LAS NORMALES RURALES
Y EL LEGADO SOCIALISTA


Mural de La Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa

Tanalís Padilla*

En los diversos murales que adornan las normales rurales del país, es común encontrar la insignia de la hoz y el martillo. Este símbolo comunista que representa la unidad entre campesinos y obreros empezó a recorrer el mundo poco después del triunfo de la Revolución Rusa. Las paredes de varias de las normales rurales lucen también imágenes de filósofos revolucionarios, como Carlos Marx, Federico Engels, Vladimir Lenin y Rosa Luxemburgo. La Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, organización estudiantil que agrupa las sociedades de alumnos de las normales rurales, reivindica principios ideológicos marxistas-leninistas.

No falta quienes digan que estas rojas manifestaciones ideológicas representen un anacronismo. Son expresiones de la vieja izquierda, tradición marxista de corte estructural, o bien luchas de liberación nacional inspiradas en la Revolución Cubana que inauguraron la nueva izquierda. Nuevo o viejo, se insistirá, este ciclo revolucionario murió con la caída del muro de Berlín en 1989 y fue enterrado en 1991 con la desintegración de la Unión Soviética. “No hay otra alternativa”, sentenciaría Margaret Thatcher. Había llegado el fin del debate y el capitalismo se había mostrado como el único camino a seguir.

Abajo, para los pobres, para las mayorías, para el planeta mismo, este camino ha sido devastador. La terca resistencia persiste y, coma reza la consigna de los indignados, no dejar dormir a quienes niegan el derecho a soñar. Este sueño, en verdad un anhelo por justicia, se construye de mil maneras. En las normales rurales el legado socialista ha sido una base crucial para entender la explotación inherente al sistema capitalista y para generar un espíritu de lucha.

Esta tradición socialista de las normales rurales tiene orígenes en el proyecto educativo de la Revolución Mexicana. Fundada en 1921, la Secretaría de Educación Pública (SEP) iría incorporando a importantes pedagogos, pintores, escritores y maestros marxistas, varios de ellos inspirados por iniciativas pedagógicas llevadas a cabo en Rusia a partir de la revolución bolchevique. El Maestro Rural, publicación quincenal de la SEP durante la década de 1930, difundía grabados, obras de teatro e instructivos docentes que dramatizaban la rapiña de los hacendados, la crueldad de los capataces y la complicidad de la Iglesia con la explotación de los pobres.

La implementación de la educación socialista durante el sexenio de Lázaro Cárdenas (1934-1940) y el hecho de que haya legalizado al Partido Comunista dio un impulso significativo a quienes sostenían que, para implementar un proyecto educativo trascendente, había que mejorar las condiciones materiales del pueblo. No en balde contaba el Partido Comunista con tantos maestros, casi una tercera parte, de acuerdo con sus registros. Esto significa, según los cálculos del historiador David L. Raby, “que más o menos uno de cada ocho [maestros] era comunista –y debe recordarse que por cada miembro del Partido existían tres o cuatro simpatizantes”. (Educación y revolución social en México, 1921-1940, SepSetentas, 1974, p.92)

Tal nivel de adhesión de los maestros refleja tanto una consciencia desarrollada a partir de su propia condición económicamente precaria como su cercanía a las comunidades pobres. Pero el contexto mundial también fue significativo, ya que la Gran Depresión mostraba un sistema capitalista en crisis. En muchas partes del mundo esa crisis detonó el auge de la visión socialista.

A la distancia, parece un momento efímero, por lo menos en cuanto a la injerencia de marxistas en altos espacios institucionales como la SEP. Su depuración empezó con la llegada de Manuel Ávila Camacho a la Presidencia en 1940. Ya purificada, para la década de 1950 la batalla giró en contra del magisterio capitalino, cuyo líder Othón Salazar –afirmaba la prensa– pretendía “bolchevizar al país”. Y claro, los maestros de la sección IX que entonces luchaban por la democracia sindical, provenían del “semillero comunista”, como entonces fue caracterizada la Escuela Nacional de Maestros.

Pero las normales rurales pronto se ganarían la más roja distinción a partir especialmente de casos como el de Lucio Cabañas, guerrillero que estudió en la normal rural de Ayotzinapa o Pablo Gómez, profesor en la normal rural de Saucillo, quien optó por la lucha armada. A ellos habría que agregar los incontables normalistas rurales que se unieron o apoyaron la lucha clandestina en varias partes del país, y la solidaridad del cuerpo estudiantil normalista con los movimientos populares.

Pero en general, las típicas luchas de los normalistas rurales han tenido fines mucho más modestos: la preservación material de sus instituciones. Ya sea por el abandono presupuestal, el cierre de escuelas, o la violenta represión a sus estudiantes, las normales rurales llevan décadas sobreviviendo a contracorriente. La reforma educativa, al eliminar la previa garantía de trabajo, ha menguado el número de aspirantes e impuesto quizás la más grave amenaza. Bajo la lógica de la oferta y la demanda se podrán cerrar estas escuelas, pues si no hay demanda, ¿para qué ofrecerlas?

Hay otra lógica, la socialista, donde las necesidades humanas, no las del capital, guían la distribución de recursos. Por intuición, ideología o necesidad, esto lo han asimilado los normalistas rurales en la defensa de sus escuelas. El legado socialista provee esa claridad. Con razón prevalece el empeño desde arriba de quererlo desaparecer.

* Profesora-Investigadora del Massachusetts Institute of Technology. Autora del libro Después de Zapata. El movimiento jaramillista y los orígenes de la guerrilla en México (1940-1962) (Akal, 2015).