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Documental de Everardo González, producido por Inna Payán, que se estrena este viernes

La libertad del diablo da voz a las caras que habitan el terror nacional

Actores de la violencia que persiste en el país, víctimas o sicarios, cubren sus rostros y miran a la cámara mientras narran el horror

Su exhibición es un compromiso ético, indica el director

Foto
Con las máscaras, el director buscó romper el estereotipo que los medios han formado de la cara de la maldad. Al hacerse invisible, el espectador homologa a las víctimas con los victimarios. En estas páginas, fotogramas del documental
 
Periódico La Jornada
Martes 13 de marzo de 2018, p. 8

Soy chacal con calavera, dice un muchacho de ojos grandes y luminosos que apenas se vislumbran a través de una máscara. Es un joven sicario, que quizá no llega a los 20 años, quien ofrece su testimonio en el documental La libertad del diablo, dirigido por Everardo González.

La película se estrena este 16 de marzo en México luego de un exitoso periplo por diversos festivales internacionales. Su exhibición, dice el realizador, es un acto político, sobre todo un compromiso ético, con las víctimas de la violencia que vive el país, sin importar de qué bando sean.

El espectador se estremece al escuchar los relatos de las hijas, las esposas, los hermanos, las madres de desaparecidos en Ciudad Juárez, todos ellos con máscaras, todos ellos con voz firme narrando el horror.

Las máscaras de tela se humedecen poco a poco con lágrimas silenciosas, y entonces aparecen los testimonios de policías, militares y adolescentes sicarios, también con el rostro oculto, quienes describen cómo torturan, cómo matan, cómo temen pero deben obedecer órdenes.

En el largometraje, producido por Inna Payán, esas personas reconocen abiertamente la participación del Estado en todo lo que sucede, añade González, quien considera que el cine es una herramienta crítica, no sólo entretenimiento.

Confrontación y vergüenza

Por eso, continúa, “la apuesta compleja que tenemos ahora es que quien vaya al centro comercial y cruce el umbral para ver La libertad del diablo no va a salir siendo la misma persona, eso se los garantizo.

“No lo digo con arrogancia. Cada vez que veo la película me sigue confrontando y me llena de vergüenza, porque es un mérito de quienes tuvieron el valor de dar su testimonio. Sobre todo la madre que, al final de la cinta, es la única que se descubre para que conozcamos su rostro y con ello caigan varios prejuicios.

“Son relatos que no se van a ver en la televisión, que no necesariamente salen en los periódicos: la otra cara de lo que se supone es la violencia. Porque estamos muy acostumbrados en este país a que los balazos sean estopines de efectos especiales, pero no. Las balas provocan viudas, huérfanos, madres de desaparecidos, periodistas asesinados, una sociedad que vive con la libertad acotada.

El hecho de que tengamos una película que reconozca que el Estado no nos está cuidando nos hace responsables, porque somos consumidores de violencia, y entonces responsables de que se cometan actos atroces. Somos los que alimentamos la llama, si nos hacemos a un lado.

El director reiteró que hay que ver a los ojos a aquellos que están en medio del huracán, y eso es lo que muestra La libertad del diablo, un documental que trata sobre el miedo y la tristeza incrustado en el inconsciente colectivo y da voz por primera vez en México a las dos caras que habitan el terror nacional.

González explica que se siguió un protocolo muy estricto para proteger la integridad de todas las personas que aparecen en la película, quienes fueron contactadas mediante abogados o asociaciones de derechos humanos. Algunas de ellas están refugiadas en Estados Unidos, otros fueron trasladados con discreción a Ciudad de México para filmarlos.

Con el uso de la máscara, continúa, “intenté romper el estereotipo que todos los medios nos han formado de la cara de la maldad. Al no tener el ‘rostro de la maldad’ visible, es el espectador el que homologa a las víctimas con los victimarios, no la película. Es la apreciación de lo que se ve, porque entonces ese rostro de un muchacho con un suéter de preparatoriano, que reconoce su actividad de sicario, sorprende, choca, pues no estamos viendo el bigote tupido, la tejana o los tatuajes, ni el rostro moreno que en una sociedad clasista nos dice que esos son los malos.

Desde la poltrona del confort de no vivir aterrado, podemos tener miles de opiniones diferentes respecto de las decisiones del sicario o del militar, cuando ellos no tienen opción; es lo que quiero mostrar. Como realizador es un ejercicio complejo mirar la realidad con ojos de narrador, quizás en ese desapego hay sanación, claro, pero siempre sale uno un poco raspado.

Si bien el director dijo que después de La libertad del diablo buscará filmar cosas quizá más amables, “es difícil, porque el mercado quiere sangre. Berlín (donde presentó con éxito su trabajo) quería sangre. El mercado lo consume y si no es el cine son las series de Netflix que generan ratings altísimos. Nos gusta ver la violencia pensando que no somos nosotros, hasta que un día te toca a la puerta”.

El documental, sexto largometraje en la carrera de Everardo González, es resultado de un trabajo de cinco años en los cuales investigó sobre la problemática nacida durante la gestión del entonces presidente Felipe Calderón, derivada de su llamada guerra contra el narcotráfico iniciada en 2006, que hasta la fecha ha dejado tras de sí más de 300 mil víctimas, cantidad que tristemente, sigue en aumento.

La libertad del diablo se ha presentado en los festivales de cine de Moscú, Seattle y Hong Kong. Participó en la más reciente entrega de los Premios Fénix, galardón que reconoce y celebra al cine producido en América Latina, España y Portugal, donde ganó en las categorías de mejor largometraje documental, mejor fotografía y mejor música original.