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Del crecimiento productivo
S

i ya se está materializando alguna forma de recuperación luego del estancamiento prácticamente generalizado de los países con las economías más avanzadas del mundo, su horizonte de inversión está aún fijado en el corto plazo.

La producción de esos países creció en promedio anual y en términos reales (descontada la inflación) a una tasa de 2.2 por ciento entre 2002 y 2008, es decir hasta antes de la crisis de 2009, cuando el producto cayó 3.4 por ciento. Entre 2011 y 2017 ese promedio fue de 1.7 por ciento.

Ahora se anuncia una recuperación y, en el caso de Estados Unidos, un fuerte estímulo al gasto privado –inversión y consumo– apoyado en la rebaja de impuestos, especialmente a las corporaciones, derivada de la reforma fiscal recientemente implementada.

Hace un año, a mediados de febrero de 2017, el índice Dow Jones del mercado accionario en Nueva York (uno de los indicadores claves del desempeño de los títulos de inversión en ese país) tenía un valor de 15 mil 973 puntos. A fines de enero de este año ese valor fue de 26 mil 606; una elevación de 66 por ciento.

Esto indica el cambio en las tendencias del crecimiento y, también, en las expectativas que logró generar la elección de Donald Trump, además de que la nueva legislación impositiva beneficia significativamente a las empresas que pasaron de pagar una tasa 35 por ciento a una de 21.

Pero el entusiasmo inversor en la bolsa se frenó por las mismas consecuencias del cambio en la expectativas y la ley fiscal. En la medida en que crece la producción y se absorbe mayor cantidad de mano de obra, los salarios tienden a subir y con ello baja la perspectiva de ganancia.

De igual forma, una mayor demanda agregada empuja los precios hacia arriba, y la inflación refuerza la tendencia de la Reserva Federal a subir las tasas de interés, encareciendo el crédito.

El proceso empuja a un cambio en la asignación de los recursos destinados a la inversión y a la compra de acciones. El viernes pasado el mercado accionario tuvo su mayor caída desde el comienzo de la presidencia de Trump.

La idea que sustentó la reforma de los impuestos en ese país fue expresada de modo claro por Gary Cohn, ex banquero de Goldman Sachs y ahora director del Consejo Económico Nacional. Sostenía que: “Habrá una continuación del auge en el mercado de acciones basado en los indicadores fundamentales de la economía… así como en el mayor poder de los ingresos de las empresas por los impuestos más bajos”.

El mercado de valores no expresa un comportamiento racional de los inversionistas basados en un caudal suficiente de información y en un conocimiento cabal de cómo se forman los precios de las acciones de una empresa en particular y, menos aún, de cómo se comporta el conjunto de los mismos.

Al respecto cabría discutir de modo más amplio cómo funciona ese mercado y si es el mejor instrumento para asignar los recursos disponibles para la inversión productiva. En este sentido habría que tener, también, una mejor comprensión de la actividad de los especuladores en un periodo en particular y en el ciclo de los negocios.

Hay estudios relevantes de corte sicológico acerca de cómo toman las decisiones de inversión en el mercado de acciones los jefes de finanzas de las empresas o los ejecutivos de cuenta de los grandes bancos y las casas de bolsa.

Uno de ellos, por ejemplo, escrito por David Tuckett y titulado Ocupándose de los mercados, tiene el llamativo subtítulo de Una visión financiera emocional de la inestabilidad financiera. En los diversos casos que reseña no encuentra una manera de describir de manera racional las decisiones de inversión.

Kahneman es uno de los autores que se han ocupado del desarrollo de la economía del comportamiento, la que cuestiona severamente las hipótesis de racionalidad de los agentes que operan en el mercado. Lo mismo ocurre con los estudios de Richard Thaler o los de Robert Shiller.

El punto que quiero hacer es que sustentar una política de crecimiento económico en las condiciones en las que funcionan los mercados accionarios es ahora una base insuficiente para provocar un crecimiento sustentable en el largo plazo.

Hubo una época en que las familias colocaban su patrimonio en acciones de empresas como General Motors o General Electric y esperaban que se valorizara con el paso del tiempo. Hoy el tiempo se ha acortado, las expectativas de ganancias no se adecuan a las necesidades de inversión con maduraciones a plazos largos. Los fondos de inversión y los de coberturas (hedge funds) en particular tienen horizontes de corto plazo y son altamente especulativos.

No es posible así afianzar un crecimiento económico que distribuya los beneficios de forma suficiente entre la población. Las ganancias financieras están muy por encima de los ingresos salariales y de las condiciones de bienestar de la mayor parte de la población.

Hay fondos que retribuyen más de 15 por ciento anual a sus inversionistas. No hay manera en que los salarios puedan siquiera competir en una proporción que se considere socialmente adecuada. Los empleos no están bien remunerados y son cada vez más precarios.