Opinión
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Jazz

La lluvia, la playa y otras rolas

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Bobby McFerrin, en imagen de archivoFoto María Luisa Severiano
L

os presagios y pronósticos de lluvia llegaban puntuales a Playa del Carmen, pero no pasaban de ser lluvias dispersas y amables, pequeñas dosis de agua que le caían bien a todo mundo y alborotaban los calores y los humores en la edición 15 del Festival de Jazz de la Riviera Maya, aunque una vez iniciados los conciertos, las lloviznas se retraían y no volvía a caer una sola gota.

En la tercera noche, el primero en aparecer fue Memo Ruiz, guitarrista, cantante y compositor, parte central de una familia de excelencia musical (primo de Mario Ruiz Armengol y Víctor Ruiz Pazos). Como promotor veracruzano, dirigía el Festival Jarojazz, y desde hace dos años, radicando ya en Cancún, se ha dedicado a armar un nuevo proyecto con el nombre de Bolero Jazz Big Band, con la tendencia del bolero sincopado que siempre lo ha distinguido.

Una veintena de atrilistas se acomoda en el escenario; la lluvia, necia, empieza con insinuaciones; Memo Ruiz agita la batuta, y la música se esparce de inmediato por toda la playa. Mis temores sobre un eventual abucheo de los chavos a las canciones que escuchaban sus abuelos se disipan también de inmediato; una buena parte aplaude y celebra y se anima, pasando por alto que la voz de Memo, entumecida, desafina entre tema y tema, o que la orquesta no terminaba (ni terminaría) de ensamblar su discurso.

Pasa un muy buen rato para que la excelencia de Wallace Roney suba al escenario; la continuidad no ha sido este año el mayor atributo del festival. No obstante, la gente sigue de buenas y dedica estos lapsos al sacrosanto desmadre, a las idas al baño y a celebrar las continuas y minúsculas amenazas de la lluvia.

En la rueda de prensa matutina, la torpeza del gremio había invertido la mayor parte del tiempo preguntándole a Wallace Roney sobre sus días con Miles Davis, Herbie Hancock, McCoy Tyner y otros tantos etcéteras, y no sobre su actualidad artística o su propuesta para esta noche. Pero bastó con las primeras notas del trompetista para dejar en claro los enormes niveles instrumentales y de concepto que sigue manejando.

El hard bop estalla directo y sin medias tintas desde el primer instante. La trompeta ataca de frente y el sax hace lo propio desde el otro polo del planeta; el contraste entre los diálogos y los solos de ambos metales es extraordinario. De los bebopeos transitan sin escalas a la serenidad del cool; el grupo no quiere experimentar ni aventurarse por nuevas rutas, los músicos se instalan en el placer de las escuelas clásicas del jazz; es evidente que ahí se sienten bien, mucho muy bien, y que ésa es la mejor manera de transmitir la magia al tropel de mortales en la arena (o en la zona VIP, donde tres o cuatro mesas se han desentendido de la música y han armado su propia fiesta).

Emocionados, mis hijos y yo vemos llegar el dúo de Chick Corea y Béla Fleck, dos de las grandes leyendas de la música contemporánea (aunque la legendaria arrogancia del pianista no le permita salir a las ruedas de prensa). Pero ahí están, por fin podremos ser parte de los célebres diálogos entre piano y banjo; los intensos y francos chubascos que van y vienen sobre la playa pasan a segundo plano.

El jazz es ahora sólo una referencia, un móvil, un pretexto. Fleck y Corea están mucho más allá del bluegrass o del jazz fusión. En este momento se dedican simple y llanamente a hacer música, a conversar e improvisar (a veces debatir) alrededor del clasicismo, la música barroca, los sonidos latinos, el hillbilly, el jazz, por supuesto. Nuevas formas y perfiles de la música popular contemporánea están ante nosotros.

Es la exquisitez del tiempo, la delicia del momento. Son dos niños jugando cada cual con genio, con su ingenio, con su fantasía, con su inteligencia, con su buen humor. Uno propone y el otro contrapropone. El otro reta y el uno incita. Las espirales se multiplican una tras otra. En uno de los mejores y más sutiles momentos del dueto, en una de las mesas VIP, totalmente ebrios, empiezan a cantarle las mañanitas a un cumpleañero (…). Estamos en el peor sitio para escuchar el concierto.

Bobby McFerrin sale a echarse la paloma con el dueto, estalla una alborotada y fuerte ovación, aunque no tan fuerte como el tremendo aguacero que está cayendo. Fuegos artificiales estallan en el cielo, la lluvia no da tregua, el set de McFerrin se da por cancelado. Estamos más contentos que cansados. Nos sentimos bien.