Opinión
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México SA

Trump: ¿amenaza cumplida?

TLCAN: salarios de hambre

¿Y los negociadores mexicas?

A

ún no materializa su amenaza –cancelar su membresía como socio del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)–, pero Donald Trump está más cerca según caen las hojas del calendario, y en vía de mientras logró empantanar la negociación al insistir en uno de los aspectos que más duelen al gobierno peñanietista: incrementar sustancialmente el raquítico nivel salarial, hasta ahora pilar de la supuesta competitividad mexicana que ha servido como imán para atraer inversión foránea, pues el diferencial entre lo que se paga aquí y en Estados Unidos y Canadá resulta de entre 10 y 15 tantos.

El próximo miércoles, en la capital estadunidense, comenzará la cuarta ronda de negociaciones del TLCAN y el panorama no resulta alentador. El salvaje de la Casa Blanca no quita el dedo del renglón y su pretensión es reventar el acuerdo trilateral, mientras el gobierno mexicano no ata ni desata, siempre en espera de que el socio y amigo se torne cariñoso. Por su parte, los canadienses pintaron su raya desde el inicio mismo: primero nuestros intereses, después los amigos.

¿Qué hará el gobierno mexicano ante la exigencia estadunidense –avalada por la parte canadiense– de aumentar sustancialmente los salarios que se pagan en México? Y tal insistencia no es, ni lejanamente, una petición humanitaria o de sensibilidad social, sino una bomba que tarde que temprano estallará y no precisamente para beneficiar a su vecino del sur.

Un botón de muestra lo aporta la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que en su más reciente informe sobre inversión extranjera directa en la región advierte que en la actualidad el salario medio que reciben los trabajadores de la industria automotriz en México es de 2.38 dólares por hora, mientras sus homólogos estadunidenses ganan cerca de 24 dólares la hora. La fabricación en México en lugar de en Estados Unidos genera unos ahorros en los costos laborales de entre 600 y 700 dólares por vehículo. Esto representa cerca de la mitad de los gastos que se ahorran al producir en nuestro país vehículos que se venden en Estados Unidos.

En números cerrados, las trasnacionales automotrices instaladas en México exportan anualmente a Estados Unidos alrededor de 2 millones de vehículos, de tal suerte que sólo por la diferencia sala- rial (19 dólares en México por jornada laboral de ocho horas y 192 dólares en el vecino del norte por el mismo tiempo) el ahorro para ellas –ganancia adicional, en realidad– es de entre mil 200 y mil 400 millones de dólares por año. Y ese es el plus –sólo en un sector– en el que se basa la tan cacareada competitividad mexicana y uno de los ganchos para atraer inversión y el establecimiento de las armadoras.

El Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico (IDIC) aporta lo suyo: en el contexto de las negociaciones del TLCAN el gobierno mexicano enfrenta “una fuerte presión en materia de ocupación y empleo para eliminar lo que algunos representantes estadunidenses han llamado dumping laboral. Por decreto, buscan reducir la diferencia salarial entre ambas naciones, algo que no se podrá lograr por la profunda precarización del mercado laboral que prevalece en México.

“No obstante los deseos del gobierno de Estados Unidos, es evidente que no se pueden resolver las diferencias salariales por decreto, básicamente porque corresponden a las divergencias en los sistemas productivos de ambos países, brechas que no disminuyeron tras la firma y puesta en marcha del TLCAN. De acuerdo con las cifras oficiales de la propia Oficina de Estadísticas del Trabajo de Estados Unidos, en 1975 un trabajador mexicano en el sector de las manufacturas representaba un costo de 30 por ciento de su contraparte estadunidense; para 2012 (con el TLCAN en pleno funcionamiento) sólo era de 14 por ciento. Después de la depreciación del peso que se registró durante el año anterior no debe ser superior a 12 por ciento.

En este caso, el problema no es de salario mínimo, el cual es todavía más bajo (una diferencia de entre 13 y 15 veces), en el fondo se tiene un profundo desequilibrio de los sistemas productivos en ambos países que el TLCAN no pudo resolver porque en México los salarios se han utilizado como parte de la política económica instrumentada para controlar la inflación. Revertir esto tomaría más tiempo que el calculado por la administración del presidente de Estados Unidos. Al respecto, los negociadores mexicanos deberán aplicar una estrategia que va más allá de lo comercial, pues el tema laboral será uno de los flancos que deberán cubrir.

Prácticamente al mismo tiempo que el anuncio de las rondas de negociación, el gobierno de Trump hizo pública su exigencia de aumentar sustancialmente los salarios en México, pues los que ahora se pagan constituyen una suerte de práctica desleal frente a sus dos socios. Sin embargo, de entrada gobierno y empresarios mexicanos batearon tal requerimiento. Pero tres rondas después parece que ya registraron de qué se trata, y por lo mismo no tienen la menor idea de cómo hacerle frente.

De hecho, la representación empresarial mexicana en el ámbito de la negociación del TLCAN ha reiterado su negativa, pues, según ella, es imposible equiparar los salarios de México con los de sus socios en el acuerdo trilateral; si se hace debe ser gradual o se desequilibrará la economía; no es posible equilibrar automáticamente los salarios de México con los de Estados Unidos y Canadá, lo que sólo se logrará con el tiempo.

El próximo miércoles, en Washington, arranca la cuarta ronda de negociación y el apanicado gobierno mexicano no sabe qué responder ni cómo actuar, por mucho que el tema salarial puede ser la puntilla para el TLCAN, o si se prefiere el pretexto ideal para que el salvaje de la Casa Blanca materialice su amenaza de salir del acuerdo, lanzada desde los tiempos de su campaña electoral. Entonces, no deje de ver el próximo capítulo de la telenovela trilateral.

Las rebanadas del pastel

Con la novedad de que 70 por ciento de los estadunidenses opinan que Donald Trump no es racional y la mayoría afirma que no es honesto ni buen líder; además, 60 por ciento desaprueba su manejo de las relaciones raciales, la política exterior y la inmigración; apenas 24 por ciento de los ciudadanos piensa que Estados Unidos marcha en buena dirección. Bien, de siempre ha sido obvio que es un tipo nefasto, pero lo verdaderamente irracional es que la mayoría gringa votó por él y lo llevó a la Casa Blanca.

Twitter: @cafevega