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Puntos sobre las íes

Recuerdos Empresarios (LXXI)

D

e todo un poco.

En días anteriores he recibido una serie de correos electrónicos; algunos esperan el veredicto, otro me comentó que tendré que recurrir al refrito, sin faltar el que me quiso chotear, argumentando que no entendía por qué me referí a los cronistas honrados como rara avis y especie en extinción y, en calidad de colofón, el que no entendió por qué tuve que ser, en anteriores escritos, analítico y explícito.

A todos, mil gracias.

Ahora bien, según mi leal saber y entender y –volviendo a insistir– a requerimiento de la señorita María de la Paz (sin apellido), considero que tres son dignos de ser reconocidos por todo lo que tuvieron que sortear y superar para que la fiesta en la capital siguiera adelante y, lo más importante, que supieron ser ejemplo para ganaderos y empresarios de provincia, quienes también tuvieron que pasarlas muy gordas, para que la fiesta no muriera.

Don Alfonso Gaona de Lara

Para mí, el número uno.

Casi 45 años duró el optometrista en las lides empresariales taurinas y, la verdad sea dicha, no creo que haya existido o exista quien pueda igualar un récord de tal magnitud.

El doctor Gaona manejó El Toreo, la México y, brevemente, algunos cosos de provincia y en todas supo ser el mandamás y también supo de partidarios y de los otros, y a todos los toreó con mano maestra. No exagero al afirmar que fue todo un maestro –casi un artista– en la lidia de las fuerzas vivas: ganaderos, toreros, subalternos, periodistas, apoderados, políticos, y baste señalar que también pudo con aquellos que creyeron poder ponerle un pie encima.

Y, no sólo aquí, también allá supo sentar sus reales con los amos de la fiesta en España, que cuando llegaba lo buscaban y procuraban: apoderados, representantes y periodistas, y a todos los toreaba magistralmente.

Ahora bien, para mí las mejores faenas y trasteos del dizque doctor fueron con el público y tan las cosas que cuando se iba de la gerencia, lo reclamaba a grito pelado y cuando regresaba hasta con una vueltas al ruedo lo festejaba.

Y tuvo un severo revés.

En España, Manuel Benítez El Cordobés llevaba al toro y a la fiesta por donde le daba la gana, por lo que el optometrista pensó en contratarlo, considerando que sería todo un hitazo, así que le pidió a uno de sus grandes amigos, militar por cierto de alta graduación que se encontraba en los madriles, su opinión y éste le dijo que ni en sueños debía contratarlo, ya que los mexicanos matarían al mechudo y a él de pasadita.

Vaya consiglieri.

Los entonces jefazos de la empresa del embudo de Insurgentes, Emilio Azcárraga Milmo y el ingeniero Alejo Peralta, vieron cómo la competencia en El Toreo les había comido el mandado y que el dinero lo levantaban con palas, mientras en Insurgentes ni las moscas se paraban.

Así que, el doitor fue remitido pa’su casa y andando el tiempo, cuando todo andaba “patas pa’rriba” lo volvieron a llamar para ser recibido por la afición capitalina en plan grande, y tras de varios años en la brega, por angas o por mangas, a finales de los años 80 se retiró del empresariado, dejando un nombre y una trayectoria que yo, en lo personal, califico de historia gruesa.

Como ninguno.

* * *

Y algo más que debo consignar.

Desgraciadamente, no conozco al señor don Pedro Julio Jiménez Villaseñor, quien realizó un sensacional trabajo de investigación acerca de la gran trayectoria del doctor, con lujo de detalles, nombres y fechas, mismo que he leído y releído con verdadero deleite, y ojalá permitiera reproducirlo, previa autorización, ya que violar los derechos de autor debe ser severamente penado y, además, como cualquier escrito, deber ser respetado.

* * *

Vamos con el segundo mejor empresario.

Antes de entrar en materia y a manera de introducción, debo señalar que, según mi criterio, fue el salvador de la fiesta, cuando el vecino del norte decidió que había que terminar con la crianza del ganado bovino de toda especie, para que ellos nos invadieran con el suyo, según la voz de la calle.

(Continuará)

(AAB)