Opinión
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¿Pecado original, mal radical, pulsión de muerte?
E

stados Unidos y México respiran crueldad y los mexicanos de aquí y de allá apreciamos ya lo que representa. Poco a poco se levanta un clamor que adquiere desproporción. A los asesinatos y crímenes cotidianos en la República se agregan los actos de crueldad sin sangre como el que amenaza llevar a término el presidente Donald Trump: regresar a miles de migrantes a su país, según anunció en su informe anual al Congreso estadunidense y el mundo.

Los hechos poseen una realidad tan evidente que turba cuando no irrita. Irritación que es defensa a una rabia contenida a punto de estallar. El país inmerso en un resplandor que se difracta envuelto entre una pequeña luz esperanzadora y sombras, muchas sombras; entre la vida y la muerte.

En los gritos de secuestrados, narcotraficantes e integrantes de las policías y el Ejército, se siente revivir, con dejos de sarcasmo y decepción, el fluido de una paz perdida, en medio de una ola infernal que recorre estados y municipios.

A la que se añade la pobreza extrema y media, de más de la mitad de la población. Drama de una contienda insoluble, por lo pronto, que nos mantiene sumidos en la penumbra a las que se sumará la migración que enviará, si Dios no lo remedia, el presidente Trump, que busca la unidad que le dará mayor fuerza.

Se pretende explicar lo inexplicable, hacernos tragar un anzuelo, sin nada que masticar. Locución gruesa, blasfema a su modo, despegada ya del menester tradicional. Por si faltara poco, a las muertes diarias en medio de ayes lastimeros y torturas a los muertos, en otra forma de crueldad inconsciente, perpetrada por una serie de irresponsables a los que la pulsión de muerte es cotidianidad.

¿Dónde está el enemigo y a quién limitar? ¿Quién es ese fantasma que mata secuestrados, narcotraficantes, soldados y policías, torna adictos a jóvenes, disgrega familias, deja sin techo y comida a los más marginales, los más lastimados mentalmente, en medio del sufrimiento más atroz, sin pizca de piedad? ¿A quién?

Uno de los críticos más severos del sicoanálisis, el filósofo francés Jacques Derrida, antes de morir, hace unos años, en una línea verdaderamente exegética, lanzaba el reto al sicoanálisis sobre su incapacidad para enfrentar la crueldad, es más, para definirla. A la que él mismo describía como un concepto confuso y enigmático.

Muerte en la crueldad que danza seductora frente a nosotros fuera de lo racional, en un mundo atemporal. Crueldad en la que parece nos pusiéramos de acuerdo sobre lo que el concepto quiere decir. Sin embargo, aconseja ir más allá, sea asignando a la palabra crueldad su ascendencia latina (crúor, crudus, crudelis) una tan necesaria historia de sangre derramada, del crimen de sangre, de los lazos de sangre o que tomemos la línea de filiación a otras lenguas y otras semánticas (Grausamkeit sería la palabra empleada por Freud), en cuyo caso no se asocia al derramamiento de sangre, sino más bien alude al deseo de hacer sufrir o hacerse sufrir por sufrir e incluso al hecho de torturar o matar, de matarse o torturarse torturando o matando por tomar un placer síquico en el mal por el mal, o por gozar del mal radical, en que la crueldad sería difícil de determinar o delimitar.

Aun cuando pudiésemos detener la crueldad sangrienta, una crueldad síquica supliría los métodos sangrientos y continuaría inventando nuevos recursos; Derrida parte de una hipótesis, sobre la hipótesis siguiente: “si hay algo irreductible en la vida del ser vivo que llamamos hombre, en el alma, en la psyché, en la vida del ser animado, es la posibilidad de la crueldad; la pulsión del mal por el mal, de un sufrimiento que jugaría a gozar del sufrir, de un hacer sufrir o de un hacerse sufrir, por placer, entonces ningún otro discurso, teológico, metafísico, genético, fisicalista, cognositivista, etcétera, sabría abrirse a esta hipótesis. Estarían hechos para reducirla, excluirla, privarla de sentido”.

El único discurso que podría hoy reivindicar el tema de la crueldad síquica como propio sería el sicoanálisis. Quizá no sería el único lenguaje ni el único tratamiento posible, pero sí sería, para Derrida, el nombre de eso que, sin coartada teológica, ni de otra clase, podría volcarse hacia lo que la crueldad tendría de más propio. Convendría volver a las fuentes originales y repensarlas para entrar de lleno en un tema que atañe directamente no sólo a los sicoanalistas, sino a la sociedad en general, y en especial a la mexicana, hoy que azorados contemplamos día con día las manifestaciones más bizarras y extremas de la crueldad, en medio de la confusión, la rabia y la impotencia.