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Guerra sucia: justicia que se aleja

C

ada día que transcurre se ve más lejana la posibilidad de llevar a juicio y sancionar a los autores materiales e intelectuales de las más de 500 desapariciones perpetradas por el Estado mexicano contra luchadores sociales –o sospechosos de serlo–, durante la ignominiosa etapa conocida como guerra sucia, cuando el gobierno se lanzó con toda su furia y fuerza, aun por encima de la ley, contra quienes consideraba enemigos, sobre todo en Guerrero. Cuando Vicente Fox ganó la Presidencia de la República en la elección que puso fin al régimen del PRI-gobierno, se pensó que se avecinaba la justicia. Pero fue claro que el político panista no tenía la intención de desmontar el sistema.

Luego, con Felipe Calderón, las fuerzas armadas cobraron relevancia inusitada porque todas las corporaciones policiacas y de procuración de justicia estaban permeadas por el crimen y no ofrecían ninguna seguridad. Entonces el presidente cerró toda posibilidad de abrir juicio por sus crímenes pasados. Hoy en día, tras los sismos que han sacudido el país, particularmente el del 19 de septiembre, los militares han escalado, de golpe, varios peldaños en el ranking de popularidad. Se les vio en la calle desde los primeros minutos de la tragedia, mano a mano y codo a codo con miles de rescatistas, especializados e improvisados, hombres y mujeres jóvenes que miran con ojos nuevos este país y no sienten por los militares el recelo que guardan los viejos que vivieron los terrores de la dictadura del PRI-gobierno de otras épocas.

Así las cosas, es obvio que el presidente Peña Nieto no llevará a juicio a ningún militar por los crímenes cometidos en la guerra sucia de los años 70, que no agraviará con ello a la institución que es el baluarte del gobierno en la lucha contra el crimen organizado. De modo que, entre que muchos de los autores intelectuales y materiales de aquellos crímenes ya murieron y muchos otros están en retiro, se hace humo el anhelo no sólo de hacer justicia, sino de saber qué fue de los desaparecidos de aquella época.A tan grande distancia de los hechos, ¿no sería mejor la renuncia a las exigencias de justicia? Tal vez sí o tal vez no, pero no hay que olvidar que sin justicia verdadera no habrá paz verdadera.