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l mes de septiembre con sus huracanes y sismos terribles ha quedado atrás. La normalidad de la vida organizada y la individual, sin embargo, muestra puntiagudas discordancias con los deseos de muchos, en especial de los medios de comunicación, la crítica, los gobernantes, los negociantes y los partidos políticos. Las pulsiones partidistas hierven, con incontenible interés, en aquellos que buscan acomodarse, lo mejor posible, en las venideras elecciones. El escenario político es, por demás, inestable y, en verdad, tan complejo como nublado. Cualquier incidente, por menor que sea, todavía trastoca no sólo las tendencias observadas antes de los terremotos, sino la vida cotidiana tras ellos.

El proceso de reconstrucción de propiedades e infraestructuras en los estados más afectados, incluyendo, claro está a Ciudad de México, no acaba de amoldarse a un patrón congruente con el tamaño de las tragedias, colectivas y personales. Tal vez los trabajos concomitantes tarden bastante más tiempo en adquirir las debidas dimensiones o la eficacia solicitada. Pero, lo difícil de manejar, al menos dentro de límites adecuados, será el talante, el rijoso ánimo de los afectados. Menos todavía se podrá alterar la disposición de muchos más solidarios con ellos. Es casi imposible predecir, dentro de lo asequible, el curso de los asuntos públicos que seguirán en las semanas siguientes. Pero de seguro habrá cambios notables en las conductas y en la participación organizada. Las preferencias ciudada­nas respecto de los partidos políticos, sus dirigentes y factibles candidatos sufrirán trastornos inevitables.

En este rebumbio, el PAN ha sufrido, después de estiras y aflojas de sus directivos y aspirantes, un quiebre de consideración. Margarita Zavala renunció a su militancia de años y se inscribirá como candidata independiente a la Presidencia. Este desplante modifica, de tajo, el curso de los acontecimientos actuales, no sólo para su partido, sino para el resto de la comunidad política. Al señor Ricardo Anaya le explotó un artefacto potencialmente dañino, tanto para sus mañosas ambiciones como para muchas de las de sus correligionarios. No saldrá intocado de este desaguisado. Él ha sido actor estelar del actual melodrama panista. La señora Zavala y sus ambiciones, tan desatadas como idealizadas por ella misma, también ha puesto mucho de su parte. Ambos rivales se han enfrascado en una pendencia que no tiene reglas y sí muchos obstáculos y pasiones. Ninguno se librará de amargas consecuencias. Tanto uno como la otra revolotean en torno a la Presidencia de Peña Nieto en busca de favores, apoyos y simpatías. Y lo que cosecharán será dañino para sus aspiraciones. Ambos se han debilitado y serán parte aprovechable de una estrategia que los supera. El priísmo cupular, que mucho requiere de pleitos entre oponentes para sus propósitos de éxito futuro, está de plácemes por lo sucedido. Darle continuidad a este quiebre interno del panismo será tendencia ineludible, no sólo del priísimo, sino de los demás rivales que también esperan ganancias no procreadas.

El Frente Ciudadano por México, antes opositor, queda atado por los arreglos previos de sus tres garantes. No les salió limpia la jugada. Anaya cruzó cuanto límite tuvo delante. Nadie duda, hasta ahora, que había amarrado la candidatura a la Presidencia por este inestable arreglo cupular. Pero los tiempos ahora son turbulentos y los señores gerentes del perredismo chucho hacen sus acostumbradas fintas con vistas a mejores ganancias. La candidatura de la señora Barrales, hasta ahora también acordada, deberá convivir con otras variables y tensiones inesperadas. La figura de Ricardo Monreal por ahí se mueve en espera de su turno para entrar en la puja.

La atrevida y tramposa propuesta del gerente del PRI no le salió como torpemente esperaba. La opinocracia en pleno mostró, a pleno pulmón, todos sus inconvenientes y dobleces. Permanecerán fluyendo los recursos públicos a los partidos y los plurinominales se fijarán a la mirada de las ambiciones de militantes y simpatizantes. Los priístas, en cambio, atisban, con resignación acostumbrada, el desenlace de su candidatura presidencial. La crítica y el columnismo, expresados en los varios y abundantes medios, los acompaña en toda la ruta. Unos y otros se arrellanan, hasta con festiva subordinación, al proceso decisorio de la mera cúpula. Después se unirán, no sin alborozo y seguridades de oscuro triunfo final, al señalado por el gran dedo elector. Es la costumbre, la herencia autoritaria inoculada no sólo en el priísmo, sino de buena parte del cuerpo social. Y, ahí, en el seno de este rejuego, perverso en su intimidad, se enredan las aspiraciones democráticas de esa otra parte de la ciudadanía que trabaja por la transformación de una nación más abierta y justa para todos.