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2018: necesitamos una política por la vida
P

ermítame, lector(a), adelantar una hipótesis: si hoy surgiera un candidato independiente que propusiera de manera legítima, honesta e informada una política por la supervivencia, una política por la defensa de la vida, no sólo ganaría, sino que arrasaría en las elecciones de 2018. Tal es mi impresión que surge del contacto en estos últimos meses con habitantes urbanos y de comunidades rurales, con académicos y estudiantes de varios niveles, con pueblos indígenas y maestros, con niños, jóvenes, maduros y de la tercera edad, con ciudadanos comunes y corrientes. La percepción que predomina es que el país está sumido en una doble inseguridad: la que surge de la impunidad, la corrupción y la ausencia de legalidad, y la que erosiona día con día las condiciones mínimas para la supervivencia. Cinco condiciones requiere todo ser humano para vivir bien: aire limpio para respirar, agua pura, energía a su alcance, alimentos sanos y un espacio vital, un hábitat seguro por donde circular o moverse. Todo ello está hoy amenazado, de una u otra manera y en diferentes grados, y aunque en principio estas condiciones básicas mínimas se encuentran más vulneradas entre los sectores marginados y populares, también alcanzan a los sectores medios, y hasta a las clases pudientes. Este es el caso de las mayores ciudades donde el aire contaminado, la sobrepoblación de automotores, la contaminación auditiva y el hacinamiento hacen a las urbes inhabitables para todos y todas.

Lo que los ciudadanos están demandando son acciones directas, sin titubeos, dirigidas a la restauración no sólo de la seguridad, sino de esas condiciones vitales básicas. La recuperación de la vida como fin supremo de la política. Ese conjunto que forman aire, agua, alimentos, energía y hábitat, tan elementales y tan simples, son hoy la demanda suprema, la plataforma mínima para seguir viviendo. ¿Quiénes pueden ofertar de manera contundente y clara un plan de gobierno dirigido a solucionar esa demanda?

Llevar a la práctica, poner en acción, una política por la vida (una biopolítica y, más precisamente, una ecopolítica) implica de manera ineludible el rescate mismo de la política, su redignificación y su rediseño. Porque la política hoy en día ha sido, salvo honrosas excepciones, corrompida, degradada y traicionada en su esencia por los propios políticos.

Buena parte de los mexicanos batallan hoy por aire limpio no sólo en los polos urbanos sino en muchas regiones donde las industrias contaminan áreas extensas (Tula, Coatzacoalcos, Salamanca, etcétera). En México existen 34 ciudades con más de medio millón de habitantes, y sus mayores centros urbanos encabezan a las ciudades más contaminadas de América Latina. Este es el caso de la zona metropolitana de Ciudad de México, Monterrey, Guadalajara, Toluca y León, según un estudio del Clear Air Institute. Además, la reglamentación mexicana se encuentra por debajo de los estándares recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y por la Unión Europea en los cuatro mayores contaminantes (partículas suspendidas, ozono, dióxido de nitrógeno y dióxido de carbono). Por ello, se estima que anualmente mueren unos 15 mil mexicanos a causa de enfermedades generadas por el aire contaminado que respiran (OMS).

Las batallas por el agua se multiplican por todo el territorio nacional. En numerosas regiones se trata de las luchas de los pueblos contra las industrias y las grandes ciudades que extraen agua por sobre los derechos comunales y municipales al abasto del líquido. Este es el caso del Valle del Lerma, la Huasteca Potosina, los Valles Centrales de Oaxaca, la Sierra Norte de Puebla, la zona yaqui, el valle de Cuernavaca, etcétera. Y acaso aún más grave es el derecho de los hogares al agua potable y no potable, que los gobiernos neoliberales han venido privatizando o buscan privatizar. Aquí el drama mayor es la extracción de agua de los manantiales que realizan Coca-Cola, Pepsi, Danone y Nestlé para embotellarla y venderla hasta 10 mil veces más cara, convirtiendo a México en el mayor consumidor per capita del mundo (ver Gian Carlo Delgado, 2014, Apropiación de agua, medio ambiente y obesidad).

Sobre el caso de la energía, tema que ya hemos tratado (ver), urge a escala nacional la reconversión hacia energías renovables, pues los combustibles fósiles se acaban en unos pocos años. Dejar el inframundo (petróleo, gas y carbón) para retornar al cielo (sol y viento) y cancelar la idea de más megacentrales (termo, hidro y nucleoeléctricas). Una política correcta y prioritaria debe ser la de incentivar la autosuficiencia energética de los hogares mediante la producción masiva de dispositivos para generar energía doméstica, tales como convertidores solares y eólicos de bajo precio y a pequeña escala. Asimismo es urgente la moratoria a los automotores privados y su sustitución por transporte publico no contaminante.

El tema de los alimentos es igualmente notorio. Hay tres maneras de abastecerse de alimentos: la primera es del sistema agroalimentario industrial dominado por unas cuantas corporaciones (Kellogs, Kraft, Nestlé, Johnson & Johnson, Pepsico, Mars, Coca-Cola, P&G, etcétera) y tiendas de autoservicio encabezadas por Walmart; la segunda es de los mercados tradicionales adonde llegan alimentos de los alrededores y por fuera de las cadenas globales; la tercera es de los incipientes tianguis, tiendas o mercados orgánicos, que hoy suman unos 80 en el país y ofrecen productos agroecológicos. El reto es generar mecanismos de toda índole para que los mexicanos puedan adquirir alimentos sanos y baratos y tengan la capacidad de distinguirlos y seleccionarlos (conciencia de consumidor responsable), ello implica desde un riguroso etiquetado de los ingredientes y formas de producir hasta campañas intensas de educación alimentaria. Y eso implica un plan nacional de alimentación.

Los mexicanos estamos hartos de los discursos vacíos, tramposos y demagógicos; igualmente de las elaboradas elucubraciones ideológicas o de los grandes planes de desarrollo y crecimiento. Lo que el país hoy necesita es una política honesta basada en propuestas concretas y directas dirigidas a la restauración de las cinco condiciones vitales aquí señaladas. A la regeneración de la vida.