gobierno (a cualquier nivel) para medrar, y aprendiendo que cuando se va de salida hay que aprovechar el año de Hidalgo (taratatá el que no se lleve algo). Y otros que se acostumbraron, sin cuestionarlo, al ascenso de su tren de vida gracias a los negocios cada vez más grandes de padres que ventilaron frente a ellos sus tácticas depredadoras de los bienes puestos en sus manos, con el orgullo de su propia habilidad para ganar en las competencias por los huesos.

Los hijos y nietos de la generación de la Revolución de 1910 figuran generalmente entre los del manazo, los segundos fueron los nacidos mayoritariamente en los años 60 y 70 en el seno del ascenso de las clases medias y, la minoría representada por los terceros, nació en los 80, 90 y en el siglo XXI dentro de las clases dirigentes y empresariales. Una evolución correlacionada (no por azar) con la concentración del capital y la profundización de la división de las clases sociales. Sin embargo, es necesario señalar que el respeto por lo ajeno, antiguamente generalizado, subsiste en el tiempo entre la mayoría de las clases ilustradas, sean urbanas o indígenas y campesinos por su tradición. Como sea, en todos los casos el tema gira alrededor de la propiedad privada: para respetarla sin excusas entre los últimos, obtenerla sin reparos morales o aumentarla sin piedad, respectivamente, entre clases medias y poderosas.

Lo interesante es que el concepto de propiedad social aparece como compatible con la privada entre clases ilustradas urbanas, indígenas y campesinos, mientras estos conceptos son irreconciliables para las clases medias urbanas y rurales, al grado de que la sola idea de la intervención del Estado en la economía, así sea moderada como la que propone Andrés Manuel López Obrador, les hace escupir saliva verde con caras enrojecidas de odio. En cuanto a las clases política y empresarial, dependiendo de sus cálculos en general realistas de ganancias monetarias o en puestos de poder, se les alisa el pelo y dibuja la paciencia, preparándose para obtener el máximo en posibles nuevas relaciones de fuerzas, pues están acostumbradas a la lucha por los mercados y o, por el poder, en un México que siempre las ha beneficiado.

Entretanto, la inmensa mayoría de los mexicanos, los sin nada, los marginados de todo, las víctimas de la compra-venta de su única propiedad: su fuerza de trabajo y su cuerpo con sus partes, sí escucha e imagina que cualquier cambio le será benéfico. Ya no se trata de aprender a robar si lo ponen donde hay, sino de no dejarse ser abusado. Ha comprendido que puede colaborar en la construcción de un país donde exista la propiedad social que se construye entre todos según nuestras capacidades y se redistribuye según nuestras necesidades. Un país donde de verdad los ladrones estén en la cárcel. Algo que no pueden imaginar las mentes mezquinas de personajes como los que acosan en los medios al candidato de Morena, suponiendo que su más que eventual elección les quitará sus haberes. Lo que tal vez suceda si fueron mal habidos.