Opinión
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Racismo normal
E

n un artículo de increíble estulticia, publicado en plena Revolución (en La querella de México, 1915), Martín Luis Guzmán se chuta unas caracterizaciones racistas, ignorantes y absurdas del pasado indígena mexicano que hoy nadie suscribiría. ¿O sí? Más lejos llega al juzgar al indio vivo. Sostiene nuestro prosista mayor: La masa indígena es para México un lastre o un estorbo; pero sólo hipócritamente puede acusársela de ser elemento dinámico determinante. En la vida pacífica y normal, lo mismo que en la anormal y turbulenta, el indio no puede sino tener una función única, la del perro fiel que sigue ciegamente los designios de su amo. Uno pensaría que es mero atavismo criollo, aunque sorprende en alguien tan ilustre e ilustrado. Pero apenas hace unos días, a resultas del sismo del 19 de septiembre, pobladores de las colonias chics de la capital (Roma, Condesa, Juárez) suscribieron en los hechos las opiniones de Guzmán (ver http://ojarasca.jornada.com.mx/2017/10/ 13/damnificados-indigenas-en- resistencia-contra-el-racismo-chilango -442.html). Además, los estudios y escritos de Federico Navarrete traen a colación esta vergüenza nacional, el juego que todos negamos.

Su importante y polémico libro Mexico racista (Grijalbo, 2016) fue recibido con irritación por la intelectualidad dominante, y no tanto por su postura política o su metodología, sino porque la alude directamente y la desnuda. No sólo a ella. Navarrete presenta un demoledor retrato, las pequeñas cosas, bromas, irritaciones, publicidades masivas, opiniones doctas: los lugares comunes de la sociedad mayoritaria.

Se dirá que cuando don Martín Luis dijo sus burradas no había aún pensamiento indigenista, aunque ya empezaba la novela ídem que al autor de La sombra del caudillo le caía en pandorga, él reprobaba cualquier idealización de esa gente, viniera de los misioneros que se interesaron en ellos después de la brutal conquista, o de sus propios contemporáneos: La población indígena es moralmente inconsciente; es débil hasta para discernir las formas más simples del bienestar propio; tanto ignora el bien como el mal, así lo malo como lo bueno. Cuando, por acaso, cae en sus manos algún instrumento capaz de modificarle provechosamente la vida, (la población indígena) lo desvirtúa y lo rebaja a su acostumbrada calidad, al de la forma ínfima que heredó.

Este vituperio guzmaniano que no le pide nada al Ku Klux Klan viene a tono con la muy moderna alergia de los intelectuales a la corrección política (defensiva de hecho). Escribe Navarrete en su Alfabeto del racismo mexicano (Malpaso Ediciones, 2017): Los desvela el peligro de que una moda importada, la preocupación excesiva por las susceptibilidades de mujeres, indígenas, homosexuales, discapacitados y otros grupos a los que no pertenecen, pueda coartar su sagrado derecho a la libre expresión. No obstante, la denostada corrección política no resulta tan aberrante ni tan amenazante como han imaginado las élites intelectuales nacionales. Navarrete sabe que no hay que rascar mucho para encontrar esta ideología vergonzante en la principales revistas intelectuales del país, ni en los escritores y columnistas de casi cualquier diario nacional.

El diagnóstico de Navarrete recorre a lo largo, ancho, alto y profundo el generalizado racismo en nuestro país, convertido en secreto por una especie de pacto de las clases y los jefes. Exudan racismo y discriminación la publicidad, las opiniones de banqueta, las patronas con la criada, los maestros y condiscípulos, las policías, los medios de comunicación, los usos y costumbres, las políticas públicas de educación, salud, desarrollo social. El indio siempre acaba siendo un enemigo. Para colmo, las razones en que confiaba Guzmán –presuntas pasividad y pereza indígenas– bien saben hoy el gobierno y los intelectuales que no existen. De los zapatistas a los wixárikas recuperando tierras, de los autores literarios y el pensamiento autónomo a la determinación de resistencia y dignidad de las organizaciones comunitarias, los hechos ponen en ridículo a los liberales de 2017, a los vecinos de la Roma, al Estado en su conjunto. Ya quisieran acompañar sin pena a Guzmán cuando dice: El indio nada exige ni nada provoca; en la totalidad de la de la vida social mexicana no tiene más influencia que la de un accidente geográfico. El día que las clases criolla y mestiza, socialmente determinadoras, resuelvan arrancarlo de allí, él se desprenderá fácilmente y se dejará llevar hasta donde empiecen a servirle sus propias alas.

Lo de arrancarlo siguen intentándolo, con mayor vigor si se quiere. Nomás que indio del siglo XXI les salió más respondón de lo que quisieran.