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Urge un cambio
N

o es difícil pronosticar, dados los modestísimos avances en la recolección de firmas, que no habrá candidatos independientes. En alemán existe una palabra que viene al caso: schadenfreude, que más o menos quiere decir alegría por el mal ajeno. En mis propias palabras, no lamento que no haya candidatos independientes, más bien lo celebro. Lo que sí lamento es que quienes se perfilan como candidatos de los partidos políticos o éstos como tales no inviten a votar, no con entusiasmo. Lo típico: unos sí pero otros no aunque sea por simpatías o antipatías personales.

Los candidatos, como lo mencioné en mi artículo anterior, son quienes parecen ser los importantes, más que los partidos políticos. Éstos, como decía mi título original del artículo, son realmente secundarios, dependientes en buena medida de los candidatos (y aquí incluyo a Morena).

¿Crisis de los partidos? Sí, pero esto no quiere decir que vayan a desaparecer. Se necesitan, aunque sea para ayudar a los candidatos a hacer campañas y ganar votos. Y, ¿por qué no decirlo?, para recibir las prerrogativas que otorga el Estado vía INE, que son cuantiosas y modos de vida para muchos, sobre todo para los dirigentes.

En la política hay ideales, pero también intereses. No sabría decir con precisión si éstos prevalecen sobre los primeros o al revés. Yo diría que, en general, dominan los intereses sobre los ideales, con algunas excepciones que por ahora no viene al caso mencionar. Por los intereses es que la política también se ha convertido en negocio y con frecuencia envilecida por las ligas entre políticos, empresarios y criminales de alto poder económico, como ocurrió en la Italia de Berlusconi, otra vez investigado por sus ligas con la Cosa Nostra y por la autoría intelectual de no pocos crímenes en ese país (véase Excélsior 01/11/17). En este tenor México, entre otros muchos países, no sería una excepción y Estados Unidos tampoco, para sólo mencionar dos ejemplos.

Desde hace años se ha venido diciendo que tanto aquí como en otras naciones votamos por el menos peor. Durante un largo tiempo me opuse a esta idea, pero cada vez me convenzo de que tiene mucho de cierta. ¿Lamentablemente?, sí. En el ya lejano pasado los partidos tenían ideología y ésta era defendida por sus dirigentes, sus militantes y sus simpatizantes. De finales de los 70 del siglo anterior a la fecha, en cambio, la ideología es sólo una manera de hablar, y cada vez menos. Incluso hay quienes niegan que todavía sea válido hablar de derechas e izquierdas y de clases sociales. El socialismo, que cuando yo era joven era objetivo de muchos, ha perdido vigencia como anhelo y lo que priva ahora es, en el mejor de los casos, la defensa de aberraciones fácticas que de socialistas no tienen nada pero sí bastante de capitalismo de Estado con burócratas que viven bien y masas de pobres que viven mal, para colmo con libertades muy precarias. Es más, cuando surge una precandidatura como la de Marichuy Patricio, el énfasis de los medios es por su carácter indígena y no por el anticapitalismo que propone (anticapitalismo que, por cierto y así dicho, no significa necesariamente socialismo aunque así pueda inferirse). Pero Marichuy, así como va la recolección de firmas, tampoco será candidata independiente.

Las patadas y los intentos de negociación entre partidos y candidatos le están dando a la política un perfil nada prometedor. La guerra sucia entre ellos la desprestigia todavía más de lo que ya estaba desde que el gobierno de De la Madrid hizo presidente a Salinas de Gortari. Casi todos los días leemos en las noticias nuevos golpes a dirigentes de partidos, a sus esposas, a sus amigos, a sus hijos, etcétera. A quien sea, en suma. La cuestión es minar al que se pueda mientras el poder gubernamental protege con uñas y dientes a los señalados de corrupción por recibir dinero de empresas tipo Odebrecht, Obrascón Huarte Lain (OHL) y otras. Quienes se han dedicado a desprestigiar y a defender políticos y/o funcionarios públicos están sembrando tempestades y heredarán el viento que, con el tiempo, arrasará con ellos también y, peor, con la política y los partidos. Nada halagüeño para las próximas y las siguientes elecciones, ni para la salud de la República. Tal vez ocurra algo similar a lo sucedido en Chile: mientras fue obligatorio el voto la participación era muy alta, cuando lo hicieron voluntario se vino abajo. En México es obligatorio formalmente, pero como no hay sanción el sufragio es de hecho voluntario. La abstención, por lo tanto, será mayúscula en 2018 y los votos nulos superarán casi seguro al voto de los partidos pequeños.

Legalmente se gana con un voto por encima de los demás partidos y candidatos, pero pocos votos restan legitimidad a quienes resulten ganadores. Mal para el país, mal para los gobiernos, peor para los ciudadanos de a pie y, desde luego, mal para la política ya de por sí desprestigiada. Urge un cambio, pero radical.

rodriguezaraujo.unam.mx