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Qué pasa con China
C

on mucha frecuencia, cuando escribo acerca de la crisis estructural del moderno sistema-mundo, y por tanto del capitalismo como un sistema histórico, recibo objeciones que dicen que he descuidado la fuerza del crecimiento económico de China y su capacidad para servir como reemplazo económico para la claramente menguante fuerza de Estados Unidos más Europa occidental, el llamado Norte.

Éste es un argumento perfectamente razonable, al que se le escapan, sin embargo, las dificultades fundamentales del sistema histórico existente. Además, pinta un retrato de las realidades chinas bastante más rosa de lo justificado si se mira más de cerca.

Déjenme responder esta pregunta, entonces, en dos partes: uno, el desarrollo del sistema-mundo como un todo, y dos, la situación empírica de China en el momento actual.

El análisis de lo que llamo la crisis estructural del moderno sistema-mundo es el que he realizado en muchas ocasiones en estos comentarios y en otros de mis escritos. Es, no obstante, importante repetirlo de una forma condensada. Esto es mucho más necesario puesto que aún personas que dicen concordar con el concepto de una crisis estructural parecen, sin embargo, resistirse en la práctica a aceptar la idea de la caída del capitalismo por fuerte que sea ésta.

Hay una serie de elementos del argumento que hay que reunir. Uno es la aseveración de que todos los sistemas (sea cual sea su espectro y sin excepción alguna) tienen vidas y no pueden ser eternos. La explicación de esta eventual caída de cualquier sistema es que los sistemas operan en ritmos cíclicos y en tendencias seculares.

Los ritmos cíclicos se refieren a vaivenes constantes de ida y regreso hacia un equilibro en movimiento, una realidad perfectamente normal. Sin embargo, cuando varios fenómenos se expanden de acuerdo a sus reglas sistémicas y luego se contraen, no retornan después de contraerse exactamente adonde estaban antes de su viraje cíclico en ascenso.

De aquí se deriva que su curva en el largo plazo es ascendente. Esto es a lo que nos referimos con una tendencia secular. Si uno mide esta actividad en la ordenada, o el eje Y de la gráfica, uno ve que con el tiempo se aproximan a una asíntota de 100 por ciento, que no puede cruzarse. Parece que cuando factores importantes alcanzan un punto anterior a un 80 por ciento de la ordenada, comienzan a fluctuar de una manera errática.

Cuando las curvas cíclicas arriban a este punto cesan de utilizar los llamados medios normales de resolver las constantes tensiones en el funcionamiento de un sistema y entran, por tanto, en una crisis estructural del sistema.

Una crisis estructural es caótica. Esto significa que en lugar de la serie normal de combinaciones o alianzas que previamente se usaron para mantener la estabilidad del sistema, se varían constantemente estas alianzas en busca de ganancias de corto plazo. Esto únicamente hace que la situación empeore. Notamos aquí una paradoja –la certeza del final del sistema existente, y la incertidumbre intrínseca de lo que eventualmente lo reemplazará creando por tanto un nuevo sistema (o nuevos sistemas) que estabilice las realidades.

Durante el periodo un tanto más largo de crisis estructural, observamos una bifurcación entre dos modos alternativos de resolver la crisis –uno reemplazándolo con un sistema diferente que de algún modo conserva los elementos esenciales del sistema moribundo y uno que lo transforma radicalmente.

En concreto, en nuestro actual sistema capitalista hay quienes buscan encontrar un sistema no capitalista que, sin embargo, mantenga los peores rasgos del capitalismo: jerarquía, explotación y polarización. Y hay quienes desean establecer un sistema que sea relativamente democrático e igualitario, un tipo de sistema histórico que nunca ha existido antes. Estamos en medio de esta batalla política.

Ahora, miremos el papel que juega China en lo que está ocurriendo. En términos del presente sistema, China parece ir ganando mucha ventaja. Argumentar que esto significa la continuación del funcionamiento del capitalismo como sistema es básicamente (re)afirmar el punto inválido de que los sistemas son eternos y de que China está reemplazando a Estados Unidos del mismo modo en que Estados Unidos reemplazó a Gran Bretaña como la potencia hegemónica. Si esto fuera cierto, en otros 20-30 años China (o tal vez el noreste asiático) sería capaz de fijar sus reglas al sistema-mundo capitalista.

Pero ¿realmente está ocurriendo esto? Primero que nada, el margen económico de China, aunque es todavía mayor que aquel del Norte, ha ido declinando significativamente. Y esta decadencia bien podría amplificarse pronto, conforme crece la resistencia política ante los intentos de China por controlar a los países aledaños y encantar (es decir, comprar) el respaldo de los países más alejados, algo que parece estar ocurriendo.

¿Puede China entonces depender de acrecentar la demanda interna para mantener su demanda global? Hay dos razones por lo que esto no es posible.

La primera razón es que las actuales autoridades se preocupan de que un creciente estrato medio pueda comprometer su control político y busque limitarlo.

La segunda razón, más importante, es que mucha de la demanda interna es resultado de préstamos irresponsables por parte de los bancos regionales, que enfrentan una incapacidad para sustentar sus inversiones. Si colapsan, aun parcialmente, esto podría ponerle fin a todo el margen económico de China.

Además, ya ha habido, y continuará habiendo, vaivenes alocados en las alianzas geopolíticas. En un sentido, las zonas clave no están en el Norte, sino en áreas tales como Rusia, India, Irán, Turquía y el sureste de Europa, todas ellas buscando sus propios roles en un juego de cambio de bandos rápidos y repetidos. El fondo del asunto es que, aunque China tenga un gran papel que jugar en el corto plazo, no es un papel tan grande como el que China desearía y que algunos del sistema-mundo restante temen. No es posible para China detener la desintegración del sistema capitalista. Únicamente puede intentar asegurar su lugar en un futuro sistema-mundo.

Traducción:

Ramón Vera-Herrera

© Immanuel Wallerstein