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En Semefos hay miles de cadáveres sin practicarles pruebas para identificarlos, señalan

A pesar del dolor, madres de desaparecidos realizan labor de autoridades para hallarlos

Mil 767 días después supe que casi todo el tiempo el cuerpo de mi hijo estuvo en la morgue, relatan

 
Periódico La Jornada
Domingo 28 de enero de 2018, p. 5

Mil 767 días busqué a mi hijo. El 15 de enero de 2013 un grupo armado lo sacó de su consultorio en Chilpancingo, Guerrero. Los secuestradores me pidieron un millón de pesos; junté lo que pude y les di el dinero, pero ellos no cumplieron.

Fueron más de cuatro años de desesperación, de conocer el miedo, ese que primero me paralizó y luego se volvió mi aliado. Recorrí caminos, ciudades, toqué puertas, desde abajo hasta arriba.

Mil 767 días después supe que casi todo ese tiempo estuvo en la morgue de la misma ciudad, a unos cuantos kilómetros de casa.

Es el testimonio de la madre de un joven médico, quien por razones de seguridad pide el anonimato porque su lucha aún no termina, no sólo porque acompaña a otras mujeres en su misma situación, sino porque ahora busca a los asesinos de su niño, como le dice a su primogénito.

–¿Por qué estando tan cerca de él, ninguna autoridad lo halló? –se le pregunta.

–Porque a los fallecidos no se les hacen las pruebas de ADN, no se suben los datos a la plataforma institucional, no los cotejan con la PGR (Procuraduría General de la República), con la Seido (Subprocuraduría Especializada en Delincuencia Organizada), con los estados; no se toman las pruebas y ahí nos damos cuenta cómo están las cosas. Nos decían que no había reactivos para hacerles las pruebas. De ahí se desprende todo el caos.

–¿Cuándo le tomaron las pruebas a usted?

–En abril

–¿De 2013?

–No, de 2017.

Y así continúa la situación en este país, con más de 34 mil personas sin localizar. Por un lado están miles de cadáveres en los servicios médicos forenses (Semefos) y, por otro, caminan las madres, las rastreadoras, buscando a sus seres queridos, con o sin vida.

Este caso fue uno de los 207 secuestros ocurridos en Guerrero en 2013, el nivel más alto en la historia de esa entidad y, por supuesto, de los más cruentos en el país.

También en ese año se registraron cientos de desapariciones, cuyo esclarecimiento está en manos de las autoridades locales, así como 211 a cargo de la PGR. La de este médico estuvo en el ámbito federal, de la Procuraduría General de la República, con la esperanza de que ahí avanzara la indagatoria.

Pero el hallazgo del joven fue posible no por la atención de las autoridades, sino gracias al olfato de las madres; ellas ataron cabos, unieron piezas, hallaron pistas que las llevaron de vuelta al forense de la entidad.

Antes de la agresión, en una foto de quien cuenta su historia, ella aparece feliz con su familia. Abraza a sus hijos, extiende sus brazos, los protege; brilla con su vestido rojo, el cabello largo, rubio, bellamente peinado; se le nota el maquillaje, el bilé carmín, la sonrisa perfecta. Hoy está enferma, con diabetes, neuropatías, insomnio crónico, muy triste, de luto.

“Por cuatro años, 10 meses y 27 días lo busqué, pero lo encontré, bendito Dios, no como yo lo hubiese querido, pero ya está conmigo. A mi niño me lo entregaron el 12 de diciembre. Ya le dimos cristiana sepultura; hace 43 días lo sepulté.

“Cuando lo sacaron del consultorio, (los secuestradores) nos tenían localizados; sabían donde vivíamos, cuántos éramos en casa. El miedo de momento me paralizó. Durante los primeros días se pagó el rescate de mi niño y aun así no nos lo entregaron. Al cuarto día ya no se comunicaron con nosotros, pero sí nos seguían vigilando.

Ahí empezó el suplicio. Nos venimos abajo, porque todos se alejan, nadie quiere estar contigo, a todo mundo le da miedo. Cuando me acerqué a las autoridades, nadie me escuchó. Toqué desde la puerta de más abajo hasta la de más arriba, hasta que conocí a Margarita López (madre de una joven desaparecida) y ella fue la primera que me prometió que íbamos a encontrar a mi niño y lo cumplió.

Hasta esta parte del relato ella se mantiene firme; recuerda fechas, nombres y lugares con toda claridad. Pero de pronto aparecen las lágrimas, se le derraman y sigue contando:

“A mi hijo lo ejecutaron en la carretera que va de Chilpancingo a Tixtla. Según la indagatoria, él estuvo con vida siete días después de que lo sacaron del consultorio. Él era muy joven, gente de bien, un médico de profesión. Dejó una esposa, tres hijos, a sus hermanos, a sus sobrinos... y me dejó a mí.

“Yo hice al miedo mi amigo, para poderme levantar, empoderarme con mi dolor y le pedí a Dios que me allanara el camino; que me pusiera en el lugar correcto para poderlo encontrar...

“Yo le pedí a la PGR, a la Seido que hicieran las pruebas, las confrontas (en el forense de Chilpancingo) y todo salió positivo. Finalmente lo encontré. A mi niño le dieron el tiro de gracia.

Todo ese tiempo lo tuvieron en la fiscalía, en el Semefo de Chilpancingo. Él estaba apilado con todos esos cuerpos. Están apilados unos sobre otros, como si fueran animales. Ahí pude ver a mi niño, fuera de esa cámara en que lo tenían. Ahora ya sé dónde está mi bebé, pero la agonía no acaba. Día tras día me hará falta, concluye.