Opinión
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Drogas, un mundo sin fin
N

ational Geographic Channel ha lanzado, vía Netflix, una serie de capítulos bajo el título Drugs, Inc. Se trata de un documental sobre el consumo y venta de drogas, además del combate respectivo, en diversas ciudades de Estados Unidos y de otros países como Canadá, Reino Unido, República Dominicana, Jamaica (con 10 veces más violencia por armas que el promedio de Estados Unidos), etcétera. Puerto Rico es un caso verdaderamente dramático por su deterioro social y de salud.

Entre 2012 y 2013 –se mencionó en la serie citada– el negocio de la droga equivalió a 350 mil millones de dólares anuales y las policías comunes y especializadas han llegado a la conclusión de que es un tema que está muy lejos de ser resuelto, si es que se resolverá. Combaten las drogas y sobre todo a quienes las suministran, pero están absolutamente rebasadas y reconocen que nunca van a ganar. Mientras exista demanda la oferta continuará y crecerá. Más todavía, el número de drogas y variantes de las mismas aumenta por días, incluso el de medicamentos con recetas y de venta libre que, mezclados con otros productos, son consumidos por personas para quienes la muerte no es una advertencia o foco rojo sino, en ocasiones, un estímulo para seguir consumiéndolas. Sorprendentemente, hay drogas que sus consumidores saben que los van a matar en cualquier momento y, conforme crece el número de muertos, aumenta la demanda. La locura. No hay límite en el horizonte ni solución a la vista ni en la imaginación de quienes se dicen expertos.

Detrás de las fachadas lujosas de residencias y edificios de algunas ciudades y barrios, hay un mundo de drogadicción y de venta callejera, por teléfono e Internet y hasta por correo para todas las clases sociales y niveles de edad, con muertos por todos lados y por diferentes motivos. No hay drogas sin armas y violencia, como tampoco hay prostitución masculina y femenina sin drogas u otros medios de dominación y control. Nada de esto ve el ciudadano común y corriente ni el turista que no busca ocasionalmente o por hábito drogas o prostitución. Ni siquiera la gente que vive en suburbios y zonas caras está a salvo de caer en la tentación de consumir alguna droga y muchas de esas sustancias son adictivas con sólo probarlas una o dos veces.

El mundo de las drogas no duerme ni descansa, sea donde sea y no sólo en Las Vegas, que presume de funcionar 24 por siete por 365. Hay drogas de cinco a 500 dólares la dosis, unas en las calles para los pobres y otras en su casa vía special delivery para ricos, igual sean músicos o actores que corredores de bolsa o hijos aburridos de millonarios. Los pobres, como en todos lados, se droguen o no, son obviamente los menos favorecidos, pero los pobres y drogadictos son verdaderamente lastimosos, peores que un perro callejero con sarna, tumores en el cuerpo y sin comida. Buena parte de ellos terminan tirados en las calles, vivos o muertos. Se les trata de ayudar (ocasionalmente), pero viven para las drogas y mueren por ellas. No hay modo de hacerlos abandonarlas, aunque algunos, muy pocos, lo logran. Muchos de ellos matarían a su propia madre por cinco gramos de crack o de heroína. Y los vendedores se justifican diciendo que ellos sólo suministran placer y que no obligan a nadie a consumir. Suelen decir, también a manera de descargo, que si no venden ellos otros lo harán. Y ni modo, así es; el negocio es el negocio aunque en él les vaya la vida o la libertad.

Las antiguas drogas, como las opioides, siguen usándose, y cada vez más fuertes. Tanto que muchos drogadictos consumen incluso carfentanilo, de uso veterinario para anestesiar elefantes (es 100 veces más potente que el fentanilo y 10 mil veces más que la morfina). Obviamente la mayoría de los consumidores de estas drogas muere en el intento de escaparse de su realidad, normalmente mala o sin alternativas. La cocaína sigue usándose también y representa, junto con la heroína, una de las drogas más redituables para las mafias que la producen y comercializan (de ambas, alrededor de 153 mil millones de dólares anuales en el mercado mundial). Sin embargo, el mercado estadunidense se ha visto invadido crecientemente por metanfetaminas que son fáciles de sintetizar y relativamente menos costosas que sus predecesoras. Son más poderosas que las anfetaminas y más adictivas que éstas. Ambas, como adicción, son sumamente peligrosas para los consumidores. Sus estragos son indescriptibles y muchos terminan como zombis. Buena parte de la producción de anfetaminas es mexicana, para depender cada vez menos de la cocaína colombiana y suele usarse inhalada o fumada en su formato de cristales molidos. El MDMA, también conocido como éxtasis, pertenece también a la familia de las anfetaminas y se consume principalmente en fiestas por sus efectos en el estado de ánimo (enorme alegría) e hiperactividad.

Hay ciudades, como Detroit (para sólo citar un ejemplo altamente significativo), donde la gente huye abandonando incluso sus casas, mismas que son ocupadas en corto plazo por personas que las usan para drogarse y morir en condiciones de degradación en todos los sentidos (40 por ciento o más de la población ha abandonado Detroit, más que otras ciudades con altos niveles de desempleo y de pobreza). Cuando uno ve series como Grey’s Anatomy, por mencionar alguna, uno no se imagina lo que realmente sucede con el trasiego y consumo de drogas en Seattle, Washington, donde supuestamente se desarrolla. Y así, lo mismo, en las principales ciudades de Estados Unidos y algunas también de Canadá.

¿Y qué pueden hacer las autoridades? Muy poco, incluso con la mejor intención y sin corruptelas de por medio. ¿Legalizarlas o no? ¿Tolerarlas o proscribirlas? No se sabe, bien a bien. El antecedente más citado es el del alcohol, su prohibición y el fin de ésta. El alcohol, como el tabaco, son legales, pero esto no ha impedido el contrabando ni el mercado negro, sobre todo de productos adulterados, más baratos que los de marca reconocida. El contrabando es un delito, como el trasiego de drogas, normalmente acompañado de armas y otros medios igualmente ilícitos. Se intenta legalizar o despenalizar el consumo de mariguana (en algunos lugares ya existe), pero como no es universal persiste el contrabando. Pero el consumo de cannabis, comparado incluso con el alcohol, es menos perjudicial socialmente, como el tabaco: no figuran en las estadísticas quienes hayan asesinado por conseguir un porro, una copa de ron o un cigarro. En cambio sí se sabe que por las otras drogas mencionadas los adictos son capaces de todo, incluso de morir en la calle por sobredosis o por deterioro físico y mental.

¿Qué hacer? Si no lo saben los expertos, menos yo. Por lo pronto se antoja falso aquello que dice que problema que no tiene solución no es problema.

rodriguezaraujo.unam.mx