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Los mercedarios
A

finales del siglo XII el joven mercader Pedro Nolasco, oriundo del reino de Aragón, en sus viajes como comerciante por diferentes regiones, se enteró de que había cientos de cristianos que habían sido hechos cautivos por los moros. Los trasladaban a sus ciudades, a muchos se les torturaba y a los que sobrevivían los dedicaban a los trabajos más infames y se les impedía profesar la fe cristiana.

Impactado por esa situación, en 1203 Nolasco convenció un grupo de compañeros a dedicar su vida, esfuerzo y bienes materiales para rescatar cautivos cristianos. A partir de esa fecha viajaban a las ciudades de los mahometanos y con su propio dinero compraban grupos de cautivos y los regresaban a sus casas. En ocasiones se cambiaban por ellos.

A lo largo de tres lustros realizaron esta labor en su carácter de laicos, sin más norma que el amor cristiano. Hasta que una noche de agosto de 1218, la Virgen María se le manifestó a Nolasco y le expresó su beneplácito por la obra de caridad que encabezaba. Le pidió fundar una orden religiosa cuyos miembros se entregaran por completo a la redención de cautivos cristianos. Hay que señalar que también usaban las armas cuando era necesario y podían ser muy arroja- dos, por lo que eran considerados caballeros militares.

Así nació en Barcelona la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced, cuyos miembros se conocen como mercedarios. A la Ciudad de México arribaron a finales del siglo XVI y se establecieron en un principio en un modesto mesón. Poco tiempo después comenzaron a construir por los rumbos de San Lázaro un templo y un convento, con el claustro estilo morisco más bello de América, bautizando el barrio que hasta la fecha se conoce como La Merced.

En 1626 los mercedarios que se ocupaban de la catequización de los indios establecieron un conventículo en una pequeña casa situada en lo que entonces eran los linderos de la ciudad, en unos terrenos que les donó una piadosa mujer indígena llamada María Clara.

Poco a poco consiguieron donati- vos que les permitieron construir un colegio que sirviera para los religiosos de la orden, uso que tuvo hasta mediados del siglo XIX. Como efecto de las leyes de Reforma, el colegio fue clausurado, las instalaciones demolidas, fraccionadas y vendidas a particulares.

Venturosamente el templo se salvó, lo que nos permite apreciar su original patrón arquitectónico, ya que tiene adosada una enorme capilla, dedicada a las ánimas, casi del tamaño del templo. Conserva dos altares laterales barrocos, extraordinarios; uno de ellos con unos primoroso estofados guatemaltecos. Digno de admiración es un Cristo de caña y la pintura de la Virgen de Juquila, famosa por sus milagros.

Alguna vez comentamos que el altar principal lo preside una hermosa imagen de la Virgen de la Merced, que se dice es la original y tiene una novedosa leyenda: un buen día, a fines del siglo XVI, llegó solito un burro a la capital, con un bulto amarrado y una nota que decía: Esta virgen llegó a Veracruz y va a la Ciudad de México, al convento de La Merced; por favor, ayúdela a llegar a su destino... y llegó.

El templo se encuentra en la avenida Arcos de Belén, que lleva ese nombre porque justo enfrente pasaba el acueducto compuesto por más de 300 arcos, que llevaba agua desde los manantiales de Chapultepec.

Hace unas semanas se festejó Nuestra Señora de la Merced, por lo que, como cada año, en las afueras del lindo templo se instaló la fiesta: juegos de feria, puestos de buñuelos y antojitos. Los que asistieron, además de la misa especial, se solazaron con las bellezas que guarda.

Los que tuvieron ganas de algo más sustancioso que antojitos sólo cruzaron la calle, ya que en la esquina con Luis Moya se encuentra El Rincón de la Purísima. Antes se llamaba el Rincón de Castilla, por fortuna con el cambio de nombre no perdió la receta del cabrito, que es delicioso, lo preparan a las brasas e incluye cebolla, chiles toreados, nopales, guacamole, frijoles charros y tortillas de harina.