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La desmitificación de los símbolos
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al vez uno de los más acuciantes problemas a los que debe hacer frente la sociedad estadunidense es el racismo, cuyas raíces datan desde la fundación de su país y pareciera ser una parte estructural de su genealogía. Al igual que en 1968, durante los Juegos Olímpicos en México, cuando varios integrantes del equipo de pista y campo de Estados Unidos levantaron el puño en el momento que se tocaba el himno de su país, en 2016 Colin Kaepernick, jugador de futbol americano, reivindicó dicha protesta por el abuso policiaco y la injusticia en contra de la población afroamericana y otras minorías, como la de origen hispano, hincándose en el momento en que se tocaba el himno estadunidense, antes de un juego de futbol.

La demostración ha sido motivo de los más encontrados comentarios en la sociedad en general y, particularmente, entre los estudiosos del tema. Dos distinguidos liberales, Ta Nehishi Coates, profesor y autor de varios libros sobre el origen y las secuelas del racismo, y el periodista David Leonhardt, han iniciado una discusión en la revista The Atlantic y The New York Times, que seguramente reditará el debate y análisis en torno al perene tema.

Leonhardt critica a Kaepernick no por su justa protesta, sino por la forma en que él y otros deportistas han escogido para manifestarse. Puede llamar la atención, dice, pero también provocar la repulsa, incluso entre aquellos que están de acuerdo en inconformarse por la misma razón. Para Leonhardt, esa forma de quejarse pudiera ofender el sentido nacionalista de buena parte de la sociedad, y en particular de los miembros de las fuerzas armadas. Nos recuerda que un ejemplo de la efectividad de la lucha por los derechos civiles con métodos más acordes con la corrección política es el famoso discurso en el que Martin Luther King, a pesar de sus desacuerdos con el racismo de la sociedad blanca, insistió en la grandeza de América no obstante sus faltas, y las “las profundas raíces del sueño americano”. Agrega que en la famosa marcha de protesta contra la segregación que se efectuó de Selma a Montgomery, miles portaban banderas estadunidenses para realzar su calidad de ciudadanos. El resultado fue que unos meses después el presidente Johnson firmó el acta del derecho al voto de los afroamericanos.

Nehishi Coates se sorprende de que un articulista inteligente como Leonhardt se rinda a la idea mítica de los símbolos nacionales y argumente que la actitud de Kaepernick y otros deportistas va a contracorriente del movimiento por los derechos civiles. Concluye que Leonhardt pareciera estar más interesado en criticar a la izquierda radical, que Bernie Sanders representa, que en ofrecer una versión más profunda de la esencia del movimiento por los derechos civiles y la discriminación racial. Coates agrega que para Leonhardt lo inteligente sería tener como aliados los símbolos patrios y usarlos como lo hicieron quienes acompañaron a King en su lucha por los derechos civiles, y concluye que hacer de lado esa civilidad no necesariamente va en contra de la defensa de sus derechos.

En todo caso, uno de los problemas, que no es nuevo en la izquierda liberal y las fuerzas progresistas, estriba en definir una estrategia que le permita alcanzar sus fines. Un signo de ello es la polémica al interior del Partido Demócrata, que no atina a formular una estrategia común, lo que pudiera convertirse en obstáculo para arrebatar el poder al Partido Republicano en las próximas elecciones. En última instancia, ese diferendo impediría la reivindicación de los derechos de justicia e igualdad económica y social de las minorías étnicas, sexuales y de género, más aún, porque quienes llegaron al poder son los que históricamente se han opuesto a ese reclamo. Aquí la referencia no se concreta al huésped de la Casa Blanca exclusivamente.