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Atrás quedó el dato de que el precandidato del tricolor no milita en ese partido

Hemos llegado aquí para ganar, responden los priístas al pedido de respaldo de Meade
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Los sectores del PRI se hicieron presentes para mostrar su respaldo al precandidatoFoto Marco Peláez
 
Periódico La Jornada
Lunes 4 de diciembre de 2017, p. 5

En el principio fueron Meade y la energía de los priístas. ¡Recibamos a Pepe Meade con energía, con esa energía que sólo nos caracteriza a los priístas!, grita una de las animadoras desde el templete, sin dar importancia al pequeño dato de que José Antonio Meade Kuribreña no es militante del PRI.

El escenario está hecho para que ese dato deje de tener importancia: entre las paredes falsas y el atril, el logotipo del Partido Revolucionario Institucional aparece 10 veces, acompañado de cuatro banderas nacionales.

Apenas termina el acto, Meade cambia su foto de perfil en las redes y sube una imagen en la que parece sumergido en los emblemas del PRI, con una mano en el pecho en señal de gratitud. Ya. Su paso por un gobierno del PAN sólo fue para engrosar el curriculum vitae. Tan es así que la maestra de ceremonias lo presenta como un integrante más de esta gran familia priísta.

Vengo con humildad a pedir su apoyo, responde Meade, apenas abre su discurso, repleto de agradecimientos con nombres y apellidos, rebosante de lugares comunes y formulaciones generales que no comprometen.

La más extensa expresión de gratitud es, claro, para el presidente Enrique Peña Nieto, el arquitecto del cambio, el mandatario con talento, sensibilidad y gran amor a México.

La porra de ¡Enrique, Enrique!, se diluye pronto en el nuevo grito que las huestes de la CNOP corean al ritmo de los tamborazos. ¡Pe-pe/ pre-si-den-te!, ¡Pe-pe, pre-si-den-te!, gritan también los cetemistas cuando agitan sus banderas rojas y hacen girar sus matracas.

¡Petroleros con el PRI, petroleros con el PRI!, no detienen la porra los fieles de Carlos Romero Deschamps, que siguen gritando, con la proverbial energía que sólo poseen los priístas, aunque interrumpan el discurso del orador único.

El (pre) candidato no ha venido a darse un baño de pueblo, sino a ser (re) conocido por la militancia. Un desorden de codazos, empujones y portazos antecede su llegada. Una vez en el lugar, a unos pasos de la estatua de Plutarco Elías Calles –su rol model, según Luis Videgaray–, Meade tarda 50 minutos en los pasillos. El paseo es una copia de los que suele hacer Enrique Peña Nieto, pero los priístas de corazón no se entregan a Meade con la misma pasión que dedican al presidente en funciones.

En el camino, el candidato recibe y reparte palmadas, besa a las mujeres y se toma selfies con aquellos, sobre todo jóvenes, que tuvieron la paciencia de esperarlo cuatro horas en primera fila.

Antes de la llegada del aspirante presidencial, las matracas atacan de nuevo, acompañadas de tambores, globitos futboleros y los primeros lemas del candidato que reproducen las pantallas enormes una y otra vez.

La frase central del más repetido es: Llegó el momento en que a México le vaya bien.

¿Qué?, se preguntan los despistados, ¿no le va bien al país con el actual gobierno?

Una de las animadoras advierte el hueco y explica: Nos va a seguir yendo muy bien, pero en otro nivel. Eso, el nivel que el precandidato ha expresado a lo largo de la semana: Seremos potencia.

Cada contingente trae su propia lógica. Los llamados desde el sonido central son poco atendidos. Los sectores vienen a lo suyo y de nuevo ataca la matraca.

Aquí y allá bombardean los tambores, se alzan los globos y se ondean las banderas, el recinto rodeado de mantas de idéntica hechura: 32 mantas, cada una con el nombre de una entidad, además de pendones de las organizaciones, territorial, de mujeres y jóvenes. Todos esos elementos de la escenografía subrayan la ausencia de los mantones de los sectores, otrora los más importantes en la liturgia tricolor.

En los adelantos de sus anuncios, el PRI repasa la trayectoria de su candidato, que no incluye ningún cargo de elección popular: Hemos llegado hasta aquí para ganar, remata.

Y ganar significa, lo dice el candidato en su discurso, consolidar, ampliar y profundizar los cambios emprendidos por el segundo gobierno para el que trabajó.

Lo frasea de otro modo: Acabemos de una vez por todas con la idea de que este país se debe reinventar cada seis años.

No hay que reinventar el país, aunque sí, en afán autocrítico, reconocer que hay realidades que duelen, ofenden, lastiman, vulneran y que vamos a cambiar. ¿Una? Alude a la inseguridad y pasa a prometer que cada mujer podrá vivir segura, que la economía de las familias será una prioridad y que habrá crecimiento económico con responsabilidad ambiental (no aclara si mayor al 2 por ciento promedio de los dos gobiernos para los que trabajó o similar al 2.6 de los dos gobiernos anteriores).

Aunque la pregunta no sea válida, también dice que dará un combate frontal a la corrupción: Ni un solo peso al margen de la ley.

El capítulo de sus promesas pasa de largo y sin aplausos para los oyentes, excepto cuando dice que las mujeres tendrán ¡la mitad de las candidaturas! La energía de las priístas sí entiende de ese asunto, porque el candidato se lleva una prolongada ovación que no merecen siquiera las alusiones a su adversario.

Se apaña el candidato de una declaración de Andrés Manuel López Obrador para decir: Estamos del lado de las víctimas y no de los victimarios. Las revelaciones no pueden sustituir al esfuerzo, la preparación y el trabajo. Creemos en el hambre de servicio y no en el hambre de poder.

No importa que el primer gobierno para el que trabajó haya sumido al país en una grave crisis de seguridad –como dijo Miguel Ángel Osorio Chong en una comparecencia en el Congreso– ni que ésta haya continuado en el gobierno de su segundo jefe. Lo que importa, insiste el candidato, es que las fuerzas armadas han hecho un gran sacrificio para defender a México y a nuestras familias.

Así, en resumen, son los primeros minutos del precandidato formidable, como lo definió Carlos Salinas de Gortari.

Y debe serlo, porque afuera, como efímero testimonio de la unción del priísta que nunca quiso ser del PRI, quedan cuatro mantas enormes, traídas por los esforzados militantes de uno de los municipios más violentos y pobres del país: Ecatepec, con Meade, dicen.