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2018: la urgencia de un nuevo proyecto
L

es tomó años, pero los impulsores del cambio de rumbo han conseguido crear en México una crisis que ahora se reproduce a sí misma. Y ante ella, los gobiernos aparecen paralizados e incapaces de ejercer control. Los rebasa lo explosivamente cotidiano: aumentos en gasolina, gas, alimentos; los bajos salarios, desempleo, carencia de lugares en la educación, inflación, corrupción rampante. Pero también el sismo y las viviendas y escuelas, desplazamientos brutales de personas, pérdida de libertad como país, narcotráfico, desapariciones, asesinatos para todos, especialmente para periodistas, políticos, activistas de derechos humanos y mujeres. Y, finalmente, en un proceso electoral que aún no comienza, se abrió ya imparable la cuenta de la barbarie de asesinatos y graves agresiones físicas, también en la capital, contra Claudia Sheinbaum y Ángel Bolaños de La Jornada. Una escena general que el poeta Yeats ya describía en las horas negras de Irlanda en 1919: las cosas se caen a pedazos, el centro ya no sostiene. La marea de sangre se ha desatado, y en todas partes el ritual de la inocencia ha sido ahogado; los mejores carecen de convicción y los peores rebosan de apasionada intensidad....

Muchos políticos parecen no entender que lo que vemos resulta del hecho de que durante décadas al país y a muchos de sus habitantes se les ha quitado, parte por parte, metódica pero también violentamente, la convicción profunda y central, tangible, de la mayor parte de los mexicanos de que es posible mejorar la vida propia y la de todos, sobre todo la de los explotados y empobrecidos, sin escuela y sin trabajo. Ese centro tenía, cierto, columnas discutibles como el corporativismo, explotación, falta de democracia y corrupción, pero el todo se sostenía pues la perspectiva central para los actores sociales era clara: tierra, educación, seguridad, empleos, crecimiento económico y energía propias, orgullo de cultura y soberanía aunque como concesiones del capitalismo nacional auspiciado por el Estado.

Todo esto se ha venido desmantelando y, aunque crecen también la protesta y resistencia, la crisis se agiganta y no se piensa en crear un centro distinto, una fuerza de gravedad que unifique y encauce. Nos asomamos entonces al vacío, a la aterradora inmensidad de una caída aún más profunda porque también la autoridad y la legitimidad se desmoronan. Se les castiga porque liberaron al monstruo y, como aprendices de brujo, ahora ya no saben cómo controlarlo, pero al mismo tiempo se les reclama su presencia y acción como urgente e indispensable. En este círculo cerrado 2018 y las elecciones atravesarán entonces por una densa neblina que no ofrece esperanzas de resolución a fondo. Aquí puede ser importante tocar tres puntos.

El primero, que tanto electores como candidatos no pueden ya desentenderse de la gravedad y enorme complejidad de la problemática del país en este momento. Eso es lo central. Ya es tarde para concebir que la salida consiste en un buen catálogo de promesas a cargo de un puesto de autoridad deslegitimado. No funcionará, y el peligro es que sólo contribuya a la pasividad individualizante de la relación mediante la dádiva. Más bien se trata de incorporar a grandes segmentos sociales, sobre todo los estratégicos y más organizados, para comenzar a definir cuáles son los elementos constitutivos de ese nuevo centro que reorganice la vida del país. Por supuesto, se pueden traducir en propuestas o iniciativas concretas, pero porque tienen un valor estratégico en esa construcción. En educación, por ejemplo, es indispensable partir de la materialización de una alternativa a la reforma educativa, a los mecanismos de exclusión del acceso a la educación para millones. Allí hay energía social, colectiva, un sustrato social y emocional de movilización y demandas muy fuertes y, finalmente, toda una larga trayectoria de análisis, iniciativas, experiencias y ejemplos funcionales.

El segundo es que, a diferencia del primer tercio del siglo XX, en este segundo momento ya no puede construirse el centro desde arriba y con una estructura autoritaria y corporativa; para evitar lo que ocurrió con gobiernos progresistas latinoamericanos y con las reformas del siglo XX en México, se requiere una amplia proliferación de instancias y regiones de democracia, participación y autonomía, que sean el sustento y lo que le da el sentido integral a lo que se construye. Espacios donde quepan con sus sueños y en conjunto los pueblos originarios, maestros, estudiantes, trabajadores, movimientos, comunidades, pueblos, barrios, colonias que den solidez a las reformas. La fragilidad de las reformas autoritarias estriba en el poder que da a los gobiernos para crear y luego barrer con lo construido cuando lo consideren necesario. Es la historia de estas últimas tres décadas.

El tercero: México, solo, no puede crear una propuesta económica satisfactoria. Necesita de un frente de naciones, para empezar latinoamericano, que construya el poder suficiente para establecer condiciones mínimas de sobrevivencia de países en el contexto de la globalización económica depredadora. Es un momento internacional oportuno.

Todo esto, alcanzable, podría poner de nuevo en ruta al país, dejar de ver al vacío y devolverle el dinamismo que sólo surge de la convicción de vivir en la construcción de un país de todos.

*Rector de la UACM