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El reality show para jodidos
C

uando la tierra se mueve se pierden seguridades reales y simbólicas; se entra en un estado de máxima desprotección, un momento cercano, quizás, a la tortura de soportar que el piso firme oscila bajo los pies con un temblor que pareciera durar siglos. Pero un cataclismo genera también impacto social, y en ocasiones la solidaridad tiende a modificar la relación sociedad política-ciudadanos de a pie, y pueden diluirse las posiciones de dominación de clase de los que mandan sobre la sociedad civil, que es lo que más temen.

Fue precisamente eso lo que ocurrió el 19-S: la acción solidaria sin atisbos de corrupción de los llamados millennials aterró al sistema. Toda una generación de jóvenes a la que solía verse ajena a la realidad, presa de la apatía en materia política y absorta en los confines del ciberespacio −dado su uso adictivo de la tecnología− y con poco sentido de comunidad, puso los pies en la tierra el 19 de septiembre: salió al mundo de lo real, a la calle, para enfrentar la tragedia, levantar escombros y apoyada en las redes electrónicas −de las que son expertos− a organizar con inteligencia, creatividad y disciplina la ayuda, y en muchos casos para tomar el control de las tareas de rescate y atención a damnificados.

Hijos de la aldea global, pero renuentes a aceptar al corrupto y criminal centralismo autoritario neoliberal y su burocracia de Estado piramidal −como reflejo de una idea vertical del ejercicio del poder−; habituados a dinámicas horizontales y a comunicarse con los 140 caracteres que posibilitan los corredores digitales, en cuestión de minutos una avalancha de jóvenes dispuestos a ayudar rompieron el mito de una juventud ensimismada, egoísta y poco solidaria, y como dijo Javier Aranda Luna, fueron el mejor termómetro para medir la salud de una ciudad rota.

Fue en ese contexto que militarizaron la emergencia y fabricaron el mito niña Frida Sofía. Papá Estado consideró peligrosa la súbita, eficaz y colectivamente organizada solidaridad de los millennials, se aterró y encapsuló militarmente edificios colapsados y quiso acelerar su demolición como parte de una operación de guerra sicológica para quitar a los jóvenes de la calle y retomar el control de la población.

Ficción mediática al fin, la niña-símbolo de una unidad nacional resquebrajada nunca aparecería, y la noticia que logró el mayor rating en la cobertura del sismo terminó en una situación anticlimática: no habría final feliz que enalteciera la mercantilista sensibilidad melodramática de Televisa ni las operaciones sicológicas (ops sic) propias de la guerra híbrida (Mattis/Hoffman); tampoco foto de la victoria de Aurelio Nuño con Frida Sofía sobre las ruinas del colegio Rébsamen.

Violada la ética periodística, sepultada bajo los escombros mediáticos la fallida operación Frida Sofía, la Secretaría de Marina (Semar) se vio obligada a hacer un rápido control de daños. Y como por arte de magia hizo irrumpir en el mismo escenario escolar, como heroína sustituta (pero real) de la fakeniña Frida, a una perra labrador del equipo de binomios caninos de la institución, de idéntico nombre y con el mismo objetivo propagandístico: ganar las mentes y los corazones de la población.

Según Ivin Jauvert, investigador vinculado al colegio de marras, la realidad entre los escombros fue caótica, aterradora, había polvo, histeria, era un campo de guerra, como un infierno del Dante. En un escenario de guerra como el descrito, es previsible que el aparato de relaciones públicas de la Semar haya visto la oportunidad para emplear las técnicas de las ops psic, según las cuales, concebido como objetivo militar, el punto más crítico del ser humano es su mente.

En la nomenclatura castrense, el concepto de operaciones sicológicas (propaganda) está relacionado con objetivos y herramientas que buscan explotar las vulnerabilidades (miedos, necesidades, frustraciones) e influir en la conducta de la población civil y del enemigo, con miras a alterar y controlar opiniones, ideas y valores, y en última instancia cambiar las actitudes según líneas predeterminadas. Y eso incluye a mujeres y niños, porque en una guerra no declarada (híbrida o irregular) no hay leyes que protejan a los no combatientes.

Sin que se conociera sanción alguna a los almirantes Sarmiento y Vergara por su responsabilidad directa en la fake new Frida Sofía (operación de distracción para desviar o dirigir la atención de la gente hacia otra parte a través de los medios y la industria del entretenimiento), los expertos en comunicaciones de la Semar introdujeron en la escena del desastre a una perra rescatista −seleccionada de un grupo de 270 canes adiestrados en todo México−, como representación simbólica de la marca-logo Marina, destinada a convertirse en heroína de niños y adultos. Una perra celebrity, semiantropomorfizada con goggles, chaleco look de la Marina y zapatitos azul marino, concebida como símbolo a explotar con fines publicitarios de ocasión.

Pronto #TodosSomosFrida se volvió la sensación de las redes electrónicas. Twitter le rindió homenaje y la superheroína de cuatro patas que todo México ama dio la vuelta al mundo. En Japón, por su chaleco, creyeron que Frida se llamaba… Marina. Amén de la consabida foto de Peña Nieto con la perra, proliferaron poemas, dibujos, murales, calcomanías y peluches, todos con el infaltable logo Marina. El furor autogenerado llevó a los publicistas de la Semar a organizarle un homenaje durante el duelo de la eliminatoria mundialista México-Trinidad y Tobago, y el 14 de octubre el convivio Un día con la Marina, donde según la prensa, Frida atrajo multitudes y enamoró familias.

La operación mediática de lavado de imagen resultó un éxito. Un mes después del terremoto, la marca icónica y en clave de celebrity de la perra Frida-Marina, hizo olvidar la fake new y el mito de la niña Frida Sofía, y la población, incluidos los millennials, parecían haber regresado a su parda normalidad (J. Villoro dixit).