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Toros

Ejemplar encierro de Caparica pone en evidencia a las figuras

Merecida oreja a Jerónimo por inspirada faena y torera actuación de Llaguno
 
Periódico La Jornada
Lunes 8 de enero de 2018, p. a39

En la novena corrida de la temporada –aunque el programa de mano diga octava, como si la tarde pro damnificados de los sismos no contara, aunque aún no se conozca el monto de lo recabado– hicieron el paseíllo Jerónimo (40 años de edad, 18 de matador, 12 corridas toreadas en 2017 y una este año), Juan Pablo Llaguno (21 años, tres de alternativa y sólo tres corridas el año pasado) y Antonio Lomelín hijo (25 de edad, dos años ocho meses de doctorado y cuatro tardes en 2017), para lidiar un encierro ejemplarmente presentado de la ganadería de Caparica, de los señores Roberto Viezcas y Julio y Manuel Muñozcano, quienes refrendaron anteriores éxitos, ya que sus reses fueron aplaudidas de salida y algunas en el arrastre, pues acudieron al caballo de largo, empujaron en varas ocasionando dos tumbos y pusieron en aprietos a los banderilleros. Nada que ver con el socorrido pujal –puyazo fugaz en forma de ojal– que tanto gusta a los comodinos que figuran.

Jerónimo, ese torero de privilegiado sentimiento que no admite clonación alguna, tuvo una afortunada reaparición, desplegando en sus dos toros su excepcional toreo de capa en verónicas, medias, chicuelinas, tafalleras y revolera con un ritmo muy difícil de igualar. La faena a su primero tuvo el gran mérito de hacer lucir por ambos lados a un soso claro y repetidor en muletazos dormidos en los medios.

Lo grandioso vino frente a Viajero, un negro bragado, delantero y vuelto de pitones, que tomó dos varas, ocasionó un tumbo y arrolló a Jerónimo en el viaje cuando le hacía el quite al picador. Inició con templados muletazos por la cara, prefigurando el gran trasteo que vendría. Tandas aletargadas, melódicas, raciales, a un burel de magnífica embestida por el pitón derecho, cuya nobleza, con son y clase, requería colocación y mando. Con la plaza de cabeza, Jerónimo se fue tras el acero y cobró una estocada entera que bastó. Emocionada, no divertida, la gente pedía la segunda oreja, que no se concedió, y el torero recorrió por segunda vez el anillo en otra cálida vuelta. ¿Volverá a alternar este renovado Jerónimo con los que figuran?

Juan Pablo Llaguno es un torero de la montera a las zapatillas y no obstante su escaso rodaje tiene un claro concepto de la lidia, mantiene íntegra una profunda convicción de ser, sin arredrarse nunca, y estructura sus faenas con pundonorosa torería. Su primero, de amplia cuna, como no los torea aquí el grueso de los consagrados, soseaba y probaba en las embestidas. Cuando lo obligaba a pasar por el izquierdo en los medios fue lanzado violentamente por los aires. Sin aspavientos, a los pocos minutos se repuso y continuó la faena. Malogró con la espada su importante labor y fue ovacionado con fuerza en el tercio, cuando bien pudo darse la vuelta. A su segundo, que brincó al callejón, lo recibió con ceñidas chicuelinas, quitó por templados lances y dejó en los medios naturales de insoportable verdad, ensimismado y firme, sin acordarse del maromón de su primero. Pinchó antes de dejar tres cuartos y escuchó una muy fuerte, entregada ovación. ¿Se vale que este pedazo de torero actúe tres veces al año? En el subdesarrollo, sí.

¿Y Antonio Lomelín hijo, que confirmaba? Pues fue, pero no logró estar ni decir ni honrar la memoria de su esforzado padre ante un lote que exigía mayor disposición. Deberá reflexionar en serio.