Opinión
Ver día anteriorDomingo 10 de diciembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Puntos sobre las íes

Recuerdos Empresarios (LXVII)

D

e no creerse…

Carlos González Alba, allá por los años 1970/1971, volvió a hacer de las suyas, según lo comenté en la anterior entrega a La Jornada, al ganar un súper premio de la lotería, dinero que se incrementó gracias a las recomendaciones de don Luis Barroso Barona, un auténtico señor en todos los órdenes de la vida, en el sentido de cambiar todo a verdecitos.

Se las sabía todas.

Y, a poco, vino una de tantas devaluaciones (aproximadamente de 23 por ciento en esos años), así que la fortuna de mi amigo llegó a ser digna de haber figurado en Las mil y una noches.

Él, tan amable, decente y buena persona, pasados unos tres ó cuatro meses, me invitó a su lar preferido (el casi 77 de James Bond) y me platicó que viajaría a España por dos o tres meses y le recomendé que fuera por demás cuidadoso con la lana en todos sentidos, y me contestó que ya había visto un buen departamento por el sur de la ciudad y que lo demás lo había invertido en bancos y financieras.

Y, de pronto, silencio casi total, con la excepción hecha de cada 22 ó 23 de diciembre cuando me hablaba para desearme una feliz Navidad y un próspero año.

No recuerdo bien a bien en que año volví a saber de él, tal vez haya sido en 1977, cuando acordamos reunirnos en un restaurante en la avenida de los Insurgentes y ahí me platicó que estaba estudiando la posibilidad de asociarse con el señor Álvaro Porrás Márquez (a quien nunca conocí) para el manejo de varias posibilidades taurinas.

–¿Cómo cuáles? –le pregunté

–Representaciones de matadores mexicanos y españoles, ganaderos y apoderados y, además, para darle un nuevo enfoque a la difusión de la cultura del toro, su importancia en el orden económico y, sobre todo, en formar una especie de federación nacional de todos los órdenes para la defensa de la fiesta en México.

–Te felicito y te deseo la mejor de las suertes, aunque para eso de la suerte, te las pintas solo.

Y no supe ya más.

De aquellos proyectos con el señor Porrás Márquez no quedaron ni los recuerdos, ya que en 1979, ambos adquirieren la ganadería de Acapangueo y la última comunicación que tuve fue cuando Carlos me invitó a una retienta de sementales en fecha por determinar y que nunca determinamos.

Pasaron los años…

Un buen día, por la prensa taurina, me enteré de que, en 1996, mi amigo Carlos hizo saber que quedaba como único propietario de Acapangueo, sin más razones y motivos, hasta que una buena tarde, estando yo en el palco 44 de la plaza México –poco antes de que se lo entregara al doctor Rafael Herrerías–, en compañía de Jesús Solórzano hijo y del hoy día secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell, ¡zas! De pronto apareció Carlos González Alba, y aún recuerdo aquel festejo en el que estuvo en disputa algún trofeo (tal vez una Oreja de Oro) y en el que se lidiaron, nada más y nada menos, que 10 astados, y señores, qué bien se conversó. Obviamente que de toros y al término de aquella histórica corrida, las consabidas promesas de que, en breve, nos reuniríamos los cuatro, lo que nunca llegó a concretarse.

Como suele suceder.

Y sucedió…

De lengua hay que comerse los tacos.

Poco supe ya de Carlos, pues, obviamente, debe haberse dedicado en cuerpo y alma a su ganadería ubicada en Chucándiro, Michoacán, y a su familia y vuelvo a rememorar sus llamadas telefónicas de fin de año, hasta que cesaron por completo. Lo busqué, mas todo fue en vano y el teléfono que solicité en la Asociación de Criadores de Toros era el mismo que yo tenía –y sigo teniendo– y nada de nada, hasta que una tarde, allá por 2006, un telefonazo me heló la sangre.

Era la esposa de Carlos, quien, con voz entrecortada, me hizo saber del fallecimiento de él.

Eso sí que me caló, y muy profundamente.

Todo un hombre, un sensacional amigo, un estupendo taurino, tocado por la suerte y, además y por si fuera poco, un hombre de una honradez intachable y que bien conoció a su amiga la Diosa Fortuna.

Con Dios estará.

Ahora bien, ¿qué fue de la ganadería? Recientemente pregunté a la familia de Carlos, y uno de sus hijos me dijo que habían vendido el fierro al señor Jorge Cuevas.

(Continuará)

(AAB)